El plan de Dios era inefable: difícil de explicar e imposible de entender. ¿O por qué otra razón había sucedido todo lo que había sucedido en seis mil años?
Crowley miraba en lo que se había convertido: caminaba como uno más de ellos (en realidad balanceándose mucho más de lo normal), tenia las mismas necesidades de los demás, era un humano más. Había siempre un precio por pagar ante la rebeldía, parecía que no entendía, juntarse con la gente incorrecta siempre le traía algún problema, pero no podía evitarlo, era como si fuera parte de ese plan, inefable.
No era como que se arrepintiera, al menos no esta vez, había pasado seis mil años al lado del mejor ser que existía, el más noble, puro y fiel al que podía llamar amigo, el que siempre estaría ahí sin importar que pensara su bando, sin importar que estuviera arriesgando su propia seguridad, su propia santidad.
El demonio con ojos amarillentos de reptil había pasado más de un siglo pensando en sus verdaderos sentimientos hacia Aziraphale, y concluyó que la mejor forma de describirlos era usando aquella palabra que era tan usada por el ángel: inefable. Lo que sentía era inefable. Y desde aquella conclusión llena de años de pensamiento dejo de buscar una mejor manera de explicarlo. Seguramente, sería lo mismo que había pasado por la cabeza de Aziraphale durante tantas noches, donde intentaba alejar de su mente esos pensamientos, donde se habría aterrado al saberlo, se habría reprendido y odiado a sí mismo, habría suplicado a Dios que alejara al demonio de él, no deberían ni siquiera intercambiar palabra, ¿qué pasaría si sus superiores descubrieran la treta? La pregunta cruzaba su mente y se estremecía al responderse así mismo: vas a caer. No quería caer, tenía miedo. Además, ¿qué tanto valía la pena caer por su contrario? Creía que de hacerlo el otro no se inmutaria por su naturaleza siquiera, sería todo un error, en vano.
Pero ese día, ante la corte donde ambos estaban siendo enjuiciados al mismo tiempo, frente a Dios y Satán, por cargos de alianza con el enemigo y traición por seis mil años, extravío del anticristo real, interrupción del apocalipsis, intento de homicidio intelectual (habría sido un cargo que afectara a Crowley si solo no hubiera sugerido matar al hijo de su señor), engaño a Gabriel y Belcebú al cambiar de cuerpos y de esa manera escapar a sus castigos, e incluso de gula (para Aziraphale), el ángel, cuyo turno de defensa estaba por concluir, concedió:
- Nunca he intentado obrar mal, siempre quise seguir el plan, pero las acciones de otros de mi bando, me orillaron a esto, si mi castigo será caer por intentar hacer el bien, contrariando las ideas de mi bando y por tener como amigo inseparable a este demonio, lo aceptaré. Y no mostraré arrepentimiento ni vergüenza. - la seguridad que había logrado reunir desapareció tras concluir y se desplomó en el asiento, sin energía y con la esperanza quebrada.Crowley había dicho su parte también, algo similar pero más cínico. Y ahora ambos esperaban sentencia, Aziraphale estaba aterrado, y Crowley no podía renconfortarlo porque ambos estaban alejados, cada uno custodiado por su respectivo bando, intentando su comunicación, su escape. Lo único que le quedó fue sonreírle. Aziraphale sonrió de vuelta, pero su sonrisa no pudo mantenerse por mucho tiempo en su rostro, la preocupación hacia que sus músculos adoptaran una posición trágica en su rostro.
Dios (solo como una luz y una voz), Satán y miembros de ambas cortes deliberaban aunque en realidad el que decidiría o aprobaría las medidas serían implementadas.
- A lo largo de los años planee esto y sabía que la respuesta jamás es absoluta - comenzó la voz que pocas veces dejaba ser escuchada, era dulce, severa, todo al mismo tiempo, era una voz inefable- no hay bien absoluto o mal completo, cada ser tiene algo de bien y algo de mal, por ello creé a los humanos, porque son aquellos a los que su imperfección les hace perfectos, no son buenos, no son malos, aunque hay sus excepciones por su puesto, solo son humanos, un equilibrio entre el bien y el mal, quizás es la lección que todos debemos aprender, la lección que este plan pretendía demostrar. No vi los alcances que podría tener. Y aquí tenemos a un demonio que es casi como un ángel, y a un ángel al que su propio bando que se supone debería brindarle fe y compasión, le ha hecho perder la esperanza. Ellos han creado su propio lado, donde no se busca la falsa perfección sino la búsqueda del bien para sus miembros sin afectar al resto y procurando también su bien. Y estamos juzgandolos por ello. Crowley y Aziraphale han hecho mucho más de lo que ustedes pueden comprender, han hecho explicable la inefabilidad. Y mi sentencia, para bien de ambos, es libertad. Y como no podrán tener libertad si siguen perteneciendo a esto. - en ese momento hubo un cambio de luces- Serán humanos a partir de ahora, vivirán esa vida sin preocupación, que si bien, no será eterna, estará llena de dicha, satisfacciones y amor. Al finalizar, sus almas volverán a mí donde las resguardaré como las más preciosas y obtendrán el regalo de todo humano al final.
Crowley y Aziraphale abrieron los ojos, estaban en St. James en una de esas banca que tanto les agradaban. Se miraron el uno al otro y sonrieron el uno a otro, compartieron algunas miradas que podrían decir mucho más que ninguna acción, jamás se separarían. La tranquilidad es el regalo más puro que puedes darle a alguien que ha vivido en guerra desde los inicios, los sentimientos ahora cobraban sentido. Aún tenían algunos poderes en recompensa por su arduo trabajo, y aunque habría un fin, a ninguno de los dos les importó. No habría despedidas de aquellos a los que amaban ahora, y podrían relacionarse con otros. Jamás habían apreciado tanto la vida como ahora y eso, era algo inefable.