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Tal y como supuse, Luna le ha contado todo a Pablo. ¿Que por qué lo sé? Porque ha venido echo una fiera hacia mi. Escaparía, pero me pillaría en cualquier lado...

―¿Por qué coño tienes que hablar con Luna de eso, eh?

Me empuja con fuerza contra la pared. La gente de mi instituto nos miran, pero ninguno actúa. Aunque me da miedo su reacción, tengo que intentar mantener una postura fuerte.

―¿Es que no me has oído, o qué? -me chilla, prácticamente, a la cara y sin soltar su agarre de mis hombros. 

―Porque también le estás engañando, como a mí. Debería saberlo.

―¡Eso es algo que no te incumbe! -me advierte.

Me siento incómoda y vulnerable. Me tiene contra la pared, casi sin dejarme respirar correctamente y su actitud es un poco agresiva. Y nadie hace nada...

―Tampoco le conté nada malo -me defiendo -. Solo que querías volver conmigo, nada más. No le conté detalles de nuestra relación. Eso sí que te dejaría en mal lugar -ahora soy yo quien le advierte.

―¡Eso no le importa a ella!

Y me vuelve a golpear contra la pared... Aunque me hace daño, no lo muestro. No quiero que se dé cuenta de lo frágil que me siento por dentro. No puedo permitírmelo.

―¡Suéltala! -le impone mi tutor, Antonio.

Rápidamente, Pablo quita su agarre de mí mientras me dedica una mirada que significa que esto no ha acabado y se marcha. Mientras, yo intento recuperar el ritmo respiratorio ante la preocupada mirada de Antonio.

―¡Gracias!

De forma natural me sale abrazarle. Él me corresponde al abrazo y me siento un poco mejor, aunque sé que esto no es el final. Antonio me conduce a su despacho, mientras me cubre con su brazo izquierdo. Le sigo sin mencionar palabra. Solo estoy pensando en qué pasará en el recreo o en otro cualquier momento en el que me pueda encontrar Pablo.

―Toma asiento, por favor -me indic, apartándome la silla que se encuentra en frente de la suya.

―Gracias.

Él rodea su escritorio mientras yo apoyo mis manos enlazadas encima de la mesa. Se sienta y con un gesto de la cabeza me pide una explicación. Tardo unos segundos en arranca, aún estoy un poco en shock por lo que acaba de pasar.

―¿Y crees que has hecho bien en contárselo? -me cuestiona cuando termino de narrar el por qué Pablo ha actuado así.

―Sí, pero me arrepiento.

―¿Por cómo se ha comportado Pablo?

―No, porque Luna no me creyó y piensa que estoy celosa. Yo solo quería advertirla de que Pablo solo está con ella para darme celos. 

―Creo que Luna se terminará dando cuenta de eso. Ya le has plantado la semilla de las intenciones de Pablo, así que con el tiempo, puede darse cuenta de su comportamiento y ver que llevas realmente la razón. Pero sabes que eso no cambiará su comportamiento contigo, ¿no? Vas a seguir teniendo roces con él y ahora se ha sumado este asunto...

―Lo sé. Pero solo pensé en Luna, en cómo podía afectarle estar con una persona que le engaña, aunque en este caso no sea un engaño en el sentido sexual... Sé lo que es ser engañada... Cómo se siente -me sale un hilo de voz al recordar esos sentimientos -. Y quería evitar que Luna lo sufriera... 

―Lo entiendo. Y ese acto dice mucho de ti, Chiara -me sonríe -. Ahora centrémonos en cómo afrontar esta situación, ¿vale?

―¿Ahora o después de clase? -pregunto al darme cuenta de que quedan dos minutos para que comiencen las clases.

―Yo ahora tengo libre. ¿Qué asignatura tienes ahora?

―Historia.

―Vale. Hablaré con la profesora con la profesora para que no te ponga falta. No te preocupes.

―Genial.

La conversación con mi tutor ha sido muy útil. Es increíble contar con su apoyo y ayuda, porque no solo me ha dado herramientas para afrontar a Pablo, sino que, también, me ha animado y sé que en él puedo confiar. 

[***]

Me encanta las clases de canto, de verdad. Me ayudan a desconectar de mi mundo, a olvidarme de los problemas. Necesito cantar para aliviar las penas. Además, mis compañeros -que se han convertido en amigos- son geniales. Es agradable estar con ellos, compartir con ellos lo bonito de la música. 

Y, además, lo mejor es, también, que veo a Alex. Hoy ha venido a buscarme a la academia. Cuando le veo, me lanzo a sus brazos. Necesito un abrazo suyo. Él me abraza, también, acariciándome suavemente la cabeza. 

―¿Qué tal el día?

―Bien. He tomado una decisión -respondo ilusionada mientras caminamos hacia nuestro sitio habitual. 

―¿Sí? ¿Y cual? 

―Voy a cantar en bares para ganar dinero y reservarlo para la Universidad.

―¡Eso es genial, Chiara! 

―Sí. Mi padre conoce a los dueños de varios bares y va a hablar con ellos. Además, pondré anuncios por la ciudad. ¡Estoy muy contenta!

Doy un salto de alegría ante la risa de Alex, que me mira como si estuviera loca. 

―¿Sabes? Me gusta verte sonreír -me confiesa Álex, mirándome con ternura y se detiene en nuestro camino-. Los últimos días han sido duros y te veía triste y verte ahora feliz, me encanta.

Me ruborizo, le devuelvo la sonrisa y reanudamos el camino. Sé que él también lo ha pasado por verme mal y, por eso, no voy a contarle el episodio de esta mañana o, por lo menos, por el momento. Hoy voy a estar contenta para que Álex lo esté también. Ya hemos llegado a nuestra mesa y nos sentamos ahí.

―¿Ya tienes la lista de las canciones que vas a cantar?

―Sí. Las que canté en el concierto de la Academia, ¿te acuerdas? -Álex asiente con la cabeza -Y otras canciones más que ya me las sé. Todavía no sé el orden, pero las canciones aquí están.

Saco un papel con el nombre de las canciones y se la entrego a mi amigo, que la lee con detenimiento. La lista la he creado en el descanso de las clases de la Academia y tiene canciones de distintos cantantes y grupos y de género variado.

―«Listen» de Beyoncé es una de mis favoritas.

Y sin que me lo pida, le canto un buen trozo de esa canción a capella. Intento que la dulce mirada y sonrisa de Álex no me distraiga de la canción. Está tan mono mirándome así.

―Y con tu voz es aún más bonita -me aplaude.

―Gracias -le sonrío -. Ahora me tienes que cantar tú a mí -le reto, divertida.

―¿En serio quieres que mañana caiga el diluvio universal? -bromea Álex. 

―¡No será para tanto! -me río -Solo tienes que cantar medio minuto. No te pido más.

Le pongo morritos y le miro como un cachorrito para convencerle. Nunca le he escuchado cantar y tengo curiosidad. 

―Vale, pero sí mañana llueve, yo no me hago cargo -accede, riendo.

Elige cantarme «Con solo una sonrisa» de Melendi. Doy un aplauso al reconocer la canción de mi cantante español favorito y Álex se ríe y, después, continúa cantando. 

―Canto fatal -niega con la cabeza mientras se ríe. 

―No puedo estar más de acuerdo -coincidido, sin parar de reír. 

―Bueno, te he hecho reír, así que ha merecido la pena -se conforma.

―¿Puedo pedirte una cosa? -me pregunta, nervioso.

―Sí, dime.

―Me gustaría invitarte este sábado a cenar. He reunido dinero esta semana y -se rasca la cabeza, inquieto -... y me gustaría invitarte a cenar, como la otra vez. ¿Te... te gustaría cenar conmigo?

―Me encantaría.

La riqueza del corazón || Alex Hogh Andersen || #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora