La magia como la química en sus inicios habían parecido actos de brujería, al igual que la medicina, las matemáticas, la física, la astronomía... Todo aquello que era nuevo para los seres humanos primitivos, para quienes todo lo que no tenía una explicación que se dedujera a simple vista, era considerado como producto de las fuerzas oscuras que invadían al mundo.
Aún con estas advertencias, Aziraphale estaba encantado y había aprendido algunos trucos para impresionar a sus amigos, (a Crowley, específicamente, su único amigo).
El primer truco era sobre esconder una moneda y ser tan ágil que el otro pensara que había aparecido mágicamente detrás de su oreja.
Aziraphale aprendió la técnica con un grupo de magos profesionales y cuando la perfeccionó, corrió a mostrársela al demonio, tan pronto como se encontraron para la realización de algún milagro/tentación.
- Solo utilizaste un milagro para hacerlo- replicó Crowley quien no estaba todavía familiarizado con los asuntos de entretenimiento baratos de los humanos.- ¡No!- protestó el ángel, y añadió emocionado, como si hubiese encontrado a la olla detrás del arcoiris- esto es verdadera magia.
Crowley frunció el ceño. Creía que el ángel había perdido la razón.
- Tú puedes hacer verdadera magia.
Pero Aziraphale lo ignoró y continuó mostrándole sus fáciles trucos, que parecían asombrarle más que cualquier otro milagro que jamás hubiese presenciado.
- Por favor, Aziraphale, te ruego que pares- Crowley suplicaba, pero Aziraphale hacia caso omiso a sus peticiones. La magia era el mejor invento que la humanidad hubiese creado. Había visto sus rostros: sorprendidos, alegres, expectantes, todo lo bueno que Dios había soplado dentro de sus cuerpos.
La reacción de las personas se había ido descomponiendo hasta que llegó el punto en que todos tenían la misma reacción que Crowley, incluso los niños, lo cual consideraba triste.- Le he dicho que deje sus trucos baratos, él en realidad puede hacer magia- explicó Crowley frustrado, dejando salir un suspiro al finalizar.
- No es lo mismo, no hay emoción - replicó el ángel.
Adam observaba con diversión a ambos entes discutir por una cosa que le parecía tan intrigante y trivial (desde que sabía que tenía poderes) al mismo tiempo. Se preguntaba que habría pasado si hubiese tenido la suerte de Warlock y hubiese sido criado por ellos. Le alegraba hasta cierto punto que no hubiera sido así. Los había conocido en el momento indicado: después de evitar que lo malcriaran y de que lo mataran y antes de que se acabara el mundo.
- A mí me gusta- intercedió al fin el chico, quien había hecho que perro se sentara a su lado a presenciar el acto de Aziraphale.
- Oh no - Crowley se golpeó la cara lleno de frustración, sin embargo, se puso atento porque hasta cierto punto, la figura del niño era incierta ante sus ojos.
Aziraphale comenzó con algunos de sus más viejos trucos. Crowley comenzaba a exasperarse y a hacer expresiones muy notorias, como si aquello fuera a hacer que el angel se detuviera.
Adam quien reía ante las ocurrencias del ángel, miró atento cuando Aziraphale sugirió que necesitaría un asistente y por ende obligó a Crowley para que le ayudase.
- Es el último truco de la noche- anunció el peliblanco- atentos.
-Abracadabra patas de cabra, que el aguafiestas se quede sin patas. -recitó el ángel.
Sonrió con mucha amplitud cuando Crowley se tornó a su forma de serpiente y no pudo revertir la por si mismo ya que se lo había imposibilitado temporalmente.
- Tenías razón, Crowley. Los milagros pueden ser más divertidos.
Cuando el anochecer llegó, Adam fue a casa con perro, mientras que la serpiente se enroscó en el brazo del ángel, y de haber sido una constrictor, seguramente le habría ahorcado, aunque el trato del ángel hacia él como su mascota durante esas veinticuatro horas, le habría hecho cambiar de parecer.