Entró al castillo, tan imponente y al mismo tiempo hermoso, tal y como lo recordaba. Suspiró y con algo de miedo dio el primer paso, subiendo las escaleras con su rostro serio, neutro, sin mostrar más allá de un simple rostro congelado, pálido. Sus manos medianamente venosas y pálidas estaban ocultas en sus bolsillos, sus cabellos negros, con mechas rojas, saltaba con cada paso, y su cuerpo se cubría con la ya conocida ropa de sus años.
Un pantalón de tela hasta sus tobillos color café claro, una camisa holgada blanca y sus zapatos negros. Al cruzar el umbral de la torre más imponente, cambiando totalmente su aspecto. Su cabello completamente negro, una camisa negra ajustada y desabotonada en sus primeros tres botones, dejando expuesta gran porción de su piel, abrigado en una chaqueta de cuerina brillante verde metal y sus jeans negros. Entró y caminó por la alfombra roja.
Jamás lo citaban a la oficina de su jefe. Lucifer siempre lo citaba de manera "anónima", buscándolo mediante de personas muertas, mandando mensajes en su cabeza o simplemente con el característico silbido, que lo llamara directamente a su oficina sí daba cierto miedo.
Jamás había entrado ahí, no sabía qué pasaba ahí dentro o qué había hecho, pero se sentía cual niño regañado por sus padres. No evitó sentir la corriente eléctrica recorrer su espalda cuando el frío tacto de la madera llegó a sus nudillos, tocando la puerta y ésta abriéndose casi de inmediato. Entró.
La espalda de cuero negra de la habitación le dio la bienvenida. Y, joder, no esperaba algo menos que esto, es decir, era solo un gran lugar, una torre amplia e iluminada por el rojo del exterior, con un escritorio y una silla en medio, a sus costados habían armas de tortura de diferente tipo, algunas bastante usadas alrededor de la sala, la ya conocida dama de hierro cerca de una librería donde sabía, había venenos de diferente calibre, el hacha del verdugo apoyada en el escritorio, una guillotina detrás de donde estaba Lucifer, una cuna de judas algo más alejada de donde estaban, una rueda de despedazar también estaba por ahí y así más. Se sentó en una silla, levitando por si había alguna trampa sucia.
Entonces la silla giratoria volteó en su dirección, dejando ver a un joven que, si aseguraba su sexualidad, daba esa sensación en el vientre, miedo quiso suponer. Era guapo, pálido y de blanca tez.
–Un gusto volver a verte, pequeño traidor –y eso caló en su cabeza. ¿Traidor?
–Lo siento, mi señor –hizo una pequeña venía desde su lugar– Pero no entiendo nada, ¿Traidor? A que se refiere.
–Oh, mierda, Jisung –el tono molesto, grueso y áspero le hizo dudar si salir de la sala era buena idea o no– Has traicionado a tu raza con solo ver de otra manera a tu víctima.
Y entonces entendió todo, tragó grueso al verse acorralado.
–Se te ordenó desde el primer momento en que se te mandó a la tierra de los vivos, que el nombre que se grabara en tu hoja era condena, un muerto más que debía venir al umbral, vendría contigo y sería uno más, pero no –el hombre bufó y se dejó caer en su silla, enojado– Jugaste a ser el genio de la lámpara, jugaste a ser quien cumpliera sus deseos a mis espaldas, te pregunté millones de veces qué había pasado con ella, ¿Y qué respondiste? –el hombre guardó silencio, esperando.
–Acabé con ella –y el chico citó sus respuestas de antes, viendo como el hombre frente a él asentía lentamente.
–Exacto, bastardo –lo vio levantarse de su asiento, caminar hasta estar detrás de él– Te dije, esa muchacha no es más que una gota en un vaso de agua, la matas y nadie se dará cuenta –y Jisung recordó a Tharey, a sus fans. Le tuvo compasión, piedad– Pero no, fuiste y jugaste a ser el jodido genio de la lámpara –jadeó, su cabeza fue estrellada contra el escritorio.
Sintió la presión en su lado derecho de su cabeza, como las cosas que anteriormente estaban sobre la madera ahora caían, y sintió la larga y puntiaguda lengua del hombre recorrerle gran parte de su cara.
–Debería matarte y beber tu jodida sangre, bastardo –jadeó de nuevo cuando su cabeza fue dejado caer de nuevo en un golpe seco sobre la mesa– Te di una oportunidad, de poder subir tu jodido rango ¡Habías matado miles de personas antes! ¿Y qué hiciste ahora? ¡Dejaste a una jodida mortal viva! Esa perra sabe más de lo que debe, sabe que existimos y que encima, hacemos pactos ¡Le dice a alguien más y estamos jodidos, Jisung! Todo por jugar al amiguito nuevo.
–Lo... Lo siento –su voz no salía. Sentía su garganta anudarse, como su mundo pronto se volvía borroso– Pero –tragó con dificultad– Te tengo un tra... –jadeó de nuevo cuando sus cabellos fueron jalados con fuerza.
–No vengas con cuentos de nuevo, bastardo.
–No... Juego.
–Habla ya, traidor –ordenó, sin dejar de tomar la cabeza, alzándola de nuevo para un golpe futuro.
–La... La traeré, lo prometo –su voz era débil, sentía el sabor metálico en su boca, como su mandíbula dolía– Será... Será como nosotros, un... Una más... –su voz se cortaba, sentía como la mano que estaba en su cabeza dejaba un dedo caer en su cuello, sintiendo como la uña se iba enterrando lentamente en su carne– Solo... Solo dame un poco más de tiempo –y habló rápido, el miedo acumulándose dentro de él.
–Cuanto.
–Un mes.
– ¿¡Un jodido mes para traerla!? –gritó, y enterró con más fuerza su garra, sacándole un fuerte gemido de dolor a Jisung, quien tuvo que esconderse en su brazo para evitar maldecir. No quería faltar un poco más, en esos momentos, irónicamente, su vida pendía de un hilo– No es complicado enterrar un jodido cuchillo, ¡Maldición!
–Necesito... Necesito tiempo, hay una –tragó grueso de nuevo, sentía la lengua recorrer la herida, lamiéndola y succionando su sangre. No era sangre, era más como un líquido negro y apestoso, pero aun así seguía corriendo por sus venas– Hay una manera de traerla, no hay necesidad de matarla –se vio sorprendido a sí mismo cuando no hubo tartamudeo.
–La quiero muerta.
–No... No hay necesidad de ello, puedo traerla –jadeó cuando sus cabellos fueron jalados de nuevo– Viva.
El hombre pareció pensarlo; una persona viva, siendo demonio al mismo tiempo era como jugar a ser, irónicamente, Dios. Podía tener mayor poder, la usaría para más cosas en el mundo de los vivos, y, demonios, parecía muy tentador. Podría ser incluso más fácil clonarla, teniendo ese tercio de alma viva y pura que muchos de los que llegaban no tenían. Podía traerla viva, extraerle su trozo de alma viva y podría hacerse más grande.
–Un mes, Jisung –advirtió, lamiendo una última vez la herida. El sabor a podrido de su sangre era tan dulce– No te daré un día más, al acabar este mes, quiero el cuerpo vivo de esa mocosa en mi territorio. Si no es así, tu alma correrá con la misma suerte que tu padre.
Dejó caer de golpe, y con más fuerza, la cabeza del joven sobre el escritorio. Vio como la sangre de Jisung corría por su frente y como este había cerrado sus ojos casi de inmediato, jadeando en el proceso.
Soltó una risa forzada antes de salir de la habitación, dejado al chico desangrándose lentamente.
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A dos cartas |Park Jisung
FanfictionCuando pronto se ve arrinconada, con manos tratando de quitar la corona que tanto le costó conseguir, sus medidas deben ser igual o más desesperadas que la situación. Porque nada está yendo como a ella le gustaría, y probar un poco del otro lado no...