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Ahí está.

Sentado en la misma mesa que nos sentamos el otro día, con los hombros apoyados en sus rodillas, sosteniendo su cabeza. La ropa que lleva es un poco más arreglada que la que suele llevar habitualmente, pero sigo mostrando cuál es su situación: una camisa blanca que le queda grande, un pantalón vaquero azul desgastado y unos zapatos negros muy usados.

Cuando estoy a unos pocos pasos de él, levanta la cabeza, intuyendo que alguien se acerca. Rápidamente, se levanta sin darme tiempo a intuir cómo se encuentra viéndole la cara y me abraza. Le devuelvo el abrazo. Yo también necesito el cariño de otra persona, concretamente, de él. tras este desastroso día. Solo espero que Alex haya tenido un buen día, pero sé que no es así cuando por fin le veo la cara.

―¿Qué ha pasado?

Alex niega con la cabeza, mientras se muerde el labio inferior, como si no le salieran las palabras de la boca. Le abrazo de nuevo. No me gusta verle así.

―Gracias por venir -me susurra en el oído mientras seguimos abrazados.

Nos sentamos. Alex me cuenta que, nada más llegar al lugar de la entrevista, le echaron, porque sabían (no sabe cómo, supone que le habrán visto) que es un vagabundo y no querían una persona así para el trabajo.

―Se podían haber dignado a hacerme la entrevista y luego no aceptarme en el puesto, porque entiendo que se presentarán personas con más experiencia o lo que sea y no cogerán a todas. Pero, joder, ni se han dignado a eso, ¡qué es lo mínimo! -concluye, indignado.

―No sabes la rabia que estoy sintiendo ahora mismo -niego con la cabeza -. Nunca he sentido tanta, de verdad. Es muy injusto lo que te han hecho -se me cae una lágrima de sólo pensar cómo se ha podido sentir en ese momento. Me la quito rápidamente -. Podían rechazarte después, como harán con otros candidatos, pero que ¿no te entrevisten? Eso es de ser unos impresentables.

―Me siento despreciado -me confiesa, mirándome a los ojos, que me transmiten un profundo dolor -. Vas con toda la ilusión, pensando que, al menos, tienes la oportunidad de cambiar tu rumbo de vida y ni siquiera te dejan tenerla por el simple hecho de ser un mendigo. ¿Qué hay de malo en eso?

―No hay nada malo en eso, Alex. Tú no tienes nada malo, son ellos, que están llenos de prejuicios y no son capaces de entender que tu situación no te define y que puedes desarrollar un trabajo como otra persona cualquiera. La residencia de una persona no marca su desempeño laboral.

Estoy cabreada, muy cabreada. ¿Por qué el mundo es tan injusto, tan lleno de prejuicios? No entiendo cómo pueden negar la entrevista a alguien solo por no tener una casa donde vivir. En serio, es algo que me cuesta creer. ¿Por qué Alex o cualquier otro vagabundo no puedo optar a un trabajo? No tener un hogar no significa que no se vayan a esforzar o que van a ser unos vagos o lo que sea. Es cierto que ciertos trabajos necesitan tener una carrera universitaria, pero hay otros muchos que no. ¿Por qué no les dan una oportunidad?

―A veces pienso que la felicidad o esperanza con la que afronto la vida es tan solo un escudo para no darme de cuenta de mi verdadera situación -se tapa la cara con las manos y llora.

―Alex.

Le aparto las manos de la cara, le abrazo y le doy un beso en la mejilla. Me rompe el alma verle llorar, verle romperse de esa manera ante mí. No se lo merece. Le entrego un paquete de pañuelos que saco de mi bolso. Él saca uno y seca las lágrimas.

―¿Sabes qué aprendí de ti el día que estuvimos hablando tras mi audición?

Alex me mira y ahora puedo notar una pizca de curiosidad.

La riqueza del corazón || Alex Hogh Andersen || #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora