Capítulo 21: Obstinación

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«¿Qué hay más grande para las almas humanas que sentir que están unidas de por vida juntas en silencio en recuerdos inenarrables?» George Eliot


—Aquellas criaturas no querían que destruyera la aguja de control o que los ayudara a regresar al Digimundo... Querían que yo fuese la madre de sus descendientes. Pretendían... no sé, crear una nueva especie entre humanos y digimon, y dijeron que yo era la indicada.

—¡Qué horrible! —exclama Yolei, temblando por un escalofrío.

Hikari asiente en silencio, con un movimiento único de cabeza. Sus ojos ámbar se empañan, sin embargo, reprime las ganas de llorar porque sabe que no logrará nada con ello.

—Pero en ese momento, yo me negué. Y ellos se marcharon, sumergiéndose en el Mar. Entonces prometieron que regresarían a por mí... y eso hicieron.

—Ay, Kari —Yolei estira sus dos manos para tomar las de la castaña, pero ella no se mueve.

—Kari, ¿quieres contarnos...? —empieza Taichi, pero se detiene. Traga saliva sonoramente y, con una gota de sudor frío que le cae por la frente, se da ánimos para continuar hablando. —¿... qué ocurrió allí abajo?

Yagami repite el gesto que le dedicó posteriormente a Inoue. Sin embargo, no continúa enseguida, sino que se hincha los pulmones con una profunda inhalación y, después de unos segundos de estar conteniendo el aire, lo deja escapar con un sonoro y lastimero suspiro.

»Dijeron que se trataba de mi... — se corrige: —nuestra... boda. Yo traté de librarme, pero la fuerza de ellos era superior a la mía, y finalmente me rendí y... Bueno, uno de ellos se desposó conmigo.

El rostro de Tai se contorsiona, reflejando molestia, odio hacia aquellos seres desagradables que obligaron a su hermanita a pasar por todo aquello. Y siente que los músculos de Takeru se endurecen. El corazón del chico también se detiene un instante, o al menos no lo percibe tan acelerado como al principio. De pronto, los brazos de Takeru la liberan, y Kari se incorpora de modo que no necesite el sostén del cuerpo de Takaishi, sintiendo aun el calor de su amigo en la espalda, como si no hubiese dejado de abrazarla; sin embargo, vuelven a separarlos unos pocos centímetros.

Kari se acomoda en la arena con la mirada perdida en los árboles de la base del risco, adoptando la misma posición que su hermano antes de marcharse hacia el acantilado: las rodillas pegadas a su torso y los brazos rodeándolas, tomándose la muñeca izquierda con la mano derecha. En su mente recrea el asqueroso momento en que la criatura, de alguna manera muy particular y repugnante, la hizo suya. Un escalofrío recorre por milésima vez su espina dorsal.

Se obliga a traer al presente las imágenes que la animaron a salir, y un intento de sonrisa amarga le hace levantar ligeramente la comisura de sus labios.

• • •

—¿Acaso...? —Se voltea para ver alejarse una motocicleta a toda velocidad por el asfalto mojado, esquivando vehículos y charcos.

Toma el teléfono celular de su bolsillo y marca el número. Después de dos tonos, una voz de fastidio responde desde el otro lado.

—¿Qué pasa?

—Yamato, ¿qué no te dijo mi hermano que debías hacer reposo? ¡Es muy peligroso que antes en motocicleta con dos costillas fisuradas! ¡Y con lluvia! Como amigo y futuro médico, debo recordarte que...

—Cómo fastidias —. La comunicación con Yamato se corta.

Jō mira el teléfono con el ceño y fruncido y vuelve a marcar a su amigo.

La eterna lucha entre la luz y la oscuridad I: El Mundo de las TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora