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Daishinkan pensaba hacerle preguntas al respecto, pero en ese momento tocaron la puerta y ella se levantó para ir a ver. El gran Sacerdote, no vio a la persona con la que Sayen hablaba, mas si pudo ver si unas manitas pequeñas que se sujetaba a la pierna de la joven. Cuando está se dió la vuelta, al cerrar la puerta, quedó al descubierto una niña de unos cuatro años con el cabello negro ondulado y los ojos verdosos. Se parecía a Sayen, solo que su piel era blanca. Para Daishinkan fue obvio que se trataba de la hija de la muchacha.

-Ella es Rayen- la presentó la mujer tomando la mano de la pequeña de forma amorosa- Es mi hija- añadió confirmando la impresión del Gran Sacerdote.

La niña miro a Daishinkan que le puso su cara más amable, pero Rayen no se aproximó a él pese a sus amables intentos por hacer que lo saludara.

-Es un poco tímida- la disculpó Sayen- Por favor no te ofendas ¿Tienes hambre, amor?- le preguntó a la pequeña que asintió con la cabeza.

Sayen se llevó a la niña a la cocina y el Gran Sacerdote la siguió con la mirada sin borrar su afable sonrisa de su frío rostro. Era una escena tierna, dulce y que le causó una sensación algo extraña. No esperó que esa mujer fuera madre. Era muy joven. Tampoco en la casa había indicios de que allí viviera una niña y está llegó con una mochila bastante abultada. Rápido concluyó que la hija de Sayen vivía en otra parte y solo visitaba a su madre. Aquello lo hizo pensar que la voz masculina que escuchó podía ser el padre de la niña. La familia estaba separada.

Era tarde y Sayen se llevó a dormir a la niña apenas está terminó de comer. Daishinkan permaneció de pie en el mismo lugar todo ese tiempo. No le era incómodo estar así. Casi no sabía permanecer en otra postura. Durante ese lapso se dio cuenta de que no tenía idea de que hacer cuando no estaba sirviendo a Zen Oh Sama o resolviendo sus asuntos de Gran Sacerdote. Después de un rato se sentó el sofá. Sentarse le parecía  un tanto extraño. Todo se veía tan diferente con solo unos centímetros menos de estatura que perdía al cambiar de postura.

Sayen llegó a su lado con unas mantas y una almohada para que improvisara allí una cama, pero él no parecía ni muy interesado en hacerlo ni tampoco saber como, pues se quedó sosteniendo ambos artículos como si tuviera entre las manos algo totalmente desconocido. Obviamente no era así, sucedía que acababa de notar también tendría que dormir o al menos fingir que lo hacía. Sayen al verlo tan vacilante le pidió se pusiera de pie y acabó siendo ella quien armó una cama allí.

Daishinkan se paró a un costado y la observó paciente. Los eran algo que siempre veía  a la distancia y de forma neutral. Sabía que podían ser buenos y malos. Su naturaleza era algo que conocía demasiado bien . Nada de lo que hacían le llamaba la atención realmente. Ni sus conflictos, ni sus intereses, ni sus virtudes; sin importar lo que contemplara desde su posición para él eran mortales siendo mortales. Seres frágiles que intentaban vivir  de más o menos la forma que los dioses esperaban de ellos. Unos, sin embargo, de vez en cuando obtenían un instante de interés particular de su parte. Casi siempre esos eran individuos como Goku y compañía. Solo lo excepcional obtiene el interés de dioses y ángeles. La gente como Sayen no eran algo especial.

Él dijo que los ángeles tenían sentimientos y eso era verdad, pero mientras miraba a Sayen cayó en cuenta de que esa mujer le era bastante simple. Se apiado de él y lo llevó a su casa, le ofreció techo y comida sin saber quién era lo que la hacia demasiado confiada y vulnerable. Un criatura ingenua, frágil ¿Podia llegar a sentir por algún afecto especial por ella? ¿Podia creer un lazo de amistad o compresión con esa mujer? Eran tan diferentes como una nube y una piedra. Ella era tan simple. Esa mujer era una niña en todos los aspectos antes su persona.

-¡Listo!- exclamó Sayen- No es muy cómodo, pero al menos estarás tibio y seco. Hace frío está noche, abrigate bien. Buenas noches que duermas bien.

-Usted también-le respondió de manera gentil.

Sayen se fue hacia su cama y apago la luz. Él se recostó en aquel lecho improvisado, pero no para dormir precisamente. Un ángel no necesita dormir, pero eso no significa que no puedan hacerlo. Sin embargo, no existe un motivo para que uno de ellos quiera hacer tal cosa.
Daishinkan no tenía pensado experimentar ese estado de vulnerabilidad que era el sueño, aunque tampoco sabía que hacer durante esas horas de oscuridad. Esa casa estaba tan llena de sensaciones que lo incomodaba. Había olores a comida, limpia pisos, desodorante ambiental, el perfume de esa mujer y otros tantos que parecían estar hablando en un murmullo incesante que lo inquietaba. Las mantas suaves y tenían un olor mezcla de muchas cosas, la respiración de la niña y el débil ronquido de la mujer le llegaban al oído de manera muy nitida. Él era un ser de sentidos agudos, pero habituado al silencio, a una atmósfera siempre estable. Pronto terminó abrumado de esa casa y de lo que había más allá por lo que acabo desactivando esos penetrantes sentidos, apagando su percepción. Terminó dormido.

Durmió, al menos un momento, despertó porque sintió como la muchacha lo cubría con una manta y luego volvió a su cama.  Él se levantó un poco después, cuando asimiló se había quedado dormido. Motivado por la curiosidad fue hacia la mujer, procurando no hacer ningún ruido. Nunca había visto dormir a un mortal y tras lo que experimento quería observar ese estado. Sayen abrazaba a su hija, con ternura, en aquella cama. Eran dos seres todavía más débiles así, durmiendo. Pero la escena lo hizo pensar en sus hijos y la relación que llevaba con ellos. Pasaba miles de millones de años sin verlos. Cuando los veía apenas si los miraba. Los amaba sin duda alguna, pero él debía gobernarlos en cierta forma y eso no les permitía llevar con ellos una relación fluida a nivel personal. Doce hijos  doce amores distintos e igual de intensos, mas los ángeles aman de forma mesurada. No lo dicen, no lo demuestras; no se besan, ni se abrazan. No se dicen palabras de afecto, no lo expresan de ninguna forma porque así es su estirpe, a los ojos de los mortales insensibles, pero se equivocan.

InsensibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora