Capítulo 1.

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Damián Middleton

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Damián Middleton.

—¡No puedo creerlo Alysa! — exclama mi madre enojada mirando acusatoriamente a mi hermana quien la mira con ojos de perrito abandonado.

—No vas a solucionar nada con esa mirada y lo sabes bien, tu padre es el único que cae, pero yo no, estas en serios problemas jovencita— apunta mi madre, mi hermana evita rodar los ojos ante esas palabras, sabe que no sería una buena idea.

—No fue mi intención soltar a los monos mamá— intenta defenderse mirando al piso fingiendo estar arrepentida, muerdo mi mejilla interior para ocultar mi risa.

—Ni a las serpientes, ni a las ranas, pero estaban en cautiverio y fue muy triste, lo siento— manifiesta al borde del llanto, sus palabras hacen enfurecer mucho más a mamá.

Es momento de intervenir.

—Ya mamá, fue un accidente — comento intentando calmar a mi madre, digamos que no es muy bonito cuando está furiosa.

—Damián tu hermana sobrepasó los límites, las serpientes eran venenosas y mordieron a 5 personas, no están muertas, ¡pero igual! — dice mi madre exasperada, sus ojos están oscuros y eso sucede cuando su enojo sobrepasa sus límites, da miedo.

Mi hermana hizo eso en el zoológico que fuimos ayer para inaugurarlo y ahora estamos aquí, ella al borde del llanto y mi madre al borde de la histeria

—Mami—llama una voz, ella baja la mirada y ahí está mi hermano, tiene diez años apenas, pero sabe cuando interferir y rescatarnos de la furia de nuestra madre.

—Tu a tú habitación estas castigada, Damián ve con tu padre necesitan hablar— ordena mientras coge la mano de mi hermano preguntándole que sucede y desaparece por el pasillo, veo a mi hermana, intercambiamos miradas y los dos soltamos una carcajada, digamos que le ayude un poco en soltar a los monos.

El abrazo, aunque ambos ya no seamos unos niños siempre nos cubrimos las espaldas.

—Gracias por cubrirme—digo aun estrechándola entre mis brazos, ella asiente quitándole importancia, pero en cuanto nos separamos me mira fijamente.

—Me debes un auto, nada es gratis en esta vida querido hermano.

Da la vuelta y va a su habitación, yo niego con una sonrisa, es fanática de los autos antiguos, así que tiene una colección en el parqueadero.

Camino a la oficina de mi padre, no tardó en llegar, apenas los guardias me ven abren las puertas por mí y entro.

—Buenas tardes padre — saludo, el levanta la mirada de unos papeles, revisa la habitación con una mirada y arqueo una ceja.

—No hay nadie, ¿por qué me saludas así? — pregunta mi querido padre Ares con una ceja arqueada, mi madre dice que cuando ambos hacemos el mismo gesto somos casi idénticos.

—No lo sé, ¿costumbre? —respondo, el rueda los ojos como un adolescente así sacándome una sonrisa, pero unos minutos después su gesto cambia a uno más serio, oculto mi nerviosismo parándome derecho.

El Príncipe DamiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora