Baile

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Era el 23 de febrero de 1653. Se estaba tornando oscuro y Aziraphale repasaba los pasos frente al espejo, siguiendo el compás grabado en su memoria.
Había estado presente el día del interludio de La Tempestad, que Shakespeare había escrito algún tiempo atrás; su memoria luchaba por revivir en su propio cuerpo los ágiles movimientos de los bailarines. Estaba desesperado, aquello había sido lo más cerca que había estado de una fiesta de ese estilo en todos sus años de existencia y era incapaz de repetir con gracia dichos movimientos.

Era el décimoquinto cumpleaños de aquel que prometía caos para toda una nación en la posteridad y que Crowley había dicho, sus acciones de los últimos diez años habían hecho que su alma tuviera ya un lugar en su bando, era una lástima, era apenas un jovencito.

Había sido invitado por circunstancias poco comunes, pero no podía faltar, se decía que Le ballet de la nuit, sería el evento del milenio, y que al joven rey no le gustaba que le dejarán plantado, aquel que lo hiciera, pasaría sus últimas horas convaleciendo terriblemente y la guillotina inventada cien años después no podría brindar su compasión.

La máscara que Aziraphale había elegido para la ocasión reflejaba su verdadera personalidad. Era blanca con detalles dorados y algunas piedras variantes en color, rematada con algunas plumas en la parte posterior, nada lo suficientemente extravagante para una ocasión tan importante como se había catalogado a dicha celebración. El resto de su indumentaria estaba compuesta por un traje renacentista en tonos claros. Se paseó una vez más inseguro frente al cristal, no había mucho más que pudiera hacer, ante la premura que esa noche invadía todas las calles, llegó al palacio de Versalles con tiempo de anticipación de cinco minutos, los cuales aprovechó para escabullirse entre las mesas de bocadillos y probar esa nueva receta que se decía era la mejor invención de la cocina francesa y a la que se haría adicto esa misma noche, por eso resto de su existencia: krampouezh (cuyo nombre tuvo severas metamorfosis hasta llegar a "crêpes").

El joven Luis había aparecido vestido en tonos claros y danzando de una manera tan exquisita que los ojos de Aziraphale se habían desorbitado. Sin duda, el chico era merecedor de su nuevo pseudónimo, el cual había surgido a raíz de dicha actuación. Apolo era el protagónico de dicha obra que los músicos interpretaban, producto de la imaginación de Jean-Baptiste Lully, a quien esa noche había logrado conocer.

- Será nuestro también- una voz del lado izquierdo del ángel se había escuchado, y aunque no rompía el murmullo, el ángel comenzó a gesticular nervioso.
- ¿Tú? ¿Qué haces aquí?- Preguntó el ente sin moverse, en un tono que apenas había sido perceptible para el mismo.
- No podía perderme el evento del siglo. - puso una mano sobre el hombro de su amigo- además, necesitabas un acompañante.
- Debía ser una dama- masculló el peliblanco.
- ¿Y quien va a notarlo?

Aziraphale miró por fin a un lado y observó al demonio en una túnica y con una máscara roja escarlata que bien pudo haber sido la anécdota que sirviera a Poe como inspiración para uno de sus cuentos sobre máscaras y muertes de colores. Parecía ser, en efecto, una mujer.

Al finalizar el ballet, el público asistente fue convocado para bailar.
- No sé bailar.- indico Aziraphale y se alejó de la pista de baile.
- Oh, si lo sabes- insistió el demonio. - Te vi hacerlo.

Aziraphale enrojeció.
- Y debiste ver qué no tengo una buena coordinación con la música. No quiero hacer el ridículo, Crowley. Por favor, no insistas.

Crowley creía que Aziraphale era un bailarin muy dotado. Él mismo había pasado dos noches aprendiendo a bailar para poder imitar el ritmo del ángel y poder bailar con él.

La gente que si lo hacía se regocijaba ante aquellos que no lo hacían, como si fuera una vergüenza no hacerlo. Se alegraba estar debajo de esa máscara, irreconocible y ajeno a las burlas, aunque después de haber existido durante una cantidad tan grande de tiempo, debería haber sido suficiente para haberse acostumbrado ya. Crowley tampoco se acostumbraba a ello. Al contrario, con el paso del tiempo, detestaba más y más a aquellos que molestaban a aquel inocente.
Nunca nadie supo que esa noche, al menospreciar al ser equivocado, habían ganado la marca de Crowley en sus frentes y estaban destinados a algo trágico, que decidiría después. Por ahora, bastaba con que las luces y la música dejaran de sonar en Versalles y todos corrieran al pensar que un grupo de oposición había irrumpido y se llevaría a mujeres y todo lo que se encontraran. Si su ángel no podía divertirse, nadie más lo haría.

- Creo que la fiesta se acabó muy pronto. Una lástima- Crowley suspiró - Puedo llevarte a casa, si quieres.

Pero Aziraphale no se movió, ni dijo nada, solo se quedó mirando al inmenso lugar, oscuro y vacío, donde la única luz proveniente de la noche, permitía ver sus sombras.

- Quizás ahora si quiera bailar - Aziraphale admitió con un susurro avergonzado que al demonio provocó una sonrisa que Aziraphale pudo ver a pesar de la máscara y lo tomó de la mano.

Ángel y demonio se balancearon al compás de la música que sonaba en los rincones de sus mentes por lo que quedó de la noche.

Fictober Good Omens 2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora