CAPITULO ESPINA: Chocolate

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Can seguía en su despacho, trabajando, pero sentía como si le faltara algo. Miró su reloj, había pasado como una hora y no había visto a Sanem, ni siquiera había pasado por delante de su oficina y eso le resultaba raro, ¿seguiría enfadada?

Para remediar la situación tenía la solución que necesitaba. Buscó el último cajón de su mesa, el más pequeño, que era donde guardaba las chocolatinas de emergencia. Eran idóneas como ofrendas de paz o para calmar ataques de ansiedad.

Salió en busca de su chica a la zona común, donde trabajaban normalmente los empleados, pero al echar un vistazo rápido no la encontró, por lo que fue al siguiente punto de encuentro: la cafetería. Tras ojear un poco se dio cuenta de que no había ni rastro de ella...
Habiendo descartado tres sitios distintos solo quedaba su refugio secreto: la zona de archivo.

Se acercó sin hacer ruido para poder espiarla sin ser detectado. Pegó su cuerpo a la columna que colindaba con el primer conjunto de archivadores, era el escondite perfecto con el mejor ángulo de visión. Asomó ligeramente su cabeza y... ahí estaba. Tal como él había sospechado desde un principio. Cuando estaba enfadada, triste o simplemente quería aislarse del mundo, bajaba hasta el piso de abajo para tener algo que de otro modo le era imposible: silencio... ese gran aliado que le permitía escuchar sus pensamientos y de vez en cuando a esa vocecita interior tan simpática e inoportuna.

No sabía qué tenía entre manos, pero disfrutaba mucho cuando podía observarla aislada en su pequeña burbuja. Adoptaba una pose muy intelectual, sensual. Había algo especial en su manera de mecerse el pelo, te dejaba como hipnotizado.
No habían transcurrido ni dos segundos y ya sonreía como un tonto enamorado.

Cuando Sanem acercó el bolígrafo a su boca para morderlo, Can supo que esa sería su perdición.

-- Of no hay manera de que esto salga. - resopló frustrada ocultando su rostro tras sus delicadas manos. Hoy no era su día, estaba claro, llevaba más de media hora intentando escribir una puñetera línea en ese folio pero la inspiración no llegaba.

-- Tal vez esto te ayude un poco.

Una voz masculina, muy agradable por cierto, la sobresaltó. Entreabrió una diminuta abertura entre sus dedos para ver si a través de ellos distinguía qué regalo le estaba esperando al otro lado.

-- Oh mi tableta de chocolate preferida. - la cogió con la ilusión de una niña pequeña a la que le han ofrecido su muñeca favorita como regalo de cumpleaños.

Can sonrió al ver que su plan había conseguido el resultado esperado, no obstante, todavía tenía una batalla que librar.

-- No creas que vas a sobornarme con esto.- su tono de enfado fingido no engañaba a nadie, o al menos a él no. Le miró como si le despreciara, con total indiferencia pero él sabía que era fachada.

-- ¿Sigues enfadada? - en tono conciliador fue dirigiéndose hacia su espalda para darle un masaje que relajara la tensión acumulada.

-- Un poco... - abrió el envoltorio metiéndose una barrita en la boca. Cuando sintió las grandes manos de Can sobre sus hombros emitió un sonoro gemido que rápidamente cortó al darse cuenta de dónde estaba.

-- ¿No vas a darme lo que más me gusta? - susurró cerca de su oído justo antes de morder el trozo de chocolate que sobresalía de su boca.

-- ¡Can! ¡Las cámaras! - se tapó con miedo la boca.

-- No me importan las cámaras, me importas tú. - recuperó su tarea de masajista ante la resignación de su chica.

-- Pondré eso en mi epitafio cuando Deren nos descubra.

Erkencikus: Escenas CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora