veintidós

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No fue la humedad lo que le causó la fiebre,era psicosomático. El terrible torrente de recuerdos, le desató demasiadas emociones que la llevaron a ese estado. Literalmente ardía en fiebre y lo que Daishinkan hacia para bajarla no estaba sirviendo de mucho. Si la fiebre seguía así podría incluso morir. No pudo dejarla,no en ese estado debia estabilizarla un poco antes de partir. Suponía que los Zen oh sama no habían terminado el juego,pero él seguiría jugando en otro lugar porque si se quedaba allí,sólo causaría más daño a Sayen.

Por el momento su atención estaba puesta en la muchacha a la que decidió meter en el agua, para que la fiebre bajará de una vez. Ni una pizca de morbo le causó ver el cuerpo desnudo de Sayen,él no tenía esa atracción por lo prohibida o lo amoral,asi que ese labor estaba desprovisto de cualquier implicancia semejante,pero le llamó la atención una marca que tenía la muchacha entorno al ombligo. Una mancha oscura con la caprichosa forma de una luna menguante,fuera de eso nada más. La fiebre bajo y la dejó recostada en su cama con esa pijama tan bonito que usaba la muchacha.

Para cuando Sayen despertó,se encuentro en su cama. Tenia la sensación de haber dormido por mucho tiempo y a la vez de no haber dormido nada. Recordaba absolutamente todo y eso la dejó algo aturdida en un primer momento. Se puso de pie y fue hasta el sofá donde solía descansar Dai,pero él no estaba ahí y al no encontrarlo sintió una sensación muy extraña,que la hizo sentarse en el brazo del sofá a reflexionar en cómo llegó a casa. La verdad no recordaba absolutamente nada de eso,salvo de que alguien la cargaba. Fue hasta la cocina por un vaso con agua encontrado,sobre la mesa, una nota en un trozo de papel arrancado de un libro. Una escueta declaración le explicaba que Dai,se había ido para no volver. Arrugó el papel en su mano y lo arrojó contra la pared con rabia.

-todo lo que quiero se va-se dijo mientras se abrazaba a si misma-somos sólo tú y yo Sayen...simpre somos sólo tú y yo.

Se sentó en el piso con la espalda apoyada en el mueble de la cocina y ahí se quedó en silencio.

Daishinkan se fue para evitar que ella, se siguiera encariñando con él y porque si la seguia ayudando nunca encontraría la fortaleza para levantarse por si misma. Eso se dijo en primera instancia,pero más tarde tuvo que admitirse que en gran parte se alejó de ella,para evitar ser él quien le tomará más cariño del que ya le tenía. La estaba queriendo demasiado y lo supo esa noche en que temió por su suerte,porque algo le pasará. Llamó a los Zen oh sama,pero ellos no respondieron así que asumió que debía seguir jugando en ese mundo y se lanzó a caminar por ahí.

Entendió que debía buscar un trabajo y un lugar donde vivir. Para su suerte encontro ambas cosas ese mismo día,aunque mucho tuvo que ver su capacidad oratoria. Era un trabajo sencillo cerca de la playa donde un señor,lo recibió como su aprendiz en el astillero. No era una lugar muy grande y sólo se reparaban botes pequeños,pero estaba bien. Además le dieron una habitación agradable donde descansar. Era sencilla,pero le resultaba cómoda. ¿Que sabía Daishinkan de reparar botes de pesca? Nada,pero aprendió rápido, aunque la camaradería del lugar le resultó algo invasiva,pero acogedora. Era un buen lugar para interactuar con los humanos como se lo pidieron,era un lugar donde siempre estaba ocupado como era su costumbre, era un lugar donde podía apartar esos pensamientos que a momentos se le escapaban hacia esa muchacha.

La tienda de libros cerro para siempre sus puertas y el edificio fue vendido por su propietaria. Sayen abandono ese lugar. Daishinkan lo supo porque paso por ahí por casualidad un día y estaba el cartel de vendido. Una tarde vio a Thala en el mercado de pescadores,pero el muchacho ni lo saludó y él no se molesto en hacerlo. Los días pasaban y el Gran Sacerdote, se preguntaba cuánto tiempo más debería permanecer con los humanos. Ya era suficiente,desde su punto de vista,pero él no decidía eso así que le tocaba esperar en ese lugar. Era un hábil carpintero, para muchos ahí algo un poco envidiable,pues en pocas semanas se hizo de los mejores clientes y aunque sus modales refinados,lo hicieron ver fuera de lugar entre tanto tipo rudo, pronto se hizo respetar entre los hombres de mar.

Una tarde casi un mes y medio después de que dejo la casa de Sayen,una mañana de niebla,al salir a comprar unos materiales para reparar un bote,se encuentro con la muchacha. Traia un vestido azul muy bonito y un largo abrigo verde sobre el Llevaba unos libros y carpetas entre las manos y ese bolso de cuero salpicado de pintura,su negro caballo suelto y esos ojos de ébano fijos en la angosta vereda por la que Daishinkan iba hacia ella. Lo miro y él a ella. Una sensación extraña le bajo por la piel al Gran Sacerdote, que imagino ella se había ido muy lejos se ese lugar y ya jamás volveria a verla,pues el retornaria a su puesto dejando toda esa historia atrás,pero no. Ella seguía en el mismo lugar, mas pasó por su lado cual si no lo conociera.

Un hola al menos esperaba Daishinkan,pues vio en sus ojos el reconocimiento;pero no sucedió.Él tampoco se animó a saludarla,pero a diferencia de ella se detuvo en la vereda para mirarla un momento. Se veía bién,pero tenía esa nostalgia en sus ojos negros. Se sonrió, parpadeó lento una vez y retomó su camino hacia el taller donde debía comprar lo que necesitaba.

Sayen no miro atrás,ese le dijo que lo que sentía era un disparate,se fue sin despedirse,le dió tanto y se llevó todo con él. Lloro unos días,pero al fin aceptó que sólo estaba ella con ella y que eso jamás cambiaba.Ahora que el único y verdadero amor de su vida no estaba;su hija,se concentraria en cosas relevantes sólo para ella. Al diablo con Thala,con Eluney y Dai...al diablo con todos ellos y todos los demas.

InsensibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora