Cebo

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A Alejandro se le había ocurrido una idea para hacer que el asesino, se pusiera nervioso y tuviese un fallo, o al menos que Carmen, que seguíamos sin su versión, nos contase algo, ella o cualquiera de los que estaban implicados, así que me preparé y fui a hablar antes que nada, con mis padres.

Llegué al bar de mi padre a Casa Manué, era bastante temprano, aún no había abierto al público.

-Candela mi chata, ¿te has caído de la cama? ¿Qué haces aquí tan temprano?—preguntó mi padre.

-Tengo que hablar con vosotros-dije-, hay algo que no os he contado.

Mi padre enseguida cambió el gesto y señalándome dijo:-¿Tengo que asustarme? Mira que estoy siendo comprensivo y moderno como queréis vosotras, que no he dicho ni pío de que te vayas a dormir cada vez que te da la gana con tu novio.

-No papá, no es nada de eso.
Es algo bastante importante.

Mi padre hizo un gesto con la mano para que me esperase y con cara de susto llamó de una voz a mi madre.

-¡Candela la niña!

-¿¡Qué pasa Antonio!? ¿Qué pasa Candela?—Mi madre salió de la cocina algo alarmada por la voz de mi padre.

-Poneos cómodos.

Mis padres se sentaron con cara de perdidos, como estaban.

-A ver, Ale...

-¿Qué ha pasado Candela?

-Calla-le increpó mi padre a mi madre-, deja que hable.

-Ale, es Alejandro El Loco.
El ex convicto-dije e hice un silencio que se demoró demasiado.

-¿¡Qué dice Candela!? ¿Cómo puedes decir eso y quedarte tan tranquila mi alma?-dijo mi madre de repente después de aquel silencio tan incómodo.

-¿Y qué hago?-dije-He pasado mucho tiempo trabajando con él y me he enamorado.

-¡Ay Candela de mi alma!, ¡con la de hombres que hay chocho mío!, ¿en dónde te estás metiendo?-dijo mi madre sofocada.

-Es inocente-dije-le tendieron una trampa.
¿Y tú no dices nada?-miré a mi padre.

Mi padre estaba más serio que un guardia real.
No había hecho gesto ni bueno, ni malo.

-Yo ya lo sabía—dijo para sorpresa de las dos que le acompañabamos.

-¿¡Qué dice Antonio!? ¿¡y no me has dicho na a mí!?-dijo mi madre mirándolo con cara de pocos amigos.

Mi padre no la miró, tenía puesto los ojos en los míos.

-¿Tú lo sabías?-pregunté y se me escapó una sonrisa.

-Claro mi chata.
¿Tú no sabes, que a tu padre, no puedes engañarlo?.

-¿¡Y por qué no me has dicho na a mi!?- volvió a decir mi madre dando un pequeño golpe con la palma de la mano en la mesa que nos separaba.

-Candela la niña está hasta las trancas-dijo mirándola a ella y señalándome a mí-¿no la estás viendo?.
¿Qué voy a decir?
Si ella dice que lo quiere, pues eso es lo que hay.
Además Candela, la niña es más lista que nosotros, sabrá lo que hace digo yo.

-Tú te has vuelto loco Antonio-dijo mi madre con voz de asombro-. Es que no te reconozco.

Me levanté con una sonrisa y me lo comí a besos.
Mi padre siempre me había entendido muy bien, lo puedo decir bien alto, que su favorita soy yo.
Siempre ha estado conmigo, pendiente de todo lo que tenga que ver conmigo.
Siempre orgulloso de mí.
Mejor que mi padre, nadie.

Candela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora