—Quiero besarte y acostarme a tu lado y despertarme junto a ti cada día de mi vida, hasta que muera, dentro de muchos, muchísimos años. No quiero tener un recuerdo, un mero recuerdo...
—Yo tampoco quiero conformarme con recuerdos. Lo que yo deseo es tu pelo, tu boca, tus brazos, tus ojos y tus manos. No sabía que era capaz de amar tanto a una persona.
(Phillip Pulman)
Magnus miró a su niño –sí, así pasarán cien años seguiría siendo Su Niño– dormir.
Sonrió, sintiendo como el lazo entre ellos –aquel que marcaba a los predestinados– se había hecho más fuerte con su unión. Siempre había tenido miedo, viendo a Alec crecer –cambiar de bebé a niño, después a adolescente y comenzar su juventud– mientras él permanecía casi igual, de qué es lo que sucedería si Alec decidía quedarse en el reino FOIRFE o, como hasta ahora, ir de un lugar al otro...porque entonces el tiempo seguiría trascurriendo diferente para ambos y eventualmente...
Hoy ya no tenía que preocuparse. Primero, porque Alec era mayor de edad y si él ya no quería y aunque le doliera romper lazos con su madre, ya no tenía que volver al reino FOIRFE nunca más. Y segundo, porque Magnus lo sabía ahora: podía sentir la magia recorriendo a Alec, desde su interior y fluyendo con cada latido sincronizado con el suyo.
Recorrió con ternura, casi flotando por encima, la mejilla de Alec; su pulgar rozando el pómulo ruborizado de Alec; delineó los labios entreabiertos que se movieron ante la caricia como si quisieran atraparlo; Alec suspiró mientras Magnus seguía la línea de su nariz y se detenía en su frente, barrió el flequillo rebelde de Alec y después pegó más sus cuerpos, rodeó su cintura con un brazo y los apretó juntos, besó la piel que había descubierto y después dejó su propia frente sobre el hombro de su predestinado.
Cerró los ojos, aunque él no dormía. Podía sentir la magia del lugar tarareando alrededor de ellos. Sentía también, y era infinitamente mejor que cualquier magia, el corazón de Alec: la canción que sólo dos corazones predestinados sabían cantar, la melodía de cada latido llamándose.
Alec suspiró y balbuceó algo entre sueños. Sus labios se fruncieron y después se curvaron en una sonrisa que Magnus no vio, pero que sintió como si fuera suya, en su cabeza la misma imagen que provocaba esa dicha en Alec: un bebé de cabello oscuro y ojos azules, unos ojos llenos de magia, la magia de un liberto puro.
Magnus apretó más a Alec contra él. Habría querido que fuera posible mucho más que sólo unir sus cuerpos haciendo el amor, quería fundirse en uno solo y no separarse nunca más.
Alec, todavía dormido, lo abrazó también. Toda su piel desnuda en contacto. Había magia zumbando entre ellos, no sólo por lo especial del lugar. Eran ellos lo que creaban lo mágico del momento: era la unión pura entre dos seres predestinados.
Magnus sabía lo que era esto, sentir la magia corriendo por sus venas, pero nunca lo había notado en Alec, no tan fuerte. En su pecho latía con su corazón y en su vientre...
Magnus llevó una mano al vientre plano de Alec, lo que provocó un suave gemido de su predestinado, sus caderas se mecieron suavemente. Magnus besó su hombro y llevó su otra mano a la espalda baja de su niño.
—Aku cinta kamu, Alexander Lightwood —susurró contra su piel.
«Te amo».
Cerró los ojos y se ordenó disfrutar del último momento juntos antes de ir a la Guerra.
«Duerme y aférrate a él esta noche para después soltarlo y luchar por un futuro juntos».
* * *
Desgraciadamente, la Guerra no espera ni entiende de deseos.
A veces no seguimos nuestros instintos, nuestra intuición, porque nos hace sentir malas personas.
Y siempre hay consecuencias a nuestras acciones y también a lo que dejamos de hacer.
La magia del lugar se vio rota, fue violado el Lugar Sagrado de las Almas Gemelas, hecho añicos explotó como un cristal multicolor. Dolió a cada Liberto y cada ser mágico.
Despertó a los amantes desnudos que se refugiaban entre sábanas de magia y amor.
Alec luchó por abrir los ojos y orientarse. Tratando de aferrarse a Magnus, no entendía por qué de repente lo arrebataron fuera de sus brazos.
—¿Magnus?
¡Magnus! ¡Magnus!
¡Ah! ¡Y cómo dolía su corazón!
—¡Me rindo, me rindo! —y ese era Magnus—. Sólo no...no lo toquen, no le hagan daño a él...no a él.
Alec quiso salir de la cama, cruzar esa barrera que parecía separarlos, pero no podía. Por alguna razón no podía, ¿era magia lo que lo retenía?
—No lo toquen —Magnus seguía rogando.
—Déjenlo —y ese era Robert—, él no hace falta. Con este sucio y antinatural ser es suficiente. Sin su lider, se rinden y no hay guerra. Y si su lider muere, quizá mueran todos. No más Gen H ni perversión.
¡NO!
Alec quería ir tras ellos.
¡NO!
Si Magnus moría, él también.
E incluso si no, sin Magnus no quería vivir.
¡Magnus!
¿Cómo podía dejarlo atrás?
Su pecho dolía, sí, pero no era como si estuviera muriendo. Eso era bueno, ¿verdad?, mientras su corazón latiera significaba que Magnus seguía vivo y él podía luchar para salvarlo. Hasta su último aliento lo intentaría.
Esa última pizca de magia exhaló un suspiro –liberando a Alec– cuando la puerta se cerró, aquellos hombres llevándose a Magnus y Alec creyó ver a Imasu Morales entre ellos.
Alec sintió el pánico recorrerlo. El miedo. Y tenía que hacer algo, tenía que salvar a Magnus, pero también tenía que avisar en la SAOIRSE que uno de los suyos los había traicionado.
Y si logró llegar a este lugar Sagrado, irrumpir en la Comunidad Libre no le costaría nada.
La Guerra había empezado y estaba desequilibrada la balanza porque Imasu Morales era un traidor.
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Gen H (Malec)
FanfictionTERMINADA» La homosexualidad es una mancha en la perfección del reino Foirfe «Perfecto». El llamado "Gen H" y es detectada en los humanos con ojos azules. ¿Qué hacer cuando uno de los príncipes tiene el Gen H activo? Obra registrada en safecreative:...