Capítulo 14

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Ya entiendo a los famosos y el tema del jetlag. Estoy agotado, hecho papilla. Imagínense esto: salimos de Nueva York a las ocho de la mañana y llegamos a Francia a eso de las nueve de la noche, hora local. Fueron siete horas de vuelo y seis de diferencia en el huso horario. Horrible. Y como dije, estoy cansado.

Cuando llegamos al hotel nos reciben con la más alta cordialidad, ni modo, llegó la jefa. Rápidamente la llevaron a la suite presidencial que es la más grande y es como si fuera un pequeño apartamento. Dos habitaciones, sala de estar, gimnasio, comedor, una oficina y jacuzzi privado en la terraza. Sin contar el lujoso baño en cada cuarto. Estupendo todo lo que el dinero puede comprar.

Me paseo por la estancia y tiro unas fotos para enviárselas a Piper y que muera de envidia.

–¿Qué deseas para cenar?– llama mi atención Di, quien tiene un teléfono en las manos.

–Elige por mí– le digo y ella asiente. No sé mucho sobre platos como los que ella come, así que lo dejo todo a su gusto. Yo cuento con la suerte de comer de todo. El hambre te obliga a comerte cualquier cosa que te den, de experiencia propia lo sé.

Cada uno va a su habitación mientras esperamos la cena. Yo desempaco mis cosas y las dejo en el ridículamente grande armario. Nunca había tenido la oportunidad de estar en un hotel de la cadena Diamond Hamilton, mucho menos en la suite presidencial, de hecho, en ningún hotel de lujo he estado y me sorprende bastante todas estas cosas ostentosas. No pueden ni imaginar lo que cuesta pasar una noche aquí, un hotel cinco estrellas.

La puerta es tocada pasado veinte minutos y me encamino a abrir. Un chico entra empujando un carrito y cuando se dispone a servir la comida, Diamond lo detiene.

–No te preocupes, nos encargaremos de eso– le tiende un billete de cien y casi puedo jurar que sus ojos brillaron con un signo de dólar.

–Gracias, señorita. Pasen una buena noche– me mira y me da un asentimiento con la cabeza –Señor, con su permiso– se retira y yo cierro la puerta con una expresión divertida.

–Acompáñame, Ethan– me dice y rápidamente la ayudo a servir la cena. Me dice que es fettuccine en salsa Alfredo y se ven deliciosos.

Nos sentamos en el comedor no sin antes servir nuestras copas de vino.

–Comida italiana en Francia– digo con ironía y Di se ríe.

–No puedes culparme de que las pastas sean mi debilidad– le da un sorbo a su vino –¿Qué tal la vista? Este hotel tiene la mejor.

Dirijo mi mirada al balcón. Se ve toda la ciudad iluminada frente a nosotros, la torre Eiffel se ve a la lejanía, llena de luces, las estrellas centellean en el cielo y se ve todo espectacular.

–Está estupenda– digo y ella asiente orgullosa.

–Trataremos de terminar con el asunto de la administración lo más antes posible, espero en tres días haber terminado. Quiero enseñarte la ciudad– comenta y la miro sorprendido.

–¿Duraremos los cuatro días restantes haciendo turismo?– pregunto medio desanimado, me negué a que Piper viniera porque creía que estaríamos trabajando la semana entera.

–Así es, siempre y cuando todo salga como lo estipulado– bajo la mirada hacia mi plato casi vacío –Oye– me llama y toma mi mano. La miro –Sé lo que piensas, ella viajará el viernes con Hillary en el avión de la empresa. Yo arreglé su pasaporte si te lo preguntas.

–¿En qué quedamos, Di?– la miro con el ceño fruncido y ella sonríe de lado.

–Que tengo que comentarte las cosas que haré para Piper, pero no te avisé porque quería darte la sorpresa cuando estemos aquí– suspiro –¿O acaso no te gusta la idea?

Mi Señora (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora