Hablé con mi padre y le dije que necesitaba entrar en el bar cuando no hubiese nadie porque iba a preparar un proyecto para la universidad, no tuve que explicar mucho más, pues mi padre confía en mí y yo lo sabía. Solo le dije que era como mi examen final, porque en cierta manera así es como me sentía, esto sí que iban a ser unas prácticas reales.
Estaba muy nerviosa, creo que demasiado.
Hice un paseíllo junto a la barra, lo anduve de un lado al otro, paseando mis nervios tanto, que creí que el suelo se gastaría por mis pasos.
Había preparado unas preguntas, que, si quería el tal Alejandro, podría leerlas antes de empezar.
Padre nuestro que estás en los cielos... No me dejes fastidiarla.
Tenía puesta una medalla de oro del Cristo de la Salud, que con mi mano la movía en un vaivén mientras la apretaba entre mis dedos como si quisiera que mi Dios entrase dentro de mí y me ayudase a crecerme.
Tenía que llevar las riendas de la entrevista.
Tenía en mis manos una bandeja de oro, una alfombra roja hacia la gloria.
Alejandro el loco estaba en el punto de mira de la sociedad y nadie había logrado acercarse a él y mucho menos hacerle una entrevista.
Me había pasado el día anterior, viendo vídeos y leyendo reportajes sobre su caso.
En las imágenes aparecía un joven, casi un niño de cabeza gacha.
Delgado, bastante alto de muy mal aspecto y muy parecido a los rasgos de Gloria y a las fotos que salían del fallecido.
Como me dijo Quique, la actitud de la novia del desaparecido era muy llamativa.
Altanera, cabeza alta, sin un ápice de tristeza.
Llamaron a la puerta.
Me santigüé y abrí la puerta haciendo que las llaves resonaran en el cristal.
Detrás de Gloria entró un hombre muy diferente a la imagen de aquel muchacho que yo había visto en los vídeos.
Cerré y a continuación y con el corazón galopando me acerqué a ellos y extendí mi mano para estrechársela, creo que tuvo que notar que mis manos temblaban y estaban sudosas por motivo de mis malditos nervios.
—Gracias por venir, soy Candela.
Aquel hombre moreno, de ojos profundos, negros como el azabache al igual que toda su indumentaria y dolor en la mirada, sacó su mano derecha del bolsillo de la sudadera negra y estrechó mi mano en silencio.
—Sentaos—les ofrecí separando una silla de una de las mesas—, toma, estas son las preguntas que he preparado, por si quieres anular alguna.
Alejandro, en ese momento volvió a sacar las manos de los bolsillos, cogió con sus grandes manos la hoja y en ese momento me fijé en que la mano izquierda estaba totalmente tatuada, como si su mano solo fuese de huesos.
—¿Os apetece algo de beber? —pregunté.
Alejandro negó con la cabeza, no había articulado palabra alguna y Gloria dándome las gracias rechazó la oferta.
El nerviosismo de los dos se podía palpar.
Gloria se tocaba continuamente una mano con otra, parecía frotarlas.
Aquella tensión y silencio no hacía más que ponerme nerviosa, más aún de lo que ya estaba.
Suspiré intentando relajarme y me senté en frente de Alejandro.
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Candela
RomanceAlejandro, El Loco, ha sido puesto en libertad después de 12 años en prisión por un error. Candela, nuestra protagonista y estudiante de periodismo, está dispuesta a poner en marcha un plan para demostrar quién es el verdadero asesino de Fernando Ga...