Siglos

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El tiempo es una unidad de medida que mide cuanto trascurre cuando la luz recorre cierta distancia. Algunos creerían que un segundo y un siglo son cantidades de tiempo muy distintas y una es mucho mayor que la otra, dado que un siglo tiene cerca de 3,110,400,000 de segundos. Pero el tiempo es en realidad relativo. Y pocos saben que en realidad un segundo y un siglo equivalen a la misma cantidad de tiempo una vez que ambos han transcurrido.

O al menos era lo que algunos seres inmortales sentían, como hacía Aziraphale, para quien lo que había hecho hacia unas horas y lo que había hecho tres siglos atrás, daba exactamente lo mismo. Sólo quedaba un recuerdo fugaz de la acción que había realizado y que en la mayor partes de las veces se perdía en las bóvedas de su mente o creaba incluso recuerdos de conversaciones que nunca habían ocurrido, o recuerdos inexistentes que se habían mezclado con su fructífera imaginación, resultado del tiempo que había pasado leyendo a lo largo de los siglos.

Aziraphale había disfrutado de la vida humana los primeros milenios, y el Armageddon le había dado algo más en que pensar y entretenerse, pero al culminar ese vacío en su interior que se había negado a escuchar desde hacía siglos atrás.

La existencia estaba volviéndose monótona, predecible, aburrida. No había mucho más que hacer que atender la librería, que ahora estaba destruida, comer, y nada más. Daba igual lo que hiciera o no, nadie parecía saberlo, a nadie parecía importarle y lo más importante, un segundo después de haber sucedido, sería olvidado, y él mismo lo recordaría como si hubiese pasado en siglos lejanos, en otra realidad. Estaba cansado, cada día le era más difícil encontrar el motivo adecuado que le hiciera levantarse todas las mañanas.

- Un psicólogo, ángel- había sugerido Crowley algo preocupado por su situación, ¿los ángeles podían experimentar depresión?

Aziraphale le había prometido que iría, pero le pareció que el psicólogo que lo estaba atendiendo solo le estaba ignorando.

Cansado de la situación, decidió guardar para si ese hoyo negro que se comenzaba a formar en su interior, un lugar donde la maldad nunca había encontrado oportunidad para alojarse, comenzaba a ganar la batalla.

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Le tomó un segundo (o un siglo) a Aziraphale para aclarar sus ideas. La vida de los humanos era disfrutable porque vivían bajo la incógnita de qué pasaría después, se obligaban a ser felices.

En eso estaba pensado cuando Crowley se apareció otra vez, para interceder e intentar ayudarlo.

Matarse a sí mismo no sería útil, solo lo enviaría a un lugar más desagradable que en el que estaba.

Quizás debería probar algo nuevo. O todo lo nuevo que no había hecho en seis mil años.

El demonio seguía hablando a su amigo, quien parecía no estar ahí.

Esa voz, otra vez con sus ideas inútiles, deberías callarla.

Aziraphale no supo cómo llegó su espada flameante al pecho de aquel que estaba frente a él.

Le había tomado siglos a la maldad, poseerlo. Sería una acción que le tomaría siglos olvidar.





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