―Chicos, ¿podéis venir un momento al salón? -nos pide mi madre cuando regresamos del instituto.
Me asusta el tono de voz con el que nos lo ha pedido. Solo puede significar una cosa: algo malo ha ocurrido o hemos hecho algo malo. Mi hermano y yo nos miramos con preocupación y accedemos al salón. Mi padre está sentado en el sillón y mi madre se sienta en el sofá, dando palmaditas para indicarnos que nos sentemos a su lado. Eso hacemos.
―Tenemos una cosa muy importante que contaros -nos anuncia Ignazio.
Mi hermano y yo nos miramos con cierta preocupación en la mirada y, después, esperamos a que nuestros padres comiencen a hablar.
―Me han despedido -nos comunica mi madre con tristeza -. Han reducido la plantilla y una de los empleados despedidos he sido yo.
―Como podéis intuir, eso supone que tenemos que reducir gastos. Con mi sueldo no podemos llegar a fin de mes -lamenta Ignazio.
Me pongo nerviosa al pensar en todo lo que supone que mi madre esté en el paro, de nuevo. Su sueldo era mayor que el de mi padre y apenas con esos dos sueldos llegábamos a fin de mes. Ahora no sé cómo lo haremos... Y ¿qué pasará con mi academia de música?
―Hija, los abuelos han accedido a pagar ellos tu academia -parece que mi madre me ha leído el pensamiento -, pero el tema del carnet de conducir lo vas a tener que dejar para más adelante.
―Vale. Lo entiendo y no pasa nada -respondo comprensiva.
Todavía no he hecho los papeles para inscribirme a la Autoescuela que encontré hace semanas, así que no hay problema. Durante la comida, el tema de conversación es cómo vamos a afrontar esta situación hasta que mi madre encuentre trabajo.
[***]
Tras estudiar un rato, decido salir a pasear un poco. El despido de mi madre me ha dejado un poco preocupada, así que necesito despejarme un poco. Me coloco los auriculares y escucho música mientras camino sin destino específico. Il Volo es el mejor remedio para olvidar momentáneamente los problemas. Mis pasos me llevan, inconscientemente, hasta el banco donde Alex siempre pide dinero.
―Señorita Chiara, ¿qué te trae por aquí? -me pregunta Alex, con tono divertido.
―¿Sinceramente? No lo sé -me siento a su lado y resoplo -. Simplemente, me puse la música y a andar.
―¿Puedo decirte que es lo que pienso yo? -enarca una ceja, esperando mi respuesta.
―Eh, sí. Claro -accedo.
―Creo que estás triste por algún motivo y has venido hasta aquí para que yo te anime.
Sus ojos azules me miran directamente. Rápidamente aparto la mirada y recojo un mechón de pelo detrás de mi oreja, nerviosa. Pensándolo bien, ha acertado. Después, le devuelvo la mirada y afirmo con la cabeza.
―¿Vamos a nuestro sitio? -propone.
En el trayecto apenas hablamos. Tengo muchas preocupaciones que contarle y tengo que ordenarlas y elegir las palabras adecuadas. Y, sobre todo, debo reunir todas las fuerzas para conseguirlo. Ocupamos nuestro lugar, pero en vez de sentarnos en el asiento, lo hacemos en la mesa.
―No sé por dónde empezar -aparto la mirada -... Por lo menos grave, si puede calificarse así. Han despedido a mi madre y, bueno, tenemos que reducir gastos. ¿Sabes? Esto ya lo he vivido antes, tengo miedo que se repita la misma historia que en Bilbao -le confieso.
En Bilbao, primero despidieron a mi madre y, a duras penas, conseguimos pasar los dos meses que faltaban para acabar el curso. Después, despidieron a mi padre y ya en ese momento decidimos mudarnos al pueblo de mi madre, ya que, por suerte, encontraron trabajo aquí.
―Chiara, no tiene por qué volver a pasar -me tranquiliza.
―¿Cómo puedes estar tan seguro? -pregunto insegura.
―Porque... Porque... Porque le acaban de despedir, puede encontrar trabajo en cualquier momento. Y puede que no despidan a tu padre. No puedes intentar actuar de pitonisa, porque el futuro no puede predecirse certeramente y solo estás pasándolo mal por sugestiones.
Miro al frente, sin un punto específico, pensando en las palabras de mi amigo y llego a la conclusión de que tiene razón. ¿Por qué tiene que repetirse la misma historia? No podemos tener tan mala suerte...
―Chiara.
Alex me llama la atención. Salgo de mi ensimismamiento y le miro. Me coge de la mano, transmitiéndome su apoyo.
―Todo se va a solucionar, ¿vale? -me asegura y le creo - ¿Y qué es lo otro que me tenías que decir?
―Es sobre Pablo -Alex pone los ojos en blanco -. Me ha metido esta nota en la mochila -saco un papelito de mi bolsillo y se lo entrego a Alex.
―«Te hice una promesa y la voy a cumplir: te voy a demostrar que he cambiado. Por favor, ven esta tarde a las 19:30 al Parque Luciérnaga. Te espero, Pablo» -lee Alex -. No irás, ¿no?
―Por supuesto que no. Lo que no entiendo es por qué está con Luna y, a la vez, intenta recuperarme... Vale, puede que quiera ponerme celosa, pero está utilizando a Luna y, aunque me caiga mal, no se lo merece.
―¿Y lo está consiguiendo? -pregunta Alex con un tono un poco celoso.
―¿El qué? ¿Ponerme celosa? -Alex asiente con la cabeza -No. Pablo solo me produce dolor. No quiero tener nada que ver con él. Me molesta que use a Luna, porque su intención es volver conmigo, pero está con ella, por lo que le está engañando. Como me hizo a mí...
Aparto la mirada, dolida. Inesperadamente, Alex me abraza. Yo le correspondo al abrazo, disfrutándolo, sintiendo su apoyo. Al final va a ser cierto que los abrazos reconfortan y curan heridas.
―No me gusta verte así -me susurra al oído -. Y menos por ese gilipollas. ¿Y por qué no intentas hablar con Luna de esto? Advertirla de cómo es Pablo, para que no sufra lo mismo que tú -me sugiere.
―¡Buff! ¿Y si eso me lleva a más problemas con Pablo?
Mis ojos denotan miedo.
―Tu mirada me preocupa, Chiara -Me coge de las manos. Tanta cercanía me pone nerviosa. No estoy acostumbrada a tantas muestras de cariño y apoyo y me siento un poco incómoda.
Alex no sabe todos los detalles de mi relación con Pablo. No quiero preocuparle con mi historia. Todavía no es el momento para confesarle todos los detalles. Y tampoco quiero hablar de esto ahora.
―¿Le tienes miedo?
Bajo mi mirada, avergonzada. Parece que Alex tiene un radar para identificar mis estados de ánimo y mis sentimientos. No se lo he contado a nadie, pero Alex tiene, otra vez, la razón. Le tengo miedo, aunque aparente que no. Aunque finja ser fuerte ante su presencia, pero, en el fondo, le tengo miedo.
Una lágrima desciende por mi mejilla. Alex separa una de nuestras manos unidas para secármela y vuelve a entrelazar nuestras manos. Mis manos tiemblan de nervios ante la confesión que estoy a punto de hacer. Me tomo unos segundos para reunir fuerzas, Alex espera pacientemente.
―Sí.
Alex me abraza durante unos segundos y me acaricia la cabeza, mientras yo lucho por no llorar. No se me hace fácil admitir tal cosa. No es fácil abrirse a otra persona, pero con Alex es diferente. Me he abierto a él y, a pesar de lo que pensaba, me siento bien, liberada.
―No voy a permitir que te haga daño -me promete.
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La riqueza del corazón || Alex Hogh Andersen || #Wattys2019
Ficção AdolescenteLas decepciones en sus amistades han hecho que Chiara no confíe en nadie y que haya perdido el interés en hacer amigos. Para ella, el maravilloso mundo de los libros es la mejor compañía. Los libros nunca te fallan, no te engañan. Alex, un joven de...