Chapter 4

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–Acepto todo lo que me pidas –habló firme. Una profunda calada al miedo de la chica fue todo para que la satisfacción le consumiera.

–Así me gusta –sonrió.

Volvió a hacer lo que había hecho hace unos momentos, desapareció y volvió a aparecer, esta vez para hacer oficial el trato. Qué bien jugaría esta noche.

(...)

Con un rápido movimiento había vuelto a su forma espectral. Su cuerpo blanco como la misma nieve, sus ojos amarillos como el mismo ámbar, sus uñas largas, iguales a unas garras. Colmillos asomando en sus dientes y sus cabellos cubriendo más de su rostro.

De la nada comenzó a levitar, un aura espantosa salía por su espalda. Ella estaba expectante, no sabía si debía correr y tratar de salvar su miserable vida, o quedarse ahí y dejar que la mate. De todas maneras, hiciera lo que hiciera, el hombre la atraparía. De eso no tenía dudas.

El chico sonrió cuando la herida volvía a sacar ese asqueroso líquido negro, pero este estaba hirviendo. La herida reconocía que el chico ya tenía planes para ellos.

La chica se quejaba, los gemidos de dolor y las lágrimas no paraban, de a poco fue cayendo al suelo tomando en su única mano buena, la mala. Buscaba con desespero bajar el dolor, detener la secreción.

La sangre comenzaba a salir acompañada de ese líquido, intentando de que parara sostuvo con mayor fuerza. No funcionó. Era completamente inútil, y detener el miedo que la comía era mucho más complicado que detener el molesto líquido.

Una carcajada, que podría haber puesto la piel de gallina a cualquiera, salió de la boca del demonio. Su sonrisa desapareció.

–De pie –ordenó.

La chica, involuntariamente, se puso de pie, la cabeza en alto y las lágrimas corriendo por sus mejillas.

Unos hilos de color dorado salieron de la muñeca del chico, todos estos fueron a dar con la espalda de la chica, enterrando aquellos cien hilos en su piel. El grito no se hizo esperar, pero, aun así, los vecinos no se alertaban.

Ella pedía ayuda, no podía hablar, pero deseaba con toda su alma que alguien le ayudara, ese dolor es más que el infierno mismo. Sentía como si fuego estuviera quemándola por dentro, como si su sangre fiera lava ardiente corriendo por sus venas.

Uno a uno fue quebrando sus huesos. El crujir de cada uno, ver cómo la piel subía y bajaba por los movimientos de los huesos era más que satisfactorio para el chico.

Por una mala maniobra, un hueso de la clavícula salió a la luz rompiendo parte de la piel. El grito de dolor de la joven llenó los oídos del demonio. Aspiró con su nariz cada rastro de miedo, dolor y agonía que la chica emanaba, como si aquello le diera la comida del día las energías que necesitaba, indispensable.

–Uy, eso no debió pasar –dijo en un tono irónico, falsa inocencia– Tenemos que hacer lo mismo con la otra parte –sonrió.

Sin más demora, rompió la otra parte de la clavícula, las lágrimas y la sangre escurría por su cuerpo. El alarido de dolor para los vecinos no significó nada, y aquello estaba molestando a la chica.

Los hilos poco a poco fueron cambiando de color, ahora eran de color vino.

Ella estaba pálida, de seguro moriría en unos instantes si es que aún no lo estaba. Su cuerpo estaba débil, como si hubieran absorbido cada líquido de este. Sus ojos resaltaban sobre el desgastado aspecto y sus anos temblaban, todo su cuerpo para ser sinceros.

La sangre pasaba por los hilos de manera lenta, haciendo más tortuoso todo. La chica sentía todo aquello como el dolor más horrible que jamás experimentó en toda su vida, como si estuvieran tomando gota por gota, con cada una era un dolor insoportable.

Los gritos, gemidos y alaridos por cada hueso que iba rompiendo el demonio estaban por toda la casa. Satisfacción, eso sentía el muchacho de solo escucharla gritar o sollozar por ayuda.

Ella se retorcía en el suelo, dando vueltas en intentando sacar esos malditos hilos de su espalda. Sus manos no se movían, sus huesos estaban completamente rotos, por lo que era imposible poder hacer algo con ellos.

–No lo hagas así, te lastimarás –frunció el ceño.

Con mayor fuerza rompió una mano de la chica, ésta sonó tan bien a los oídos del chico que hizo que este sonriera. El grito de la muchacha inundó cada esquina del amplio departamento, y los oídos del chico tuvieron esa satisfacción tan placentera que casi y le hace suspirar.

–Vamos, dime qué quieres –se acercó a su oído susurrando.

Los gemidos de dolor era lo único que recibía por respuesta.

El suelo estaba con sangre, sus huesos de la clavícula dejaban verse con sangre y músculo, todo eso a los ojos del demonio era lo más hermoso de su no-vida. Ver el hueso sucio aún con finos hilos de sangre, con músculo semitransparente debido a lo poco que faltaba para cortarlo.

–¡Dilo! –gritó apretando aún más su brazo.

–Fama... –susurró, casi inaudible– Dinero... –la sonrisa en los labios del chico daba miedo– Mi trono de vuelta.... –susurró finalmente.

–Muy bien... –sonrió y rompió más los huesos ya rotos. Escuchar solo el crujir de los mismos era como la satisfacción máxima del pelinegro, quien cerraba sus ojos para disfrutar un poco más de aquella melodía.

Al cabo de media hora de tortura para la menor, todo acabó. El cuerpo de la muchacha estaba ya roto, inmóvil y con sus ojos blancos. Su mano se posa en su cuello, dándole vida. La necesitaba aún.

Y como si de un títere se tratase, al soltar los hilos, el cuerpo cae de nuevo. Puede apreciar mejor su obra, quien no podía moverse y cada vano intento de hacerlo traía consigo un fuerte alarido de dolor.

Él, al notar que faltaba algo, le rompió la camisa que llevaba para poder ver su espalda, en la cual escribió, con su uña, su nombre.

Jisung

Una vez hecho esto, estaba todo listo. Su alma y vida era completamente de él. El trato estaba completado y sus oídos satisfechos del dulce sonido de la perdición, dolor y la mirada llena de miedo de la muchacha.

A dos cartas |Park JisungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora