Poker

52 10 1
                                    

Me estaba aficionando a eso de no dormir bien.

De nuevo había dormido poco y mal y lo notaba hasta en la conducción, pero por fin aparqué, no encontraba sitio y lo he conseguido no muy lejos de la universidad.

No había podido dormir por culpa de Alejandro y mi fetiche, o sea su olor.

Había soñado con él y su desnudez, que por cierto, en mi sueño está impresionante de bueno, no sé si en realidad tendrá tanto músculo, me he soñado a mí, olfateando su cuello de color canela mientras me...

Iba pensando en el sueño cuando una chica me interrumpió.

—¿Candela Romero?

—sí—respondí al ver a la rubia tipo Barbie pija.

—Hola soy Estela—me entregó una tarjeta que ponía, periodista—. Me gustaría hablar contigo.

—Sobre...

—Sobre el Loco—respondió.

—Lo siento, pero no hablo de nadie, solo de mí.

—Pues para ser periodista no esperaba esa respuesta, es lo que hacemos, contar cosas que interesan.

—¿Qué quieres saber del Loco?—no sé para qué pregunté, si ya sabía la respuesta.

—Qué tal que me pongas en contacto con él.
Podemos llegar a un acuerdo.

—Le pasaré tu tarjeta.

—¿Así de fácil?—dijo la rubia como si no se fiase de mí.

—Sí, no soy su agente.
Él sabrá si quiere hablar contigo o no.

—¿Y por qué no me das su teléfono? Así no te molesto más y le llamo directamente...

—No doy esa información, lo siento.

—¿Cómo lo conseguiste?

—Sabrás que una buena periodista nunca desvela a sus confidentes...—le sonreí lo más falsa que pude con gesto de mírame ¿crees que soy tonta? Y yo misma me recordé a Tania. Luego me giré para irme.

—Candela—me agarró del brazo.

Primero miré su mano y luego a ella.

—No tengo muy buen día—dije—, así que suéltame que no somos amigas.

La rubia, Estela o cómo quisiera llamarse, se había sobrepasado en el apretón.
Con su ropa de marca, su gargantilla de perlas y su peinado de peluquería, daba aspecto de la típica mujer de película de sobremesa donde luego resulta ser una asesina y yo, con mi juego del Loco, ya tenía bastante para averiguar ningún asesinato más.

—Perdón—dijo, carraspeó, se tocó el pelo y quiso ser cordial—, solo quiero hablar, no me malinterpretes.

—Ya te he dicho que le daré al loco tu tarjeta, no tengo nada más que hablar contigo.

Y luego sí que me fui.

Tal como entre por los pasillos de la universidad, me encontré con Macarena y Juan.

—Buenos días—dijo Juan con tono alegre.

—Muy buenos no son...—replicó Macarena.

—¿Y eso? ¿Qué te pasa?—le pregunté.

—A mi nada, lo decía por ti, que traes mala cara.

—¿yo? Que va...—dije e intenté poner mejor semblante para no tener que dar explicaciones.

Pasé la mañana entre clase y clase, me llegó por un WhatsApp de Quique, las señas del tal Aarón.
Me había conseguido la dirección actual.

—¿Con quién hablas tan contenta?—preguntó Juan al verme sonreir mientras tecleaba mi agradecimiento.

Candela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora