La noche X

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Quique entró en la oficina de su superior dando con sus nudillos en la puerta, pero sin esperar a que le diesen permiso para entrar.

—Jefe, tengo que contarle algo...

El jefe de Quique, un hombre de unos 50 años de edad, miró por encima de sus gafas de pasta con un mohín.

—Hola—dijo dándole a entender a Quique, que no le había gustado su formar de entrar.

—Es muy importante—se excusó Quique—sé quién es el asesino del caso del Loco.

—¿El caso del Loco?—el cuerpo del comisario se apoyó en el sillón haciendo un gesto de que había logrado tener su atención.

—Vera, imagino que ha visto usted las noticias últimamente

—Sí, ya sé que caso es... al grano.

—El Loco es el novio de mi cuñada, somos familia y él sí sabe quién fue.

Quique le contó al comisario todo lo que había ocurrido, lo cierto es que el comisario protestó en algún que otro momento en el que Quique confesó haber tirado de archivo y haber investigado estando el caso cerrado, pero...

Aquello no dejaba de ser una bomba.

Lo que estuvieron al mando del caso, no habían conseguido nada, excepto meter al Loco en la cárcel, o sea, meter la pata hasta el fondo.

Y según escuchaba a Quique, el comisario intuía una forma de coronarse fácilmente.

Aquello le venía caído del cielo, sin haber esforzado nada, ni preparado nada.

Pero ahora sí que tenían que preparar.

Iban a montar un dispositivo e iban a capturar al asesino más esperado de los últimos tiempos, al único asesino que hasta ese momento, parecía haber cometido el crimen perfecto.

Carmen, llevaba días sin salir de casa, incluso había tomado la medida de no encender luces de noche, se quedaba en penumbra, no ponía la televisión, nada que desde fuera pudiese dar pistas de que estaba escondida en su propia casa.

De repente, unos fuertes golpes, aporrearon su puerta, haciendo que se sobresaltase, no se movió.

Estaba sentada tomándose una tila y fumando un cigarro de maría, esos días estaba de los nervios, entre el caso, el escondite y las amenazas, no conseguía otra cosa que fumar y agonizar.

Quieta casi sin respirar, como si pudiesen verla desde fuera, otros golpes la sobresaltaron de nuevo.

—¡Policía abra la puerta!

A Carmen le tembló la taza que tenía sujeta en sus manos, e incluso algo de tila se derramó.

—¡Vamos a entrar!

Carmen se levantó y fue hacia la puerta, gritó:— ¡Voy!

Estaba muerta de miedo, creía que la iban a detener por aquellas maneras tan bruscas de llamar.

Cuando abrió la puerta un policía de los dos uniformados que tenía al frente le dijo:—Señora tiene que acompañarnos—su voz habló en un tono suave, cosa que a Carmen le chocó.

—¿Por qué?—dijo ella casi tartamudeando.

El policía sonrió y volvió a hablar bajito.

—Los vecinos creerán que está usted detenida, pero solo está en protección de testigos.

A Carmen le bailaron los ojos llenos de lágrimas— ¿De qué están hablando?

—Que es hora de dejar de tener miedo, señora.





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