Capítulo 23: Instituto Superior de Odaiba

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«Posiblemente me quisiera, vaya uno a saberlo, pero lo cierto es que tenía una habilidad especial para herirme.» La tregua: Mario Benedetti


Una alarma le llama la atención. No la reconoce como su despertador, y por ello al principio la ignora. Pero un movimiento a su espalda acaba por despertarla, sobresaltada.

Abre los ojos y la débil luz que entra por una ventana sobre su cabeza la confunde aun más. No está en su habitación.

—Buenos días.

Al primer instante se paraliza, pero un beso en la coronilla de aquellos labios que tan bien conoce, la devuelven a la realidad.

—¿Me... quedé dormida? —pregunta con un hilo de voz, mirando la camisa negra sobre la silla del escritorio, la computadora vieja que reposa en el mueble, y los posters de las bandas de rock que cuelgan en la pared.

—Así es —. Un brazo la rodea a la altura del ombligo y con un toque, le indica que se dé vuelta. Y ella lo hace, aun atontada por haber despertado en un lugar casi desconocido para ella y tratando de ordenar sus pensamientos.

Con la yema de los dedos, Matt le corre un mechón de cabello anaranjado que le cae al costado del rostro, y ella de pronto recuerda que hizo algo similar por la noche, cuando lo vio durmiendo derrotado por el dolor y por el efecto de los analgésicos.

—Te veías tan dulce durmiendo que no quise despertarte.

Una nube ocupa el espacio del cerebro de Sora, impidiéndole pensar con claridad.

—¿Qué?

—Chsst —la calla él con suavidad, mirándola fijamente a los ojos mientras continúa rozándole el borde del rostro.

—Matt, creo que... deberíamos ir a clases —dice en un tono que pretende ser serio, pero que suena demasiado relajado por el adormecimiento de todos sus músculos que ni siquiera dan señales de querer acabar de despertar.

—¿Deberíamos? —Enarca una ceja. Le habla con dulzura al oído, con los ojos cerrados y respiración profunda, incitándola a seguir durmiendo cómodamente abrazados como hasta hace menos de dos minutos.

—Sí.

—¿Segura? —Acerca unos milímetros su rostro al de ella, tentándola a desafiarlo.

Pero Sora no es una niña, y por mucho que quiera a Matt, no puede dejar pasar por alto una falta tan grave como ausentarse a la escuela porque sí. ¿Qué justificativo les dará a los profesores? ¿Y si su madre se entera?

¡¡SU MADRE!!

En un movimiento rápido, Sora se baja de la cama de Yamato y contempla la ropa que lleva puesta: el pantalón negro y la camiseta amarilla del día anterior. Con un simple acto de su mano nota que cabello está fatal por la lluvia que le cayó en el trayecto de su casa al departamento de los Ishida. Y ni siquiera tiene allí el bolso del instituto. ¡Todo es un desastre!

—¿Tan feo me veo al despertar que huyes así de mí?

—Matt, no estoy jugando. Llegaremos tarde. Aun debo pasar por mis cosas. Si salimos ahora, mi madre no me verá.

Él bosteza sonoramente, se levanta con cuidado de la cama y camina los dos pasos hasta ella.

—De acuerdo. Deja que me cambie —. Deposita un beso en la nuca de la pelirroja.

Sora sale de la habitación de Matt hacia el baño, donde hace lo mejor posible por arreglarse el cabello con los pocos elementos que encuentra, y se enjuaga la boca con un poco de pasta dental y agua.

La eterna lucha entre la luz y la oscuridad I: El Mundo de las TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora