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Sábado

Estoy pasando la ropa de mi armario para escoger qué ropa llevar esta noche cuando los gritos de mis padres captan mi atención. No soy capaz de entender lo que dicen, por lo que decido acercarme sigilosamente al salón, donde están discutiendo.

―¡Déjala que venga a la hora que quiera! ¡Ya es mayorcita!

Ruedo los ojos, están discutiendo por mí. Mi padre quiere ponerme hora límite (las 12:30) mientras que mi madre quiere todo lo contrario: que llegue cuando quiera. Me da rabia que discutan, porque siempre se acaba haciendo lo que quiere mi padre.

―¡Está en mi casa, por lo que tendrá que estar a las 12:30 aquí!

―También es mi casa -le recuerda mi madre -. Hay que tener en cuenta mi opinión.

Escucho el golpe de una lata, siendo de él, de cerveza contra la pared. Eso significa que mi padre ya ha alcanzado el nivel de agresividad, fruto de que no se haga lo que él quiere. Intuyo cuál será su siguiente paso: levantarse del sofá y gritarle a mi madre en la cara para que, como todas las veces, mi madre ceda. Para evitar eso, entro en el salón.

―¿De verdad me vas a poner hora límite? ¿Cuántas veces tengo que decirte que soy mayor de edad? ¡No soy una niña! -niego con la cabeza, indignada.

No consigo evitar lo que quería, pero sí que se lo hiciera a mi madre. Mi padre se levanta y se dirige hacia mí, doy un paso hacia atrás instintivamente.

―¿Cuántas veces tengo que decirte que mientras estés bajo este techo tendrás que obedecer mis reglas? -me chilla.

El fuerte y mal olor a cerveza que se desprende de su boca hace que aparte la cara con un gesto de asco. Ya me estoy cansando de tener que vivir bajo su control, de darle el placer de sentirse ganador. El hecho de pensar que me puede estropear esta noche de diversión, hace que estalle contra él, que me enfrente.

―Vale, tranquilo, esta noche no dormiré bajo este techo, así que no tengo por qué obedecerte.

Salgo disparada del salón, mi padre me llama, pero no le hago caso. Cierro la puerta de mi habitación de un portazo y me tiro a la cama. Cojo una almohada y ahogo un grito de rabia en él. Mi madre me pide permiso para entrar en mi habitación y le digo que sí.

―¿A qué te refieres con que esta noche no dormirás bajo este techo? -me pregunta preocupada.

―Voy a llamar a la abuela a ver si me deja dormir en su casa. Además, su casa está más cerca del lugar donde vamos a estar que ésta.

Mi madre asiente con la cabeza, después, observa mi armario abierto y se dirige a él. Mueve unas cuantas prendas y saca un pantalón negro pitillo y un suéter de lana de color rojo.

―Este conjunto con las botas marrones claras te sentaría muy bien.

―Sí. ¡Buena idea!

Mi madre me sonríe y deja la ropa encima de la cama.

―Si necesitas ayuda con algo, me dices. Te he metido más dinero en la cartera por si acaso. Disfruta de la noche -me da un beso en la frente.

―Gracias, mamá.

Mi madre sale de mi habitación. Compruebo que falta una hora para la hora de quedada, así que me levanto y me dispongo a maquillarme. Simplemente, me pinto la raya del ojo, me echo rimmel y me pinto los labios de color rojo. No me gusta ir maquillada, porque me siento disfrazada. Soy muy simple a la hora de maquillarme.

Antes de vestirme, llamo a mi abuela. No le digo el motivo real por el que quiero dormir en su casa, simplemente le explico que su casa está más cerca del bar al que vamos a ir. Hago un gesto de celebración cuando me deja y me recuerda que coja las llaves de repuesto que tiene mi madre. Se lo agradezco y termino de prepararme.

La riqueza del corazón || Alex Hogh Andersen || #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora