Uno

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Daishinkan despertó sobre la hierba húmeda y se quedó viendo el cielo azul con nubes blancas. La lluvia era lo único que recordaba y la abrupta caída. Se sentó despacio,
mirando sus manos y se tocó el torso como revisando que todo estuviera en su lugar. Se puso de pie despacio. Estaba descalzo, miró a su alrededor y vio los muros del río cubiertos de concreto, al frente un puente, más allá las casas. Al parecer lo había hecho bien así que se puso a caminar en dirección al asentamiento humano. Su ropa estaba sucia y su cabello desarreglado, pero esperaba que eso fuera de ayuda aunque lo más probable es que aquello apartara a las personas de él. Las posibilidades estaban en un cincuenta- cincuenta de modo que cualquier cosa podia suceder.

Caminó por las calles y nadie parecía verlo. Era como invisible entre la gente. En una oportunidad se acercó a un vitrina que exponía pasteles y fue echado bruscamente por el dueño del local. No es que tuviera hambre, solo le llamó la atención el aspecto de aquella comida tan perfumada y colorida. Siguió su camino mientras comenzaba a llover nuevamente. La lluvia sobre su cuerpo se sentía bastante bien,
pero sus pies descalzos estaban fríos y comenzaban a doler un poco, empero continuó su andar solitario.

Una muchacha apareció corriendo por la calle de frente a él. Llevaba un abrigo ligero que se abría con el viento dejando ver un vestido lleno de manchas de pintura.vSe cubría la cabeza, o lo intentaba, con un libro bastante grande y llevaba un lienzo bajo el brazo. Lo miró a los ojos por casualidad. Tenia unas pupilas muy oscuras, como su cabello y su piel era del color de la canela. No tardó en pasar junto a él y le miró los pies. Detuvo su carrera, se giró hacia ese hombre de baja estatura y cabello blanco que continuó avanzando como si nada. El viento soplaba fuerte y la lluvia se intensificaba.

-Ven,entra. No seas tímido. Se que no es mucho, pero al menos no estarás mojado-le decía la muchacha mientras subía la escalera.

Él la seguia porque ella le habló y le preguntó si tenía hambre o frío. No los tenía, pero respondío si y ella lo invitó a su casa. Había cumplido la primera parte.

-Me llamo Sayen- le dijo ella-¿Tú cómo te llamas tú?

No había pensando en un nombre, pero sabía que los humanos adaptaban los suyos, a veces, así que tomó la primera sílaba del nombre de su puesto y respondío:

-Soy Dai.

-¿Dai?-repitió Sayen- Es un nombre fácil de recordar-añadió y abrió la puerta.

Lo dejo pasar primero y Daishinkan se encuentro ante una habitación amplía con una cocina junto a la ventana. Había una pequeña mesa ahí y más allá una cortina de abalorios, tras la cual había una cama y junto a ella caballetes, lienzos, pinturas, olios, pinceles y todo lo que un pintor necesita para crear sus obras; aunque bastante desordenado.Había también un amplio sofá y un televisor, mas una pequeña habitación que Sayen le dijo que era el baño.

-Tengo agua caliente así que date una ducha y luego ven a comer algo-le dijo mientras le ponía unas toallas en la mano-Tengo ropas de un chico que tomaba clases de pintura conmigo. Una vez debieron venir sus padres a buscarlo porque hizo un desastre, se cambió aqui. Lavé sus ropas, pero jamás volvió por ellas...ni por sus clases.

-Gracias-le dijo él y entró en esa habitación llamada baño.

Apenas puso un pie dentro la muchacha pasó corriendo por su lado para quitar de la ducha ciertas prendas que no era muy prudente que viera ese muchacho a cualquier persona. Le sonrió y salió para que él se diera un baño.

¿Cómo llegó ahí? Todo empezó por una ocurrencia de los Zen Oh Sama e intervención indirecta de Gokú. Sucedió más o menos asi. Los Reyes de todo querían ver a su amiga y lo enviaron llamar, este traía en la mano un libro de manga de su hijo menor que les dejó a los Zen Oh Sama y en la historia de aquel manga se hablaba de ángeles que caían a planetas como la Tierra y se enamoraban de humanas. Él les leyó la historia, pero los Zen Oh Sama dijeron que nada de eso era verdad.

-Por supuesto que no, Zen oh sama-les dijo él- Esta es una historia ficticia que los humanos inventan para divertirse o para dejar alguna enseñanza, también ambas cosas.

-Yo me refería a que los ángeles no sienten absolutamente nada-le respondió Zen oh sama.

-Es cierto. Ustedes son insensibles-le señaló el otro.

-¿Insensibles?-repitió Daishinkan- Eso no es correcto, los ángeles sentimos igual que todos los demas seres. Solo que no actuamos en base a nuestras emociones o juicios subjetivos, ni interferimos en las decisiones de los dioses, sean estas buenas o malas. Solo damos un punto de vista racional.

Los Zen Oh Sama se miraron y luego lo miraron a él.

-¡Pruébalo!-le dijeron.

Y para probarlo lo mandaron a la Tierra con varias condiciones que debía cumplir. Primero no podía usar sus poderes, dos no podia decir quien era realmente, tres debía encontrar un humano que lo escogiera y cuatro debía interactuar con ese humano. Bien ya tenía su humano para aquella prueba, como él lo veía, solo debía interactuar con ella y demostrar que los ángeles tenían sentimientos. Se sentía bastante estúpido haciendo algo como eso para demostrar algo que era obvio. Mientras se bañaba, como la muchacha se lo pidió, pensaba en porque no desaliento a los Zen Oh Sama de una idea tan absurda como esa. Podía hacerlo, él hacia lo que quería todo el tiempo, aun cuando ni siquiera lo parecía. Era capaz de convencer a los Zen Oh Sama de casi cualquier cosa ¿por qué se prestó para esto?

-Oye muchacho ¿estas bien?-le preguntó Sayen- Llevas mucho tiempo ahí.

-Estoy bien no se preocupe-le respondío abotonandose la camisa.

Era extraño llevar prendas humanas. Olían a...muchas cosas aunque textura era agradable, pero no como la de su ropa y eso llamado calcetines eran una prenda innecesaria, pues no tenía zapatos, pero estar sumergido en el agua tibia fue agradable. Que extraño era ver su cabello húmedo pensó al verse al espejo, mientras seguía preguntandose ¿por qué aceptó todo eso? Cuando dejó el baño  un aroma dulce lo hizo mirar a esa pequeña mesa en la cocina, donde esa jóven de piel morena lo esperaba.

-Que bueno que te quedó la ropa, Dai-comento Sayen.

-Si muchas gracias, realmente me han sido útil-le respondió con esa voz formal, clara y elegante, tan discordante con su aspecto.

-Diaculpa, pero ¿qué edad tienes?-le preguntó la muchacha.

-Soy mucho mayor de lo que parezco-le respondió.

-¿En serio? Yo tengo 23 años.

-Soy mucho mayor que eso-le señaló con una medio sonrisa que parecía esconder su verdadera respuesta.

-Entonces eres mayor de edad ¿y que te pasó? ¿por qué andas descalzo bajo la lluvia?

Que raro era que le hablaran con tanta familiaridad y lo acosaran a preguntas, que lo miraran a los ojos y estar en un espacio tan pequeño, tan lleno de olores como el de las pinturas y la comida. Daishinkan entendía cualquier mundo al que fuera, pero experimentarlo era una sensación muy singular. Mientras respondía las preguntas de esa jóven de ojos de ébano miraba su entorno y analizaba las cosas.

-Ne alegra que seas mayor, porque entonces puedo ofrecerte
un trabajo. Tienes un aire muy intelectual, una bonita voz y buenos modales; eres perfecto para el puesto.

Sayen le dijo que heredó ese edificio de su tío y en el primer piso funcionaba una librería, mientras que en el segundo piso estaba su casa. Ella rentaba los dos pisos sobre el que usaba. Sayen necesitaba a alguien que se ocupara de la tienda de libros y le ofrecío el ático para que se quedará,pero por esa noche podía dormir en el sofá.

-Sé que es difícil vivir solo al principio, pero estarás a gusto aquí. Mañana te presentaré a los demás inquilinos.

-No creo que nuestro padre se adapté a una vida en la tierra-dijo Whis sin apartar la vista de la imagen proyectada por su cetro.

-Yo tampoco lo creo, pero tengo que admitir que me es muy interesante. Como ver una telenovela- señaló Vados.

-Definitivamente yo no me perderé detalles de esto-señalo Marcarita.

-Ne pregunto porque Zen Oh sama planeó esto ¿habrá sido... solo por aburrimiento?-se pregunto Whis y dejo la conferencia que tenía con sus hermanos.

InsensibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora