Las plumas adheridas a las alas de los ángeles fueron puestas con suma dedicación una por una por las manos de dios, con el fin de que cada ángel que había creado tuviera alas con patrones diferentes, aunque a simplemente vista pareciera que todos eran iguales. Esto era para impedir que los humanos intentaran hacerse pasar por alguno de los miembros celestiales, era como la huella dactilar de cada ángel.
Las plumas en sí, tenían ciertas cualidades que eran imposibles de imitar por alguien que no fuera dios mismo, aunque Satán había hecho unas buenas réplicas en tonos oscuros; eran más suaves que las de cualquier ave que existiera sobre la faz de la tierra, eran las más ligeras, tanto que un kilo de ellas nunca llegaba a ser un kilo; eran las más veloces en cuestión de adaptabilidad a la velocidad de la luz sin sufrir cambios significativos, cosa que hasta el momento, la materia parecía rehusarse a viajar a velocidades tan altas sin desintegrarse, lo que estaba relacionado con su última cualidad: las plumas de un ángel son las más resistentes. Podrían soportar una tormenta con bolas de granizo de tamaño de balones de fútbol, podrían soportar deslaves de toneladas de lodo y protegiéndose de la manera adecuada, las plumas protegerían al angel en suite interior y hasta tres acompañantes de un tamaño pequeño o uno de tamaño adulto. Las plumas no se despegaban y salían volando de la nada, a menos de que se tratase de una muda de las mismas, las cuales ocurrían en raras ocasiones, cuando las alas habían estado expuestas a condiciones extremas. Por último, las plumas podían ser arrancadas en actos de maldad por casi cualquier especie utilizando la fuerza y herramienta adecuada, la cual involucraría algo que provocaría quemaduras importantes en el cuerpo del ángel, las plumas no se regenerarían, y el sujeto en cuestión quedaría imposibilitado para volar por el resto de la eternidad.
Habían pasado varios días desde la última vez de que el demonio que había tentado a Eva en el Edén, había hablado con su enemigo hereditario preferido, este no contestaba sus llamadas, y no se aparecía en los lugares que ambos solían frecuentar por las tardes. La razón por la que no se había decidido a ir a la librería era porque no quería que el ángel se sintiera presionado, después de algunas temáticas controversiales que habían abordado durante sus últimos encuentros.
- Aziraphale- la campana sobre la puerta sonó a su paso, a pesar del gran letrero sobre la puerta que decía "cerrado hasta nuevo aviso, no insista". Si dicho anuncio era dirigido a él, Aziraphale debió saber que no funcionaría. Aunque comenzaba a preocuparse por la ausencia de su amigo- Ángel...
El demonio se aventuró por las habitaciones no recorridas con anterioridad en el hogar de Aziraphale, había demasiada oscuridad y polvo para la clase de ente iluminado que habitaba dicho sitio. Al fin reconoció la puerta que le guiaría a su habitación, la había visto sólo una vez.
Forzó la cerradura de la misma al no haber respuesta.
Al parecer no había nadie ahí, todo estaba en la penumbra, la ventanas estaban aseguradas también. En el alféizar había algo que llamó su atención: algunas plumas caídas.
Crowley tomó una y la inspeccionó contra la luz de la persiana que acababa de subir para que entrara un poco de luz de día. Había levantado sus gafas oscuras y observaba con atención. Algo en su campo visual llamó su atención, y al mirar con más atención, supo que era una figura que le observaba con temor.
- ¿Qué demonios estás haciendo ahí?- le volvía un poco el alma (que no tenía) al cuerpo.
- Oh, Crowley, solo eres tú. - el ángel desde el rincon le sonrió un poco.
- ¿Dónde has estado? ¿Por qué no respondes a mis llamadas? Estaba preocupado
- Lo olvidé. Estoy bien - Aziraphale dijo no muy convencido
Crowley supo que algo no andaba bien, su percepción, su rostro demacrado y las plumas en la ventana se lo decían a gritos. El demonio extendió una pluma frente al ángel.
- Habla, ángel.Aziraphale suspiró:
- Estoy mudando de plumas- aseguró nervioso- aquel día en la lluvia se dañaron un poco y el proceso normal es que muden. No quería verme con las alas llenas de espacios rosados como un pajarillo recién nacido.Crowley sonrió ante la idea. Era una explosión de dulzura el idealizar a Aziraphale de dicha forma.
- Decidí recluirme aquí hasta que el proceso terminara.
Crowley rió un poco. Risa que se desvaneció al acercarse al ángel y recapitular su historia. Crowley había sido un ángel y sabía las cualidades de sus alas.
- Y si eso es lo que ocurrió, ¿por qué estás tan aterrado?Aziraphale intentó desviar el tema y aparentar alegría, pero cuando Crowley tocó su espalda cuando este se levantó para ofrecerle un poco de chocolate caliente y Aziraphale cayó al suelo debido al intenso dolor, el demonio corroboró que el ángel mentía.
- Quiero la verdad, Aziraphale- era un tono de molestia y uno de suplica.
- Gabriel decidió que merecía un castigo por traicionar a mi señor. - confesó, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, Crowley no pudo pedir detalles al ver dicha situación.
- Quiero ver- fue lo único que logró proferir
Aziraphale le dejó ver las cicatrices en su espalda, sus alas no estaban. Y las plumas nacientes de manera natural, las pocas que quedaban, estaban ligeramente carbonizadas, mientras había todavía sangre saliendo de dicho sitio.
- Oh, ángel- y Crowley lloró porque no había nada más que pudiera hacer. Sabía que aquello era en parte su responsabilidad. Sobre todos los seres existentes, Aziraphale era el único que no merecía ningún mal.
Aziraphale estuvo abrazado a Crowley y viceversa por el resto del día, mientras el demonio juraba que Gabriel y la influencia demoníaca que debió haberle proporcionado el arma para cometer dicho crimen, se las pagarían.