Jodida

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El caso del loco se estaba llevando mi cordura.

No descansaba, no dormía y lo poco que conseguía pegar ojo, soñaba con todos ellos.

Había tenido un sueño donde el exmarido de Gloria había aparecido en mi habitación riéndose de forma macabra.

Busqué lo poco que tenía sobre él y volví a leer mis anotaciones.

La noche... L, la vamos a llamar por eso del Loco.

César no salió la noche L de casa.
Cuidó de sus dos hijos pequeños.
Se llevaba mal con la familia de su mujer.
Se separaron al mes de que el loco estuviese en prisión.
Y...
Me había perseguido por la calle a toda carrera.

Me dejé caer atrás sobre la cama desecha.
Cuando me había llegado la foto de César al WhatsApp, sentí unas ganas locas de llorar.
Me dio miedo.
Pensé: Es el asesino.

Puse mi mejor gesto, sonreí, tenía mil cosas por hablar con Alejandro y sabía que iba a ser difícil encontrarlo tan relajado y cercano como en aquel momento.
Pero no podía quedarme, marque con disimulo una alarma mientras hablábamos.

Cuando la alarma sonó, me hice la sorprendida.

—¡Hostia, se me había olvidado!.—exclamé—. Perdóname pero me tengo que ir...

Hice el papelón de mi vida.
Alejandro se puso algo nervioso, dudoso pero dijo:

—Tranquila, hablamos en otro momento.

¿Qué hice? Correr, corrí literalmente hasta llegar a casa de Lola, tropecé con los transeúntes, crucé sin esperar semáforos en verde, corrí, tenía que llegar cuanto antes.
Agitada como estaba llamé a la puerta.

Quique creyó que me seguían en ese momento se alertó mucho por mi forma de llamar.
Mi respiración fallaba por la carrera, por el nerviosismo, por el miedo.

Tenía un miedo de cojones.

Me temblaba todo, pero cuando dije: "César es el asesino"

Quique dijo:—Imposible Candela, recuerda que su coartada fue probada.
Pasó casi toda la noche hablando por teléfono con Gloria.
Gloria en el hospital y él cuidando de sus hijos.
La preocupación y el malestar de no poder acompañar a su mujer hizo que se llevaran toda la noche al teléfono.
La línea lo apuntaba exactamente en su casa.
Donde dijo estar.

Me había puesto malísima, incluso vomité.

No sabía que el miedo podía destruirte tanto.
Me dolía la cabeza, el estómago... Pero algo se nos escapaba ¿por qué me perseguía entonces?.

Pues bien cuando Quique se enteró de que era César el tipo que me había asustado, tomó cartas en el asunto.

Fue hasta su casa, llamó exactamente como yo lo había hecho en su puerta, con bravura, puño cerrado, repetidas veces y con prisa.

—¡Policía abra la puerta!

En seguida las demás puertas se pusieron en alerta, ojos mirando tras ellas, cuchicheos resonaron tras las firmes corazas.
Dos policías impecables uniformados de arriba a abajo estaban en la puerta de César, el vecino tranquilo y normal.

César abrió la puerta sin saber qué creer, temeroso, tembloroso.

—Señores agentes ¿en qué puedo ayudarles?

—Vístase, tiene que acompañarnos a comisaría.

—¿Ha pasado algo?—César no entendía nada.

—Pasará si no colabora.
Tiene que declarar.

Candela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora