Anthony J. Crowley habia sido uno de los primeros propietarios de un auto, cuando estos aparecieron en los mercados de Londres a precios exhorbitantes en tan solo 1919, donde para la mayoría era aún imposible que un vehículo utilizará un motor que le dotara de autolocomoción. No había sido un problema para Crowley conseguir el dinero, ya que en cuanto había visto el vehículo con tintes negros y brillantes, había quedado maravillado.
Así que "milagrosamente" había conseguido el dinero y ahora el orgulloso propietario se paseaba regocijandose en su nuevo auto por las calles más exclusivas de Londres. Y el Soho.
Siempre se ha sabido que puede llegar a ser una calle conflictiva, pero Crowley tenía sus razones para pasearse de vez en cuando, cuando sabía que nadie miraba por Soho, con el pretexto de salir a Oxford. Lo hacía con una única intención, y su objetivo no se había cumplido todavía.
Después de casi un mes de "pasearse" accidentalmente frente a una de las tantas librerías de viejo de dicha calle, tuvo que ser más obvio.
- Hey, Aziraphale. - Crowley entró en la librería, la cual olía a chocolate caliente, libros viejos y a un montón de cosas dulces, que solo de olerlo, la insulina del cuerpo de Crowley tuvo problemas para digerirla.
El ángel que tampoco había notado la llegada del hombre, lo miró consulta sorpresa y se apresuró a cerrar ventanas y cortinas.
- ¿Qué estás haciendo a estas horas del día? Alguien pudo verte
- ¿Y?- Crowley sonrió- a nadie le importa, ángel.
Aziraphale comenzaba a sudar. Estaba más nervioso de lo normal. Y se asomaba por la ventana.
- ¿Hay... - Crowley miraba en todas direcciones intentando descubrir de donde provenía la paranoia del ángel- hay algún problema?
Aziraphale le hizo una seña para que se acercara a la ventana.
- He visto a esa maquina antes.
Crowley frunció el ceño. Lo único que veía sobre el pavimento era su amado Bentley.
- Lo he visto durante las últimas semanas, paseándose por aquí, pasando especialmente lento frente a mi librería. Me pregunto quién será y que trama. Seguro te vio llegar. Quizás nos han descubierto.
Crowley enrojeció, a su color rojo siguió una pequeña risa.
- No bromeo, Crowley. ¿Podrías tomarte algo en serio alguna vez?
- Ángel- dijo Crowley mientras abría la puerta de la librería y salia- Ven aquí.
Aziraphale dudo, pero ante la insistencia del demonio, decidió que era seguro seguirlo.
- He venido a presentarte a mi querido Bentley.
El ente en ropas color beige hizo una "o" con la boca, de sorpresa. Jamás imaginó ver de tan cerca uno de esos.
- Es mi nuevo auto. Salieron ediciones limitadas.
- Es muy lindo, Crowley. - Aziraphale mencionó de manera apreciativa.
- Lo sé. Anda, entra.
El ángel negó tras dudar por unos segundos.
- Tengo que proseguir con mi trabajo.Mentía. Crowley sabía cuándo el ángel mentía. Porque no sabía cómo mentir.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué no quieres venir?
- Nunca me he subido a un auto... Y me dan un poco de miedo.
Crowley sonrió con ternura.
- Sube- señaló el asiento del copiloto- no te haría subir a una máquina que pudiera hacerte daño.
Tras vacilar un poco más, Aziraphale ocupo el asiento que le indicaban.
El viaje había hecho sentir a Aziraphale como un niño en una excursión escolar, dentro del auto de asientos cómodos y música que Aziraphale describiría como bebop -a pesar de no existir todavia-, y con la compañía de su amigo a pesar de ser calles que solía recorrer casi a diario. La última parada fue el Puente de la Torre, donde Crowley se las había arreglado para que nadie se atrevesara por aquel camino y pudiera estar en la soledad con Aziraphale, quien seguía fascinado.- Este paseo ha sido hermoso, Crowley. Gracias.
- No es nada, ángel.
Todavia- pensó en seguida.Los dos se quedaron en silencio un rato más mirando al Támesis.
- Ángel, quería que vieras esto conmigo- comenzó Crowley - Creí que te gustaría y eso es porque tú eres para mi muy...
-¿Crowley?- interrumpió aquel con el cabello blanco
- ¿Si?
- ¿Cuántos autos como estoy hay?
Crowley no sabía con exactitud.- un par
- ¿Sabes cuáles son las probabilidades de que dos Bentleys se haya cruzado frente a mi librería en un mismo mes?Crowley pegó la cabeza al volante. Ángel estupido.
- No lo sé, ángel. Una gran coincidencia...
- ¿Decías algo?
- Te llevaré a casa.
Aziraphale sonrió y asintió. El resto del camino fue en silencio, y el ángel miraba por la ventana del auto a las luces distantes de la ciudad. Crowley se había arrepentido de hablar esa noche, como había hecho muchas antes y muchas después porque tenía miedo de que aquella mirada parecida a la de un niño emocionado, no se encontrará con sus ojos otra vez.