Cuando la creación inició, el todopoderoso necesitaba de ayuda para embellecerla. Algunos ángeles diseñaron a los animales, otros creyeron que sería buena idea quitarle color al agua, pero uno de ellos, uno de los más curiosos, aquel que había creado las estrellas creyó que los árboles y el exceso de verde, podrían mejorarse con algo de color.
Fue por eso que decidió que las hojas al cumplir con su ciclo de vida, se tornarian naranjas, para que antes del caer pudieran darle al mundo la sensación de calidez, de esperanza, ya que a pesar de que las hojas cayeran, siempre resugirian nuevas. Así, surgió el otoño. Algunos otros ángeles soplaron sobre las copas y el fenómeno se vio completado, y todos estaban felices por ello.
Sin embargo, no fue la única invención del ángel. Durante la primavera, decidió que los colores de dicha temporada debían ser más brillantes, para demostrar la historia de la primavera sobre el invierno, como del bien sobre el mal, en una metáfora que ningún ser de la creación podría entender a excepción de él mismo y de su creador. Decidió crear múltiples especies de plantas con flor, todas coloridas en diferentes tonos, algunos sólidos, algunos degradados, algunos opacos y otros casi fosforescentes. Las flores eran algo que le encantaba, lo que más amaba de la creación hasta esos momentos. Dios vio la obra del angel y le recompensó haciendo que cada una de las flores tuviera un aroma diferente. Solía pasar las tardes bajo la sombra de un gran árbol donde había elegido algunas especies de las flores que acababa de inventar, para ver el atardecer, y disfrutar del presume que estás desprendían mientras la brisa hacia danzar en suave oscilación a sus tersos pétalos. El ángel era el ser más feliz y bondadoso existente en aquel lugar, ya que su corazón estaba en calma con su entorno y con la paz de Dios.
Nunca hubiera imaginado que aquella felicidad terminaría de una manera tan repentina.
Después de ser condenado a ser un animal y arrastrarse por la tierra, estaba tan herido que había olvidado todo: lo que amaba y a quienes amaba.
A pesar de que sufría de lagunas mentales a causa de dicho dolor, pasó tanto tiempo arrantrandose en la búsqueda por la luz, por el perdón, que ahora aborrecía todo lo que nacía de la tierra, le parecía detestable. Odiaba las cosas con un color que fuera diferente al de su alma.
Al llegar al Edén, y recuperar su forma humana, se propuso a destruir todas las plantas y flores que se cruzaran en su camino. Y así fue, fue en uno de los momentos de ira que le atormentaban con constancia desde que había caído: perdía la caída, recriminaba a Dios su castigo y falta de comprensión, su falta de misericordia e incluso algunas lágrimas ardientes caían, haciendo que sus ojos de reptil, que alguna vez fueron tan hermosos como los de un humano lleno de bondad, se quemaran un poco. Comenzó a arrancar las plantas y flores como había planeado y a lanzarlas con coraje.
- ¿Qué haces? - una voz inocente había llamado un poco alarmada.
No hubo respuesta ante lo obvio.
- Las plantas no han hecho ningún daño a nadie- continuó la voz- son una de las cosas más hermosas de la creación. Toma. - extendió el brazo, ofreciéndole una flor blanca que hacía mucho no veía, supo que era un Tulipan. - significa paz y perdón, deseo que lo encuentres pronto.
Y la figura siguió su camino. En ese momento, Crowley sintió paz. Y decidió que la planta que pisoteba en el instante en que el ángel había pasado era especial.
Algunos años después, comenzaría su jardín personal donde habría tulipanes blancos y plantas desconocidas de color verde y hojas curiosas, que trataría como a sus propias hijas.