Capítulo 10: Prisionera

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IMPORTANTE: Este capítulo fue editado el día 12/12/2021, por lo que algunos comentarios pueden no tener sentido con respecto a lo que se desarrolla actualmente.

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«De niños pensábamos que cuando llegáramos a ser adultos ya no seríamos vulnerables. Pero madurar es aceptar nuestra vulnerabilidad, vivir es ser vulnerable.» Madeleine Leine


En algún momento, evidentemente, Kari se había desmayado. Al despertar, solo recordaba haber sido arrastrada a las profundidades del mar, y que extrañamente podía respirar sin dificultades. No supo por qué no se lo había cuestionado antes, en cuanto se sumergió en la inconmensurable masa líquida; supuso que siempre había sabido que aquello no era real y que podía respirar con normalidad porque no era agua lo que la rodeaba entonces y ahora.

Se remueve inquieta en el lugar. Puede ver con un poco de claridad gracias al resplandor que ella misma emite y que parece haberse extendido algunos centímetros con respecto a la última vez que se vio. Observa el lugar en el que está con atención: la rodean tres paredes rocosas y una reja de hierro de aspecto antiguo pero resistente; debajo de sí hay una cama de cemento con mantas mullidas y una almohada suave, unida a una de las paredes por cadenas un poco oxidadas; en el piso, un cuenco vacío. Más allá, solo oscuridad.

Se pone en pie y se acerca a la reja que hace de puerta. Se mueve de un lado a otro de esta, intentando asomar la cabeza, pero los barrotes tienen poco espacio entre ellos y le impiden ver qué hay del otro lado. Sin embargo, es capaz de apreciar que leva allí debajo el suficiente tiempo como para que la sal, el agua y el correr de los días hayan trabajado bastante en el proceso de oxidación. De pronto, un sonido cercano la sobresalta y da un paso hacia atrás por acto-reflejo.

—Veo que has despertado, Elegida.

—Mi nombre es Hikari, no «Elegida»—bufa, haciéndole frente a la voz que parece salir de la mismísima oscuridad que contempla, como si su portador no tuviese un cuerpo sólido.

—No importa cómo te llames. Pronto pasarás a ser nuestra esposa. —Aquella criatura ríe, causándole un escalofrío a la castaña, que se abraza a sí misma.

Hikari es incapaz de verlo. Por unos instantes cree que la oscuridad es capaz de hablar, pero enseguida los ojos de la criatura aparecen como flotando delante de ella, al otro lado de la reja. Tiene el mismo color que la nada, y las cuencas vacías donde irían los globos oculares le causan tal sensación de vacío en el corazón que casi lo siente empequeñecerse en un instante.

—¡Ni lo sueñes! —grita ella, resignada, envalentonándose a causa de su propio temor. ¿Apenas ha recobrado la consciencia y ya tiene que oír estupideces de ese tamaño? Se aleja dos pasos más de la reja, moviendo las manos por el brazo contrario hasta el hombro para tratar de darse calor y que se le vaya la piel de gallina.

—No te vayas. Quiero verte.

—¡Yo no, vete! ¡Monstruo! —Ni siquiera sabe qué aspecto tiene, pero sabe que es un monstruo por el simple hecho de haberla secuestrado, por estar privándola de su libertad, y por querer obligarla a contraer matrimonio—. ¡Ni siquiera eres humano! —Recuerda de pronto, de manera muy fugaz, y antes de que se de cuenta, las palabras ya han salido de su boca. Se la cubre con una mano, casi arrepintiéndose de habérselo escupido de aquella manera, probablemente provocando que el ser hecho de oscuridad tome represalias por su atrevimiento.

La eterna lucha entre la luz y la oscuridad I: El Mundo de las TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora