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Hacía tiempo que no veía a mi padre, pero esta tarde, tras haber insistido mucho, he decidido darle una oportunidad para hablar y que me cuente lo que me tiene que decir. Nos reunimos en la cafetería Rossane, que se encuentra haciendo esquina en la calle de nuestra casa. Mi padre prefería quedar en casa, en un sitio tranquilo, a solas, pero yo me negué. No me gusta la idea de estar solos en un sitio cerrado.

El encuentro ha sido muy frío, la verdad. Por mi parte, yo no me he lanzado a darle dos besos ni nada y creo que él, al ver que no tenía la predisposición de una muestra de afecto, no se ha lanzado a saludarme con dos besos. Solo nos hemos saludado con la cabeza y hemos entrado a la cafetería.

―¿Y qué quieres decirme? -me apoyo en el respaldo de la silla, mostrando indiferencia.

―Pedirte que, por favor, volváis a casa. La situación se nos ha ido de las manos.

―¿Se nos ha ido de las manos? -suelto una carcajada -. Has sido tú el que ha provocado la situación con tus actitudes. Ahora estás viviendo las consecuencias -me encojo de hombros.

Dirijo mi mirada hacia la barra de la cafetería y me encuentro a Antonio, que está mirando a mi dirección y cuando ve que le estoy mirando, me pone una cara de circunstancias al ver quién es mi acompañante. Con un ligero movimiento de cabeza, le indico que no pasa nada.

―No merezco estas consecuencias -apunta Ignazio y me termino el refresco de un sorbo.

―No nos metamos en eso ahora...

―Deberíamos -me señala -. Porque esa creencia de que lo merezco hace que no queráis saber nada de mí. 

―No es esa creencia lo que nos hacer querer eso, sino tu comportamiento -le corrijo -. ¿Tengo que recordártelo? -niega con la cabeza -. Pues ya está. No vamos a volver, así que ya me voy.

Me levanto de la silla, dispuesta a marcharme, pero mi padre me coge de la muñeca, reteniéndome.

―Chiara, por favor. Piénsatelo.

―No hay nada que pensar. Está todo muy bien decidido.

Ignazio se levanta, aun teniéndome agarrada de la mano y se coloca en frente de mí. Me estoy sintiendo incómoda y estoy muy nerviosa. De reojo miro a ver si Antonio sigue en el mismo sitio. No me gustaría que lo presenciara. Pero ahí está, mirándonos fijamente.

―Chiara, piénsalo porque las cosas pueden empeorar -me amenaza.

―No tenía que haber venido -me arrepiento.

Me deshago de su agarre, cojo mi chaqueta y salgo del bar. Necesito aire fresco. Por desgracia, mi padre sale detrás de mí. Me coge, esta vez, del brazo para detenerme. Veo que Antonio está saliendo del bar, posiblemente, porque ha visto a mi padre salir disparado hacia mí y se queda a una distancia prudente.

―No he terminado de hablar.  Avísale a tu madre que se prepare, porque lo va a perder todo en el juicio -me advierte. 

Después, se marcha, dejándome aliviada. Antonio se acerca a mí y me coge de los brazos.

―¿Estás bien? -afirmo con la cabeza -. ¿Qué hacías con él? ¿Te ha vuelto a perseguir y a obligarte a tomar algo con él?

―No. Habíamos quedado para hablar.

―¿Qué? -Antonio me mira perplejo.

―Me dijo que tenía algo importante que decirme y, bueno, al final acepté reunirme con él para escucharle. Ha sido una estupidez, porque no me ha dicho nada en especial...

La riqueza del corazón || Alex Hogh Andersen || #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora