treinta y cinco

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-Buenos días-le dijo Sayen.

Su voz se escuchó cansada,sus ojos se veían cansados también u su piel más pálida.

-Buenos días-le respondío Daishinkan.

Se pasó la noche entera ahí, recostado junto a ella,viéndola dormir. A momentos llamaba a Rayen,en otras ocasiones lloraba con temor y durante todo ese tiempo,nunca le soltó la mano.

-pensé que al despertar no estarías-le dijo la muchacha.

-¿por qué pensó eso?

Sayen no respondío y extendió su mano libre hasta el rostro de Daishinkan. Le hizo una caricia con la punta de sus fríos dedos y le sonrió.

-¿recuerdas cuando prepare pasta con salsa blanca y mariscos? ¿podrías..?

-lo haré...no se levanté-le dijo y salió de la habitación.

Sayen se sentó en la cama y tocio un poco. Se cubrió la boca con la mano y la apartó con sangre. Se sonrió,miro el cielo a través de la ventana,luego suspiro.

-ya voy mi amor...ya voy-murmuro.

Desayunaron. Era domingo, Daishinkan no trabajaba. Estuvieron todo el día juntos. No siempre hablaban y estaba bien,a ellos no les molestaba. El silencio era parte de sus vidas. Sayen pintaba y Daishinkan sólo estaba allí,absorto en sus pensamientos. De alguna forma ambos se lo estaban diciendo y al atardecer la muchacha, le pidió que la llevará a la playa. Se había cambiado el vestido por uno de color azul verdoso,como el agua marina,
llevaba el cabello suelto tan bien peinado que daba la impresión de estar cubierto por una capa translúcida. Se veía hermosa. Caminaba lento y con dificultad,por lo que el Gran Sacerdote, la ayudo a llegar hasta el océano.La sentó en la arena y él hizo lo mismo,a su lado.

-el almuerzo estaba delicioso-le dijo la muchacha apoyando su cabeza en el hombro de Daishinkan.

-que bueno que le gusto-le dijo él, sin quitar sus ojos del mar.

-esto es mejor de lo que imaginé-le dijo Sayen tras unos minutos de silencio.

Se apartó un poco de él,para hablarle casi al oído y el Gran Sacerdote,giró su rostro hacia ella en ese preciso momento dejando la faz de ambos a centímetros de distancia. La tentación de un beso visitó la mente de Sayen,pero prefirió perderse en esos ojos violeta tan claros y profundos a las vez.

-gracias por todo,Dai-le dijo al fin y pego su frente a la de él cerrando los ojos-me hizo feliz conocerte...Se que mi amor por ti te pareció y te ha de parecer aún un disparate,mas quiero decirte que nada tiene que ver con mi agonia...yo te ví,ese día de lluvia, y mi corazón fue tuyo desde ese instante. No sabía quién eras o si harías un alto en tu camino para andar a mi lado un momento... No sabía nada y aún así te amé y mira que el corazón no se equivoca...de todos los que dijeron amarme,tú fuiste el único que no me lastimó...te amo...

Lágrimas teñidas de ámbar,por el atardecer,caín por sus mejillas cuando se puso de pie. Sus ojos negros eran la ternura dulce concentrada en un solo lugar y la sonrisa que dibujo esa boca, la hizo ver cómo un ángel de cristal. Que pura y transparente se volvió esa mujer en ese momento. Que bella también.

El que siempre sabía que decir, no tuvo palabras en esa oportunidad,la miraba nada más embelesado por su figura efímera y poniéndose de pie, le enseñó lo que traía en el bolsillo. Con un leve asombro Sayen, contemplo la madre perla y el torrente de lágrimas aumento su intensidad, nublandole la vista. Las secaba con la mano,pero término por caer sobre sus rodillas buscando ese último gesto que necesitaba para hacer lo que fue a hacer allá, a la playa. Lo encontró en la mano de Daishinkan que sujeto la suya por un momento mientras ella dejaba de llorar,mas subitamente se soltó de él y corrió a la orilla. Se detuvo allí un instante,lo miro y con esa sonrisa jovial que tenía en sus buenos días,le dijo con una voz musical y dulce:

InsensibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora