52: Burbuja

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Joaquín llevaba puesta la chamarra de mezclilla de Emilio, ya que había olvidado llevar algo abrigador e inesperadamente, a pesar de los días cálidos en el pasado, el frío comenzaba a aparecer nuevamente y, en varias ocasiones, el castaño había estornudado causando las rizas de Emilio. Acababan de llegar al edificio donde el castaño vivía, se la habían pasado platicando y riendo todo el camino a casa y justamente se detuvieron en la puerta tratando de tomar aire ante las carcajadas.

Joaquín: Es que debiste estar ahí... –decía sintiendo que su panza dolía –Yo intentando hacerla quedar bien frente al chavo que le gustaba, diciéndole que le gustaba Elton John y no, la mensa no paraba de hablar de The Beatles.

Emilio: Pobre... -se encontraba completamente contagiado de la risa del castaño –Y tú, Joaco, ¿no le ayudaste ni nada?

Joaquín: Lo intenté, pero no me escuchaba. Dios, su cara cuando le hice ver que Elton John y John Lennon eran dos personas distintas. Ay no, esa misma noche nos pusimos a ver la película de Rocketman y cantar a todo volumen las canciones de Elton John, con pizza y helado.

Emilio: ¿Qué es eso de la pizza y el helado? –ladeó la cabeza sonriente –Me intriga que siempre que me platicas algo con Candy y Matty lo menciones.

Joaquín: Es como una tradición entre nosotros –sonrió apenado –Cada que alguno tiene un mal día, o se siente frustrado o perdido, comemos pizza y helado hasta reventar. Nos ponemos a ver películas, escuchar música o hacer tonterías –rio un poco al recordar todos los momentos junto a sus roomies –La primera vez, si fue demasiado, terminamos vomitando juntos en armonía a las tres de la mañana.

Emilio: Lindo –hizo una mueca y luego se soltaron a reír.

Joaquín: Sé que es a una tradición boba e infantil...

Emilio: No, para nada –le sonrió –Es el símbolo de su amistad, y eso es importante. Ese tipo de cosas son dignas de conservar, como que te definen, ¿no crees?

Joaquín: Sí, tienes razón –ambos se sonrieron y se dedicaron una mirada dulce, cómo si desearan decir más de lo que habían dicho.

Emilio: Me gusta cuando sonríes –sintió sus mejillas cálidas, él no era de los que se sonroja, pero con Joaquín siempre había sido imposible evitarlo, y siempre terminaba hablando sin pensar –Me gusta tu sonrisa, cuando salimos del restaurante ibas un poco serio.

Joaquín: Me sentía cansado, eso es todo. Ya debería entrar, es tarde y tú aún tienes que llegar a tu departamento.

Emilio: Trata de descansar, Joaco, no te vayas a enfermar –le dijo llevando su mano a la frente del castaño, se sentía bastante cálida y eso le preocupaba.

Joaquín: Estoy bien, casi nunca me enfermo –el rizado ladeó la cabeza, preocupado, Joaquín lo miró con detenimiento notando que tenía un pedazo de papel pequeño entre sus rizos, se acercó a él y lo retiró dejando su mano un poco más de lo debido en el roce de su cabello. –Tenías algo en tu cabello...

Emilio: Gracias... –tomó esa mano que acariciaba su cabello y hacía arder su corazón y se la llevó a sus labios para depositar un beso haciendo que el cuerpo del castaño temblara –Buenas noches, solecito.

Joaquín: Buenas noches, girasol –ambos chicos sintieron un salto en sus corazones, tantos sentimientos recorrieron sus pechos y era imposible quitarse los ojos de encima. Emilio no había sido capaz de soltar la mano del castaño y sólo era eso, un contacto simple, pero ardía, su piel se sentía arder ante su tacto, sentía que cada vez se acercaban más hasta que la puerta del edificio se abrió dejando salir a un hombre junto a su hijo y regresaron a la realidad y Joaquín rompió el contacto –Bueno...debo irme. Descansa, Emi.

Sólo si es contigo - EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora