Bendiciones

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Todos los niños eran considerados para sus padres simples bendiciones de Dios, y para Deidre Young, quien tenía al fin después de una espera de nueve meses a su primogénito entre brazos, esto no sería distinto.

Para el señor Young, sin embargo, quien siempre había sido hombre poco tierno y entusiasta, el pequeño que lloraba tanto durante todas las noches no era exactamente una bendición.  La noche en que Adam había nacido, y había mantenido una especie de conversación con una de las extrañas y parloteantes monjas del hospital que por muy religioso que fuera, no podías encontrar ni una imagen ni un crucifijo, había mirado al pequeño, parecía diferente: sus ojos se habían abierto con mayor rapidez de lo que le tomaba a un recién nacido abrir los ojos con totalidad, se movía con movimientos que un niño recién nacido no haría, y lo más inquietante era su mirada. El señor Young lo había estado mirando en la oscuridad mientras su esposa, Deidre dormía. El niño había correspondido a su mirada y por varios minutos la mantuvo, sin risas, o llanto, era una mirada curiosa, llena de seriedad. El señor Young había reído al principio por tan peculiar observación de su hijo recién nacido, le había hecho gestos para que sonriera -o llorara-  pero el niño no cambiaba esa expresión: ojos fijos, expresión seria; como si lo estuviera inspeccionando. Después de treinta minutos de mantener la mirada, lo que le costaba más y más al señor Young, la despegó al fin porque le invadió una especie de horror sobrenatural, aún cuando había dejado de mirar al niño directamente a los ojos, este lo seguía con su mirada pérdida, ¿era su imaginación o ahora estaba sonriendo? No lo era, se estaba burlando de él, era una línea delgada formada con sus labios: cínica, siniestra, traedora de malos presagios.

El señor Young dio unos pasos hacia atrás, pero parecía que el niño podía verlo desde cualquier ángulo aunque esto pareciese físicamente imposible. Además, algo en su mirada cambiaba conforme la sala de hospital se hacía más oscura, sus ojos parecían adquirir un tono carmesí brillante, que se convertía en lo único visible en medio de esa habitación donde lo único audible era la respiración de una madre agotada e inconsciente y la propia que comenzaba a formarse agitada a causa de la incredulidad. 

Se arrinconó en una esquina, cuando el sudor comenzaba a surgir de su frente. Cerró los ojos, con fuerza y comenzó a hacerse tranquilizarse mientras reflexionaba acerca de lo que creía haber visto. Era imposible, seguro solo era un efecto de la luz de la luna que brillaba afuera y se filtraba por las viejas persianas, quizás era solo su miedo de tener una responsabilidad tan grande como lo era criar a un ser humano de manera que no se convirtiera en una mala persona, suficientes había en el mundo. Abrió los ojos, más tranquilo, pero Adam seguía mirándolo con esos ojos rojos y penetrantes que le helaban la sangre, tampoco ayudaba el hecho de que de pronto las luces de neón titilaran, y una se fundiera. Estaba ahí solo ya que Deidre parecía imposible de despertar. La encubadora parecía avanzar hacia él y el señor Young en súbita desesperación al huir sin mirar había chocado contra la pared y golpeado su cabeza, cayendo inconsciente. De recordarla nunca nadie creería su historia. La primera noche del anticristo en la tierra, aquella en que sus poderes demoníacos se estaban adaptando a las costumbres humanas sería olvidada. 

Fictober Good Omens 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora