Libros

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La amenaza había concluido, el peligro había pasado, y ahora sólo quedaba reanudar sus vidas.

Habían pasado unos meses y Aziraphale había decidido que era el momento preciso para volver. Se había preparado psicológicamente para regresar a su viejo hogar: las habitaciones en el Soho.

El aire del interior estaba frío aquella tarde, era otoño; las hojas de colores marrones volaban dejando basura por toda la ciudad y Aziraphale escuchaba a los encargados de su limpieza quejarse y maldecir al clima.
El lugar era oscuro, polviento, mal construido y tenía mucha humedad, pero le dijeron que sería costoso por el tipo de zona en la que se encontraba, por supuesto no era algo que preocupara demasiado a Aziraphale. En el cielo le habían dado permiso de aparecer algo de dinero para mudarse de hogar debido a la que su antiguo barrio había sido exterminado por una rara enfermedad que Crowley le había dicho, no era provocada por su bando, y que probablemente era una de esas cosas que Dios hacia mientras estaba enojado. En realidad, solo había sido falta de higiene por parte de los pobladores.

Aziraphale pensó que con algunos arreglos, el lugar quedaría habitable u sería un lugar magnífico para su colección, la cual iba en ascenso, además, pensó que sería una gran fachada para los humanos, sería el lugar que todos ven, pero nadie entra, aunque pensarían que alguien consumiría porque seguiría abierto.

Después de seis meses de trabajo, porque Aziraphale se había negado a hacer milagros, el lugar estaba listo.

El escritorio café frente a la ventana estaba completamente dañado, el suelo estaba arruinado, y el sitio estaba infestado de un aroma penetrante e intoxicante a dióxido de carbono producto de la combustión, como también había concluido el ángel, haciendo obvio que no solo leía sobre profecías, también había dedicado algunos siglos a leer sobre ciencias y literatura.

Se acercó a los libreros que cubrían las paredes desde el suelo hasta topar con el techo y con ilusión desempaco sus tesoros. Había descubierto los libros desde su existencia y desde entonces había deseado tener uno en sus manos, cuando tuvo un manuscrito original lo cuido tanto, incluso cuando en la edad media, fue amenazado por la iglesia debido a que se había negado a destruirlos.

Además de Crowley, los libros habían sido los únicos que estaban con él cada vez que estaba solo, cada vez que Gabriel lo humillaba o maltrataba frente al resto y el ángel lloraba en silencio. Se sentaba frente a su escritorio de madera y extendía alguno de sus libros, preparaba chocolate caliente y leía, la lluvia caería de pronto y golpearía la ventana frente a él, lo cual le devolvería el ánimo.

Aziraphale vio que los libros sobre los estantes estaban destrozados, y no había libro alguno que hubiese sido salvado. Las hojas estaban quebradas a causa del fuego y se deshacían al tocarlas, convirtiéndose en cenizas.
Sus libros con dedicatorias especiales y primeras ediciones, todos destruidos. El ángel suspiró. No era momento para llorar pero tampoco había mucho que hacer.

- Àngel- exclamó una voz que reconoció enseguida entrando al lugar.

- Oh, Crowley. ¿Qué haces aquí?

- Creí que necesitarías ayuda...

Y esa tarde Crowley le había ayudado a acomodar todos sus libros por orden alfabético. Esta vez, bajo la misma conversación pero en tonos más melancólicos, Crowley había dicho algo más:

-... No todo puede estar perdido, ¿o si?

Aziraphale asintió, sin mirarlo, seguía perdido en aquel librero, el más grande de todos.

- Vamos, Aziraphale, ni siquiera has mirado los otros libreros...

- No tiene caso

Crowley fue hasta él y lo tomó del brazo, llevándolo hasta el librero más pequeño.

- Oh, Crowley- el ángel sonrió al ver el estante lleno de libros. - ¿Que has hecho?

- Asaltar la biblioteca de Inglaterra- pensó para si, pero dijo  al fin: - son primeras ediciones... Aunque lamento tengan dedicatoria porque esa gente que era importante para ti haya muerto...

- El único verdaderamente importante, está aquí a mi lado- Aziraphale abrazó con ternura al demonio y siguió hojeando sus nuevos libros, mientras Crowley lo miraba con felicidad.






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