Capítulo 22

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Iba camino a la cala, si tenía suerte Natalia estaría allí. Sabía que no podía ir a su casa por lo que me dijo aquella vez que me acerqué para verla así que mi única opción era encontrarla en aquella playa.

Después de un pequeño rato hablando con mi hermana llegué a la conclusión de que, spoiler: me faltan dos neuronas. Quería una explicación por parte de la motera y cuando vino, supongo, a dármela lo que hice yo fue cerrarle la puerta en la cara. Sigo estando asustada por la posibilidad de que yo no signifique nada para Natalia porque como le había dicho a Marina hace un rato, me estaba enamorando de la motera y me dolería demasiado haber sido solo un juego para ella.

Sonreí levemente al ver la moto de mi novia aparcada entre otras tres que reconocí como las de Miki, Julia y Dave. Estaban los cuatro sentados en el tronco que había en la arena, Natalia se encontraba en una esquina fumando, no parecía que estuviera participando en la conversación con los otros tres chicos sino que se le notaba distraída, pensando en otras cosas, con la mirada seria al fente.

—Hola Alba. —Julia fue la primera en darse cuenta de mi presencia saludándome con una sonrisa.

—Hola chicos. —Les salude para luego concentrar mi vista en Natalia que me miraba con una expresión que no conseguí descifrar. Me puse un poco nerviosa. —¿Podemos hablar? —Le pregunté señalando con la cabeza el otro lado de la playa.

La chica simplemente se levantó, alejándose de los demás y dejándome atrás, esperando a que la siguiera pero sin mirar atrás o dirigirme la palabra. Mientras andaba sobre la arena, estaba concentrada en encender de nuevo su porro con un mechero que apenas funcionaba. Esa simple imagen de Natalia, con el cigarrillo entre sus labios y sus manos alrededor de él tratando de prenderlo, me hacía perder la cabeza. Y las bragas, por cierto.

Pero me dolió que no me dirigiera la palabra. O que incluso ni me mirara. Le seguí a lo largo de la costa, tal vez durante unos tres minutos, el caso es que nos detuvimos a unos cuantos metros de donde estaban nuestros amigos, tampoco había mucho más espacio en la playa debido a que la marea no había terminado de bajar. Ella paró en seco, dirigiendo su vista al mar. Sobre el agua, comenzaban a reflejarse los preciosos colores anaranjados propios del atardecer, una vista muy agradable y hermosa que para nada correspondía con la situación actual entre nosotras.

Se sentó en la arena, poniendo sus piernas en posición de indio y dando otra calada más a su cigarro. Estuvimos en silencio aproximadamente un minuto, estaba claro que ella esperaba que yo hablara primero pero lo cierto es que yo no sabía ni por dónde empezar. Me había comportado como una auténtica gilipollas, la verdad sea dicha. Quería pedirle perdón y abrazarla hasta que mi piel se fusionara con la suya, siendo ambas una sola. Quería protegerla del mundo, quería... No sé. Quería todo con ella.

—¿Y bien, rubia? —preguntó echando todo el humo al aire.

—Nat... Lo siento muchísimo. He sido una gilipollas. Me enfadé porque no me respondías a los mensajes, sin darme cuenta de que posiblemente necesitabas tiempo sola. Pero vi cómo tu padre te sacaba prácticamente a rastras de aquí y eso me preocupó muchísimo. —dije suspirando antes de dirigir mi vista también al horizonte. —Cuando ignoraste mis mensajes me sentí... No lo sé, llegué a sentirme utilizada, a sentir que era un juego cuando en absolutamente ningún momento me diste motivos para ello. Estaba tan centrada en mí que ni siquiera me paré a pensar en cómo te sentías tú. Cuando viniste a casa estaba tan enfadada, tan... No sé. Simplemente no te dejé explicarte y me siento fatal. Me siento muy mal por haber dudado de ti apenas un segundo, por pensar que simplemente querrías jugar conmigo o por no dejarte hablar. Soy tan idiota... —Suspiré, mirando su cara esperando algún tipo de reacción.

—Yo también lo siento... —susurró ella. —Debería haber dado señales de vida, entiendo que hayas estado tan preocupada y he sido muy estúpida de no haber ido a tu casa antes. Ademas lo que te he dicho esta mañana...

—No, tenías razón. No debería haberme puesto así por unos mensajes. Tienes todo el derecho del mundo a querer estar sola, a no hablarme, no tienes por qué responderme siempre.

—No, no. —negó rápidamente. —Lo que te he dicho esta mañana... nunca he pensado eso, no sé ni por qué te lo dije. No es que no quisiera responderte... Es... —ella suspiró, dejando la frase en el aire.

—¿Qué es, cariño? —pregunté esta vez yo.

—Es que, va a sonar a excusa súper barata, pero es que mi móvil esta roto. No funciona la pantalla. —dijo sacándolo de su bolsillo. —Esta puta basura solo sirve para mirar la hora y si acaso cuando conectas los auriculares escuchar música. —Me fijé en el aparato, viendo el cristal totalmente fracturado. —Aunque bueno, la hora cuesta un poco verla... —Dijo con una mueca.

—Dios mío... —dije sorprendida al verlo. —¿Qué le ha pasado?

—Mi padre le ha pasado. —suspiró, mientras jugaba con ello en sus manos. —Se cabreó, para variar, y lo estampó contra la pared.

—Joder.

—Ya... —respondió con una risa triste.

—¿Estás bien? —pregunté, más preocupada.

—¿Yo? Sí. Si el móvil es lo de menos.

—No. —negué con mi cabeza. —¿Cómo estás tú? ¿Qué tal estos días?

—¿Pues cómo van a ser, rubia? —pegó otra calada al cigarrillo que tenía. —Una puta mierda. Pero supongo que irá a mejor. Es cuestión de tiempo. —dijo encogiéndose de hombros mientras inclinaba su cabeza hacia arriba para soltar el humo.

—Lo siento mucho... —susurré, mirando a la arena bajo nuestros pies, incluso algo avergonzada. —Debería haber estado contigo para ayudarte, para abrazarte o...

—No, no. —negó ella con un sonrisilla. —Albi, tú hiciste lo posible para contactar conmigo, y te lo agradezco muchísimo. La única idiota aquí fui yo, si la situación hubiera sido al revés seguramente tú habrías venido a casa incluso el primer día, cuando tu móvil dejó de funcionar. Sabes que no me gusta que la gente me vea así, creo que tengo que acostumbrarme todavía a ti, a que me veas cuando peor estoy porque quiero que lo hagas, simplemente me he vuelto a encerrar en mí sin pesar como estabas tú. He dejado que pensaras que no significas nada para mi, la idiota he sido yo, no tú. Así que perdón.

Simplemente la abracé muy fuerte, como si eso pudiera compensar aquellos días en los que no la vi ni estuve junto a ella. Envolví mis brazos alrededor de su cintura, y en ese momento supe que jamás la iba a soltar, que no quería estar en ningún lado que no fuera al suyo. Solamente quería estar con ella, protegerla, ayudarla. Apoyé mi cabeza sobre su pecho en cuanto noté sus brazos sobre mis hombros, y joder. Qué maravilla. Estar entre los brazos de Natalia, la mujer más preciosa, fuerte y valiente del mundo, en la playa y con el atardecer de fondo. En ese momento solo quería llorar.

No sé si de felicidad, de rabia por todo lo que estaba pasando Nat, por no haberla ayudado o por impotencia. Tal vez de todo un poco. Solo sé que un par de lágrimas silenciosas cayeron sobre mis mejillas mientras ella besaba mi cabeza. Cosas como esta me hacían sentir como en casa, sinceramente. Quizá suene a cliché, a cosa que siempre te dicen en los libros pero nunca es verdad. Es algo que no sabes que es real hasta que lo sientes. Bien, pues yo me sentía en casa con los brazos de Natalia rodeándome, mi cabeza sobre su pecho y el sonido de las olas rompiendo de fondo. No podía pedir más.

La motera acarició mi pelo con cariño, hundiendo sus dedos en el. Pero yo quería besarla, así que lo hice. Tomé con mis manos sus mejillas y acerqué sus labios a los míos, atrapándolos con delicadeza. Yo había extrañado a Nat, sí, pero mis labios también lo hicieron. Extrañaba sentir los suyos sobre ellos, esa suavidad. Estuvimos un par de minutos besándonos, cuando ella se separó con su sonrisilla característica.

—Rubia, sabes que nos están mirando, ¿no?

—Bueno, que miren entonces. —respondí con una risa antes de abrazarla de nuevo.

Runaway || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora