nueve

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Los días pasaban y Sayen era,a los ojos de Daishinkan,una persona más o menos funcional. Cocinaba,lavaba,limpiaba,
pintaba y era capaz de sostener conversaciónes coherentes;pero a veces olvidaba lo que estaba haciendo y con frecuencia tenía pequeños accidentes,como tirar las cosas o terminaba haciendose pequeños cortes y moretones. Con él era muy afectuosa,casi melosa. Siempre lo estaba abrazándo o haciendo una caricia,le hablaba con dulzura y hasta le preparaba algunas pequeñas golosinas.Se volvió inocente, prácticamente como una niña que le pedía atención y alguna pequeña demostración de afecto.

La llamaron de la escuela y el Gran Sacerdote, respondió que ella estaba incapacitada de ir a trabajar. Fueron comprensivos y le dieron unos días de licencia.
Daishinkan la miraba sentada en la cama,afanada sobre un cuaderno de dibujo,le resultaba una criatura demasiado frágil ¿qué haría con ella? La verdad en un principio pensó en ayudarla,pero no era su responsabilidad hacer tal cosa, además para él,todo eso era una especie de juego donde ganaba si mostraba a los Zen oh sama que no estaba desprovisto de sentimientos,como ellos afirmaron. Él sentía y por eso esa mujer lo enternecia causándole cierto remordimiento abandonarla a su suerte.En especial desde que entró en ese estado. No le recordaba a los reyes de todo;era una sensación diferente,como algo que nunca antes había tenido la oportunidad de hacer y quería hacer,no estaba seguro,pero había algo en ella familiar.

-mira lo que he hecho-le dijo desde la cama y le enseñó su dibujo.

Era un retrato de él,sentado allí pensando y bastante bueno. Él le sonrió para decirle que le haría algo de comer,mas al intentarlo descubrió que ya no habían víveres y pues de alguna parte ella,debía llevarlos a casa así que le señaló el problema y ella le dijo que debían ir al supermercado,pero que no tenía dinero para eso. Ella no lo recordaba,pero había guardado el que Daishinkan ganó en la tienda de libros,por suerte él, si y lo buscó.

-iremos a comprar algunos alimentos-le dijo el Gran Sacerdote, a lo que ella parecía muy emocionada.

Salir por la calle con ella fue sencillo hasta el momento de subir al autobús,que era una auténtica lata de sardinas. Odiaba que lo tocaran,en la tierra descubrió aquello,pero le tocó aguantar que lo aplastaran entre otras cosas. Por fin en el dichoso supermercado y hacer las compras no fue tan difícil como pensó. Sayen lo ayudó más de lo que imagino y como él, había observado era bastante funcional,sin embargo,cuando pasaron por una góndola de chocolates se quedó viendo aquellos dulces con una expresión extraña. Subitamente comenzó a llorar y cayó de rodillas cubriéndose el rostro con las manos. Por suerte para Daishinkan,Thala estaba ahí por casualidad y lo ayudó a calmarla. Le ofrecío llevarlos a casa en su auto,que parecía cualquier cosa menos un automóvil,pero era mejor que el autobús.

-esos chocolates se los compraba siempre a Rayen-le dijo Thala a Daishinkan que iba en el asiento trasero con Sayen dormida en su regazo-cada vez que la niña caía en el hospital,ella le llevaba esos dulces, le encantaban.

-asi que fue eso...-murmuró el Gran Sacerdote.

-creo que deberías saber más de ella si pretendes cuidarla,amigo-le dijo Thala-veras Sayen y yo nos conocimos en un hogar de menores. Ella estudio yo trabajé y pues fuimos por caminos separados. En la universidad ella conoció a Nahuel,que es un imbécil,pero ella se enamoro de él y término embarazada ¿que crees que hizo ese infeliz? Desaparecer cual mago, dejandola sola con un bebé que para colmo estaba enfermo,aun así ella término su carrera y crío a la niña,pero cuando su tratamiento se volvió más costoso recurrió a sus abuelos paternos,que le quitaron a la niña desprestigiando a Sayen. Ella amaba a su hija,hasta le dió un riñón y nada fue suficiente.

Daishinkan la miro. Dormida lloraba. El amor de los padres es el único amor incondicional que existe y él único que es realmente perpetuo. Eso él,lo sabia muy bien y se detuvo a pensar en eso otra vez ¿que haría él si uno de sus hijos corriera peligro? Llegaron al edificio y Thala se ofreció a cargar a Sayen hasta su departamento,pero él le dijo que no hacía falta. Con cierto asombro,el muchacho lo vio a levantar a la joven en sus brazos y llevarla hasta la puerta del departamento. Sayen era de estatura promedio y delgada,sin duda no pesaba mucho,pero que él fuera capaz de levantarla no dejaba de ser curioso.Thala no confiaba mucho en ese tal Dai. No se le hacía un tipo malo,pero si uno sospechoso y a regañadientes lo dejo solo con ella otra vez,pues le resultaba también bastante intimidante.

Daishinkan aprendió algunas cosas nuevas de ese mundo como también de Sayen. La dejo acostada en la cama y la vio abrazar esa muñeca de trapo que era de su hija. Se le quedó mirando porque había estado considerando algunas ideas que podían ser útiles para ella y para él,cuando subitamente Sayen, despertó y lo miro como ya se le había hecho habitual al Gran Sacerdote.

-¿qué pasó,mi amor?-le pregunto confundida.

-te desmayaste y te traje a casa-le dijo Daishinkan.

-asi veo...¿me das un beso?-le pregunto traviesa y dulce.

No era primera vez que se lo pedía,pero él se negaba a ello con mucho tacto.

-ya no me besas ni quieres dormir conmigo-le dijo ella con tristeza.

-si bueno yo...

-apuesto tres chiclosos a que no lo hace-le dijo un Zen oh sama al otro.

-yo dos chiclosos y una chocolatina a que si lo hace le respondío el otro.

InsensibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora