dieciocho

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No,no se sentía solo sino aislado, pero sólo de vez en cuando. Si, eso era;estaba aislado de todo y todos,eso moldeo su carácter tan distante. Se veía y actuaba como un ser tranquilo, gentil;pero en el fondo no era muy tolerante a los demás seres. Se había vuelto algo huraño y un tanto solitario,pero no siempre fue así. Tampoco es que haya sido el sujeto más amistoso de la existencia,pero convivía con mayor facilidad con otros seres. Hacia mucho de eso ¿como eran esos seres de su presencia?

-Dai ¿a donde vamos?-le pregunto la muchacha sacándolo de su mente.

-hay una cafetería por aquí cerca y quería disfrutar de una de sus tazas de café,vera de donde yo vengo el café es una bebida algo exótica-le explico Daishinkan.

El edificio ya estaba a la vista y eso hizo a Sayen detenerse. Era un lugar de aspecto muy familiar. Había una piscina de pelotas y otros juegos infantiles.
Los ojos de Sayen se llenaron de lágrimas subitamente.

-no quiero ir-le dijo.

-¿por qué no?-le pregunto el Gran Sacerdote.

-no lo sé... sólo no quiero ir allá-le dijo-vamos a otro lugar.

-pero para mi es muy importante ir allí. Usted es mi amiga,por eso le pido que me acompañe-le dijo el Gran Sacerdote, con un rostro acorde a la petición.

La muchacha se secó las lágrimas  con la manga de su blusa y lo miro para decirle que estaba bien,pero que no la dejara sola.

Daishinkan no escogió ese lugar sin un motivo. Revisó los cuadernos de dibujo y encontró varios sitios ilustrados allí,entre ellos esa cafetería con una leyenda que le dió una pista respecto a la relevancia de ese lugar. Según entendio era el sitio favorito de la hija de Sayen. Entraron y se sentaron en la butacas donde llego una camarera que los dios los menú, fue una petición inconciente la que ella hizo.

-quiero un helado de fresa con menta y uno de vainilla con muchas chispas de caramelo con una galleta para Raye...

Se quedó callada y no volvió a hablar.

-el helado de fresa con menta y un café por favor-le dijo Daishinkan a la camarera.

A los pocos minutos la mujer llevo la orden,pero Sayen ni siquiera miro el helado.

-yo venía aqui con alguien-murmuró con la cabeza gacha.

-¿con quien?-le pregunto Daishinkan.

-una niña...era pequeña y tenía el cabello negro y rizado... quiero irme-le dijo al borde del llanto.

-por favor no sea egoísta-le dijo Daishinkan-yo siempre estoy al pendiente de usted sin pedirle algo acambio,lo hago porque es mi amiga y usted no quiere acompañarme a disfrutar un café ¿no cree que es desconciderado de su parte?

Sayen no respondío.

-lo lamento,Dai-le dijo Sayen.

-no lo lamente y disfrute su helado-le dijo el Gran Sacerdote y se movió de su lugar para sentarse al lado de ella-apuesto que está delicioso,pruébelo.

Daishinkan metió la cuchara en el helado y la llevó frente a los labios de Sayen,para darle de comer como ella hacia con él. La muchacha titubeo un momento y una lágrima solitaria cayó por su mejilla;el Gran Sacerdote la atrapó con una servilleta y entonces ella,abrió la boca para probar el helado.

-¿como esta?-le pregunto.

-Dulce y frío-le respondío la muchacha con una sonrisa.

-suena un postre muy agradable al paladar-comento Daishinkan.

-me refería a tí-le dijo ella sonriendo tiernamente.

Daishinkan arqueó una ceja y se bebió el café. Sayen estaba incómoda,pero resistió aunque al terminar prácticamente salió corriendo del lugar con ganas de irse a casa, lo más rápido posible y Daishinkan la complació. Apenas llegó a la casa tomo un cuaderno de dibujo y comenzó a dibujar algo con mucho afán. Al terminar se quedó viendo su obra sin decir una palabra hasta que Daishinkan, le preguntó que hacía y ella le mostró un retrato de Sayen.

-¿quien es ella?-le pregunto el Gran Sacerdote.

-no lo sé...pero es hermosa ¿no lo creés?

-si...es muy hermosa-le dijo Daishinkan.

Soledad. Era la soledad uno de los terrores del corazón humano. Confunde los afectos, desequilibra los ánimos y transtorna las mentes. La soledad es un flagelo helado que acondiciona conductas y que sin darte cuenta te va a aislando ¿Daishinkan se sentía solo? No, pero lo estaba. Estaba totalmente solo,allá en lo alto y aislado.No era como la soledad y el aislamiento humanos,pero mordia también.

El siempre distante Daishinkan,el que sirve a Zen oh sama y gobierna a los ángeles no tenía absolutamente a nadie a su lado. No había una voz amiga con la cual intercambiar palabras ajenas a su labor o alguien que le preguntara como estaba,que hiciera algo por él o que le mostrará compresión en momentos que experimentaba fastidio,hastío o enojó. ¿Por qué pensaba en eso? Porque Sayen estaba sola y él también;pero ninguno se sentía solo y aún así estaban moldeados por aquello, pero a ella la transtorno. No fue sólo el dolor lo que la llevó a ese estado sino también la soledad y ella,de forma inconciente,se lo había estado gritando.

La miro sentada en la alfombra dibujando de espaldas a él y camino hasta ella,para pararse detrás y luego rodearla con sus brazos para llevarla hacia él. La mejilla de la muchacha término contra el pecho del Gran Sacerdote y en su desconcierto intento apartarse,pero término por quedarse allí, quieta como una mariposa que descansa en una flor para calentar sus alas cansadas. Dejo caer el cuaderno de dibujo y llevo sus trémulas manos a la cintura de Daishinkan para aferrarse a él.

-adelante, lloré... lloré Sayen-le dijo el Gran Sacerdote -la niña se llamaba Rayen y era su hija.

-¿mi hija?

-si...

-¿donde está?

-lo siento. Ella murió.

Un grito ronco y visceral,como el de aquella vez, broto de esa boca y las compuertas, que contenían los ríos de lágrimas se romperíeron de golpe soltando todo el dolor de una sola vez en un llanto descarnado, acompañado de lamentos que hubieran roto el corazón de cualquiera,pero Daishinkan estaba ahí parado como si nada sosteniendo a la muchacha, que se desmoronaba entre sus brazos. Pero él no estaba insensible a lo que sucedía,sólo se cuestionaba el hecho de que nadie ni siquiera Thala le brindará a Sayen consuelo. Esa mujer estaba desconsolada; famélica de un simple gesto como el que él,tenía con ella en ese momento. Se reprochó también el no haberse dado cuenta de algo como eso, pero bueno ahora lo estaba haciendo y finalmente Sayen, podía soltar todo eso que dejó ahí,estancado. Su dolor al fin podía vivirlo aferrada a un total desconocido que era el único que tenía piedad de ella,que era el único que le mostraba atención y preocupación. Los Zen oh sama lo llamaron insensible,pero estaban en un error los humanos eran los insensibles.

Daishinkan comenzó a acariciarle el cabello después de unas horas,cuando Sayen ya estaba recostada en el piso con la cabeza en su regazo,cuando ya sólo quedaban sollozos cansados y ojos lastimados de tanto llorar, Sayen le dijo:

-Gracias...Dai...

-no hay de que querida-le dijo el Gran Sacerdote.

Respondió con una palabra afectuosa para hacerla sentir afecto,después de todo,debía admitir que por alguna razón Sayen le simpatizaba.

InsensibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora