La noche cayó a pesar de su temor, no había mucho que un simple hombre pudiera hacer para detener el curso del tiempo, se rumoraba que ni dios mismo era capaz de detenerlo o hacer que alterara su velocidad.
Sus nervios paralizaban sus movimientos, haciendo que sus pasos carecierán de firmeza, provocando primero el crujido de las hojas marrón que habían escapado al agarre de los olmos del parque, y después la madera bajo sus pies en el suelo firme y en los escalones, el camino usual, recorrido dos veces por día, primero a paso veloz y luego con calma, reflejo de las horas a las que dicha caminata era tomada.
Había estado todo el día en la vieja iglesia. Habían pasado años antes de que pusiera un pie en dicho lugar, pero ese día de otoño, había ido hasta ahí, mientras el frío quemaba su rostro aguileño y el viento desvanecía los murmullos de la desolación. El mármol en el interior de la edificación hacia eco de sus pisadas, las figuras solemnes a los costados lo miraban recriminandole sus acciones, las bancas protestaban ante el peso que su alma cargaba. La multitud le juzgaba; el cura le compadecía. O sería lo que habrían hecho de estar ahí y no ser en realidad producto de su culpa, su atormentada mente evitando la soledad. Pero la iglesia estaba abandonada y polvienta y solo un guardia iba a asegurarse todas las noches de que no hubiera algún hombre sin hogar o perdón, deambulando y dañando su santidad, fue el hombre que interrumpió su súplica al cielo y echó de su refugio.
Entre la penumbra distinguió el vidrio con toques de color, detrás del altar, la lucha infinita de poder y dios mostrando su severidad ante los desobedientes a su ley. Estando fuera de dicho sitio, daba igual en donde estuviera, así que volvió a casa.
Esta noche sería la tercera y no tenía tanto valor para afrontar aquella incógnita que le esperaba en casa, como había creído tenia hacia unas noches atrás.
En medio de la noche, la gravedad de una voz masculina le despertó de la alusinación que empezaba a poseerlo. Dormir no le había sido posible porque sabía que su visitante nocturno aparecería en cualquier instante, aunque en su mente tenía clara la hora, le gustaba la puntualidad.
Las gotas de una lluvia densa repiqueteaban sobre el techo y ventanas, un rayo partió el cielo y contra el ventanal y la luz proveniente del exterior, de la tormenta, se recortó la silueta en tonos de tinieblas del hombre que hablaba.
- Es hora- había dicho.
El hombre en el lecho se había levantando conteniendo el aliento y entregado con mano temblorosa un par de hojas cuyo sonido se integraba a la perfección a la atmósfera de la alcoba, justo como una copa de vino de tinte carmesí haría a un bodegón en un fondo oscuro.El hombre tronó los dedos débilmente y las velas de la habitación se encendieron de golpe, dejando ver sus manos largas, dedos curvos y piel suave, así como las hermosas facciones de su rostro que pudieron haber sido talladas por los ángeles en tiempos remotos e incluso por las manos de dios; y miró a las páginas que sostenía, las expresiones de su rostro variaban de placer a dolor en fracciones de segundo, haciendo metamorfosis dignas de plasmar en un lienzo. Finalmente, dirigió su mirada al pálido rostro que le miraba con terror, sabía que su corazón dejaba de latir cuando escuchaba su voz y una sonrisa le iluminó la cara, los ojos cristalinos de su última reacción, habían desaparecido.
- Quizás sea suficiente- concedió. - úsala con sabiduría. Nos veremos al final.
Y desapareció. El hombre se desmayó.
-
Había sido un ángel. Y no un ángel como los otros, había sido especial, el más inteligente y el más amado. Uno de sus dones había sido la música, se le vería en el cielo con su violin, Sandi alegría a su creador con composiciones propias, singulares ante los oídos de la corte celestial. Sin embargo, la sabiduría había sido una bendición y un defecto que se convirtió en la maldición que le había arrastrado a la penumbra, a las llamas del infierno, a la profundidad de la nada. Al olvido. Tardó tiempos interminables en tocar un instrumento, tras haber tentado a decenas de músicos talentosos y sumarlos a sus filas para su propio deleite en las tinieblas del averno. Entre esos músicos, el más reciente que le había invocado debido a los mismos problemas de siempre: el arte como forma de vida entre una civilización tan llena de mediocridad y pobredumbre productos de la infinita ignorancia, que conducía a una muerte en la miseria, había sido Giussepe. El trato de Satán, quien siempre aprovechaba dichas situaciones, había sido dos almas a cambio de fama y riqueza. Pero Tartini no estaba dispuesto a sacrificar el alma de su hija, o a dejarla morir de hambre, así que en la segunda noche, le propuso al señor de las tinieblas que tocase una melodía, la cual el igualaría o mejoraría. Por supuesto, Tartini no sabía nada acerca de su habilidad ante el instrumento, Satán, tocó la parte de una melodía que había estado resonando en su mente desde la noche en que había caído. Giussepe había quedado anonadado, solo tenía un día para lograr su imposible objetivo. Así que tomando el fragmento que Satán había interpretado, formó un trino completo.Al concluir, rompió en llanto, no sólo porque la canción no era propiamente suya y Satán se llevaría el alma de su hija, sino porque el hombre correcto que se había presentado en su habitación entre sombras y con actitud atemorizante, estaba ilustrado con dicha melodía, la traducción que pocos entenderían, pero incluso el violín sufría a causa del martirio que aquel ser vivía, del perdón jamás concedido y de la soledad que le consumía, que le había desgarrado el alma, cuyo dolor le había convertido en el ángel caído desesperado tras la fachada del mal.
Satán pudo escuchar su historia transmitida como cuento de horror en las notas que leía en las partituras que le habían sido entregadas, y sintió que el dolor desaparecía por instantes, al llenarse sus ojos de lágrimas sinceras por primera vez desde el aciago día. A pesar de que no era invención de Tartini, supo que era algo digno de escuchar y por lo tanto, solo tomaría el alma de su pecho al morir.
Tartini modific la historia, pero siempre le hizo saber a todo aquel que escuchaba su "Trino del diablo", que fue en realidad, el todopoderoso de la oscuridad quien tocó para él, en un sueño, su historia en forma de música.