24

54 6 0
                                    

El sonido de la cafetera me despierta. Tardo dos segundos en recordar que estoy en casa de mi profesor. ¿Qué diría el instituto si se enteran de esto? ¿Sería malo para él? ¿Para ambos?

―¡Buenos días! ¿Qué tal has dormido? -se interesa, Antonio.

―Bueno... No he tenido pesadillas, así que no me puedo quejar -bromeo.

―¿Desayunas café? Si no, tengo Cola-Cao.

―Un café estaría bien.

Antonio me prepara el desayuno y se niega a que le ayude. Junto a la taza de café caliente deja un plato con dos magdalenas, galletas, un puñado de cereales de chocolate y un mini-croissant para que tenga variedad para elegir.

―¿Sabe tu madre que estás aquí?

―No...

―Deberías avisarle. Estará preocupada -me interrumpe.

―Antes de que te encontrara, le mentí para no preocuparle y le dije que estaba en casa de una amiga. Pero ya le contaré la verdad cuando esté con ella. 

―¿Estás preparada para volver a casa y enfrentarte a la situación?

Es una buena pregunta: ¿estoy preparada? Por una parte, siento que no, pero, por otro, pienso que solo ha sido una bofetada. Nada más. Quizás estoy haciendo un castillo de arena de un grano. 

―Aunque no esté preparada, lo tengo que hacer. Cuando mi padre no está bebido, es más fácil hablar con él -le sonrío para tranquilizarle. 

―¿Quieres que hablo yo con él? Hacerle ver que por esa tontería no puede actuar así.

―Agradezco de corazón que me quieras de ayudar, de verdad. Pero no quiero meterte en mis problemas.

Además, mi padre se puede poner agresivo con él por defenderme, por criticar y/o recriminar su actitud y no quiero que Antonio pase por eso. No se lo merece. 

―Pase lo que pase, sabes que puedes confiar en mí.

Más tarde, tras mucho insistir por su parte, me acompaña a mi casa. Cuando estoy por mi calle, a cuatro bloques del mío, recibo una llamada. Es mi madre.

―Mamá ya estoy casi en casa -le comento cuando cojo la llamada.

―¿¡Qué!? -parece un poco asustada y yo freno de golpe, extrañada por su voz -. Es mejor que no subas a casa. Tu padre y yo hemos discutido fuertemente esta mañana y... Bueno... Le he pedido el divorcio -me resume -. Y está un pelín, por no decir, muy enfadado. Es mejor que no te vea por unos días, porque se piensa que tú eres la causante de que se lo pidiera.

―Chiara, ¿qué ocurre? -me pregunta Antonio preocupado al ver mi cara de desconcierto.

―Tenemos que irnos, antes de que pueda aparecer mi padre -le respondo, tapando el altavoz de mi móvil para que no lo escuche mi madre.

Empiezo a andar en sentido contrario a mi casa, alejándome de ese lugar. Antonio me sigue mientras me mira pidiéndome una explicación. Con un gesto, le digo que luego se lo cuento.

―¿Y qué tal estás, mamá? -Estoy realmente preocupada. Solo espero que no haya pasado nada malo.

―Ya hablaremos mejor en persona, Chiara. Estoy en el Hospital con los abuelos.

―¿Le has contado lo que ha pasado? 

―No del todo. Solo que le he pedido el divorcio, nada más.

―Vale -suspiro tranquila -. No quiero contarle lo de ayer...

―Lo entiendo, hija. 

―Voy ahora mismo al Hospital. Nos vemos allí.

Cuelgo y guardo el móvil en el bolso y, después, saco la cartera para comprobar si tengo dinero suficiente para coger el interurbano que lleva al Hospital que, por cierto, no sé qué número es ni en qué marquesina se coge.

―Mi madre le ha pedido el divorcio a mi padre y él está muy enfadado y cree que soy yo la causante de eso -le explico -. Así que es mejor que no me vea por unos días...

―Sí, será mejor. Me alegro que haya dado el paso. Los primeros días serán difíciles, pero luego ya volverá todo a estar bien y podréis ser felices -me anima. 

―Yo también me alegro de que lo haya dado, de verdad. Aunque me da un poco de pena por mi padre -reconozco y agacho la cabeza.

―Ay, Chiara, eres buena chica -me abraza -. Pero os ha descuidado, no os ha respetado y se ha portado muy mal con vosotros. No es tu culpa y no tienes por qué sentirte mal.

Lo sé. Pero soy tonta. Aunque las personas me hagan daño, mucho daño, nunca quiero que sufran. No quiero que les pase nada malo, por mucho que me hayan hecho a mí. Sé que mi padre ha hecho cosas que hacen que no se le pueda considerar como tal, pero aún así siento pena por él.

―Tampoco tienes que dejarle de hablar. Puedes mantener el contacto con él, pero sin convivir con él. Así no viviréis la misma situación que hasta ahora -añade.

―Llevas razón... A ver cómo fluye la cosa -hago un gesto -. Ahora tengo que ir al Hospital. ¿Sabe qué bus hay que coger y dónde?

―Te llevo yo.

―Esta vez, no. Ya has hecho mucho por mí y no quiero molestarte más. 

―Voy a volver a la insistencia -me indica -, así que es preferible ahorrar tiempo, ¿no crees?

Ruedo los ojos, rindiéndome mientras él se ríe. No sé por qué siempre se sale con la suya o igual es que no soy buena tratando de convencer... Regresamos a su casa y, después, me lleva al Hospital. 

―Espero no ser un entrometido, pero ¿qué le pasa a tu abuelo? -me pregunta mientras subimos en el ascensor al tercer piso.

―Leucemia, pero también tiene más cosas, aunque no me han dicho nada. Solo sé que tiene algo más, pero no concretamente el qué. 

―¡Oh, lo siento! Pensaba que sería algún virus o algo. Perdona.

―Tranquilo. Cada día que pasa, asimilo mejor la situación -la puerta del ascensor, se abre.

―Eres muy fuerte, Chiara -me asegura y yo le sonrío.

En la fuente de agua que hay junto al dar la esquina hacia el pasillo de las habitaciones, me encentro a mi madre. Cuando me ve, deja de beber y, rápidamente, viene a abrazarme.

―Lo siento mucho, hija -se disculpa. Sé que se está aguantando las ganas de llorar.

―No tienes la culpa, mamá. No pasa nada.

Me mira a los ojos mientras me acaricia la mejilla y, después, se da cuenta de que estoy acompañada.

―Muchas gracias por dejar que mi hija durmiera en tu casa, de verdad -le agradece -. Mi hija tiene mucha suerte de que su hija sea su amiga.

Antonio me mira y me señala que le diga la verdad. 

―Mamá, él no es el padre de ninguna amiga -mi madre me mira extrañada -. Sí, sé que te dije eso, pero era para tranquilizarte. 

―Entonces, ¿quién es?

―Es mi tutor. Me encontró en la calle y me ofreció ir a su casa para que no me quedara en la calle.

―Ah... Vale. Bueno, gracias de todos modos. Por tenerla en tu casa y por acompañarla hasta aquí -le sonríe. 

―No hay de qué -Antonio le sonríe de vuelta -. Yo me voy ya. 

―Muchas gracias, por todo -le agradezco con una gran sonrisa y le abrazo.

Nos despedimos de él y, después, vamos a la habitación donde está mi abuelo. Nada más entrar, voy a abrazarle. Necesito su cariño y estar con él. Encima le nota que está mejor de color, por lo que supongo que la quimioterapia le está sentando bien. Así que estoy contenta. El tema de conversación durante toda la visita es el divorcio y cómo va a cambiar todo. De momento, mi madre, mi hermano y yo nos quedaremos en casa de mis abuelos.

La riqueza del corazón || Alex Hogh Andersen || #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora