Paranoica

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No me quería volver paranoica, pero llevaba un tío pegado a mí durante un rato.

Casualmente me lo había encontrado en mi calle, me había pedido fuego, evidentemente como no fumo ni siquiera me pare dije, "no lo siento" y seguí.

Pues el típo empezó a caminar detrás de mí, hasta ahí puede ser que coincidiera en el camino, pero me he parado en un escaparate a mirar unos zapatos y he notado, que él se paraba.
Me giré a mirarlo de reojo disimuladamente y ¿adivináis? Me estaba mirando.

El corazón se me ha puesto a mil, he mirado de nuevo al frente, al escaparate, creí por un momento que me faltaba el aire, así que he empezado a andar a toda prisa.

Era un tipo normal, pasaría desapercibido en cualquier sitio, unos cincuenta años, medio calvo y su indumentaria es como la de cualquiera de su edad.

He mirado un par de veces a mi espalda y seguía andando casi a la par mía, y he pensado Candela ese tipo no puede estar en mejor forma que tú, así que salí corriendo por mitad del carril bici de la avenida de María Auxiliadora y luego me metí para la calle Verónica, a refugiarme en la iglesia de mi Cristo, Jesús de la salud.

Con el aire de la respiración entrecortada llegué hasta el primer banco, fui más cerca del altar y me arrodillé encima del reclinatorio rojo de terciopelo que había en primera fila.

—Dios mío de mi vida que ese hombre no esté cuando salga de aquí que no me haya visto entrar aquí, por favor, por favor.

Cerré los ojos.
Intenté e intenté relajarme.

Cuando hacía ya, un par de días, recibí la visita incómoda de aquel hombre en la puerta del bar, me enfadé.
Me enfadé mucho, pero sé positivamente que solo quería comprar mi información, era un periodista.

Pero justo en este momento me había asustado de verdad.
Me había pedido fuego, no sé con qué intención.
No dijo nada sobre Alejandro, no creo que quisiera información.
¿Sería algún loco que había visto la entrevista? O ¿Tendría algo que ver con el asesino de Fernando García?.

No sé cuánto fue el tiempo que pasó mientras estuve allí con los ojos cerrados arrodillada, pero lo que me sacó de mi ensimismamiento fue el teléfono.

Mi móvil empezó a sonar, rebusqué en mi bolso con prisa.

—Si

—Candela chochete dónde estás, habíamos quedado—Raquel estaba al otro lado del teléfono.

—Sí, perdóname Raquel—dije poniéndome de pie.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué hablas tan bajito?

—Estoy en la iglesia y hay personas rezando—dije y era cierto.
Había dos señoras mayores en los bancos y una pareja que parecían turistas de pie, mirando las imágenes.

—Candela ¿en la iglesia? Tú no puedes ir a otra hora. ¿Qué me dejas tirada para rezar?

—¡Que no joder!—susurré—.Ahora te cuento, voy para allá.

Pasé por detrás del Cristo besé su talón y me giré a mirar Nuestra Señora de las Angustias que está colocada a la espalda de Jesús, un poco más elevada, como guardándolo, protegiendo a su hijo.
Me santigüé mirándola.

—Angustia mi alma, tú que eres mujer...—le dije a la Virgen pidiéndole amparo.

Cuando salí, bueno salí.
Primero asomé la cabeza por la puerta dejando mi cuerpo dentro.
No vi al tipo, así que me fui.

Había quedado con Raquel en una cafetería.
Fui el resto del camino mirando hacia los lados como la que espera un susto.

—Qué cara traes Candi— Raquel estaba sentada en la terraza de la cafetería y el resto de mesas estaban llenas, cosa que agradecí, pensé: "con tanto público no me pasará nada"

Candela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora