quience

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Que sencillo era el lecho donde dormía en este mundo. Ni siquiera era una cama sino un sofá. Tenía ventajas ser de baja estatura en ciertas circunstancias.Al menos en ese mundo,en el suyo era irrelevante. De hecho muchas cosas eran irrelevantes para su estirpe;las demostraciones de afecto físicas, por ejemplo.Jamás lo verían tocando a uno de sus hijos o estos entre ellos y ahora que se detenía a pensarlo no había motivo para no hacerlo,pero tampoco para hacerlo. No iba a perder tiempo reflexionado demasiado en los como y porqué de la conducta de su raza,pues para él, como para sus hijos,eso algo tan natural como para un humano lo es dormir.Pero si pensaba en lo agradable que era cuando ella,le hacía una caricia. Los besos no le gustaban mucho,eran algo incómodos y sobretodo nada higiénicos,pero las caricias estaban bien;eran agradables, cálidas y le daban calma. Una calma ajena a la que él,siempre tenía. Había llegado a la conclusión de que le gustaban las caricias de Sayen.

Por la mañana la muchacha,se despertó temprano y comenzó a hacer el desayuno. A veces ponía un tercer puesto en la mesa sin siquiera saber porqué y no se detenía a meditar el motivo. Esa mañana lo hizo y sentó al osito ahí. Fue lo único extraño que realizó. Se quemó los dedos y también se cortó,pero eso casi siempre pasaba;sus manos estaban llenas de benditas.

-si continua así,un día de estos terminara sin una de sus manos-le dijo Daishinkan,con algo de fastidio mientras le curaba los dedo lastimados-realmente es como una niña.

-lo lamento-le dijo ella algo triste.

-su otra mano-le pidió Daishinkan ignorando la disculpa.

-¿estas enojado?-le pregunto la muchacha.

-no.

-yo crei que si -le dijo Sayen.

-se equivoca. No estoy enojado-le dijo el Gran Sacerdote.

-estás molesto entonces-afirmo ella y Daishinkan la miro nada más-no lo hago a propósito-le dijo ella-lamento causarte problemas, Dai.

El Gran Sacerdote la miro. Sayen adquiría una ternura infantil cuando estaba triste y eso le causaba un deseo extraño, semejante a lo que le ocurre a una persona al ver un gatito (suponiendo que a la persona le gusten estos animales),claro que él no iba a sucumbir a la idea "ridícula",según él,de abrazarla con algo más de fuerza de la debida.

-Dai...

-ya le dije que no estoy enojado.

-no es eso... sólo quería saber ¿quien eres?

La pregunta hizo a Daishinkan alzar la vista de las heridas de la muchacha, para mirarla a los ojos. Ella lo veía con curiosidad.

-bueno...yo soy alguien que necesitaba ayuda y usted decidió ayudar-le respondío-nos conocimos hace muy poco.

-¿no somos amigos si quiera?

-no,me temo que no-le respondío él,mientras la veía llevarse los dedos a los labios.

-pero tú...-murmuró y aproximó su rostro al de él-tú me besaste...

-fue usted la que lo hizo.

-pero tú te dejaste besar-le señaló Sayen-eso no está bien-le dijo cruzando los brazos.

-me disculpo por eso-le dijo y ella lo miro de costado-sucede que no sabía cómo rechazar algo como eso,para ser honesto era la primera vez que pasaba por semejante situación.

-bueno,te disculpo-le dijo Sayen tras unos minutos en que se quedó mirando al Gran Sacerdote, directo a los ojos-aun que no entiendo que quieres decir con eso de que no habías pasado por algo así antes.

-de donde yo vengo las personas no se besan o tocan siquiera-le explico el Gran Sacerdote.

-¿entonces sólo se demuestran afecto por palabras y acciones? Eso está bien ¿pero no te parece frío? A veces es bueno dar una caricia... sentir la piel de otra persona.El tacto es mágico.

Daishinkan la miro. Ciertamente había descubierto o más bien recordado lo poderoso que puede ser el tacto para transmitir emociones,pero le seguía siendo algo muy ajeno a su persona. Ella lo miraba con una curiosidad con matices de compactación,algo ante lo que no sabía si decirle algo o simplemente ignorar aquello.

-¿quieres ser mi amigo?-le pregunto subitamente.

El Gran Sacerdote la miró desconcertado. Parpadeó un par de veces y no pronunció palabra.

-di que sí...anda...yo te agrado y tú me agradas; se mi amigo.

Era la petición más singular que le habían hecho y no sabía porque le tomaba tanto tiempo decir que si ¿decir si? Si,queria decir que si,pero le resultaba innecesario,mas entendiendo que los humanos ponen nombre a su relaciones...Bueno Zen oh sama le pidió a Gokú que fuera su amigo,pero claro él, es el rey de todo y puede tomarse las libertades que quiera,además fue él quien lo solicitó,acá se lo estaban pidiendo a él.

Era todo tan adornado entre los mortales e incluso los dioses caían en cosas como esa y cuando decía dioses se refería a los supremos kaiosamas también. El del universo siete,por ejemplo,no tenía problemas en llamar a algunos mortales "amigos". Los dioses tenían favoritos entre los humanos,pero para un ángel literalmente todos son iguales, hasta cierto punto,pues comprenden que cada individuo es único,mas eso no es suficiente para verlos de forma particular o eso pensaba él.

-¿Dai?

-¿si?-exclamó saliendo de sus pensamientos.

-no quieres ser mi amigo entonces...por mi esta bien-le dijo molesta y se puso de pie para tomar su osito de peluche y abandonar el departamento.

¿Pero no lo habían enviado a interactuar con los humanos? Se levantó y salió tras ella. Nadie lo vio brincar desde el balcón,unos seis metros hasta la calle,para desde allí llamar a Sayen. Ella volteo a verlo y lo encontro en esa postura que en ocasiones parecía esforzarse por abandonar.

-si,quiero ser su amigo-le dijo con una sonrisa verdaderamente amable,no la mueca perpetúa de su cargo y posición.

Ella volvió corriendo sobre sus pasos y le dio un fuerte abrazo que de no ser quien era lo hubiera derribado,porque fue más una embestida.

-sabia que dirías que si-le dijo.

Él no respondío. De un vehículo Eluney los observaba y señaló partir al chofer tras presenciar aquella escena. Claro que Daishinkan estaba muy conciente de eso como de que Thala los veía desde el balcón de su departamento. Ese muchacho no le agradaba y el sentimiento era recíproco. Ridículo parecía estar en implícita contienda con un humano,por la amistad con una mujer.

InsensibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora