CAPÍTULO 38

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I

Dorian se niega a abandonar la habitación que esconde su retrato hasta que se encuentre al trovador, desea ejecutarlo él mismo

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Dorian se niega a abandonar la habitación que esconde su retrato hasta que se encuentre al trovador, desea ejecutarlo él mismo. Lleva ya casi una semana encerrado. Ha pedido que una sirvienta le lleve su comida; la obliga a quitarse la máscara para verle el rostro y también a probar cada cosa en caso de que haya alimentos o bebidas con veneno.

La paranoia lo consume.

Pasa las horas conversando con el cuadro. Algunas veces camina en círculo, otras veces se sienta frente al lienzo y analiza cada pincelada con meticulosa curiosidad.

Por momentos, lleva su máscara puesta. Se la quita cuando observa su reflejo en la ventana por las noches.

Se ve tan hermoso como el día en que lo conocí, perfecto en cada milímetro de su anatomía, incluso si no se ha dado un baño en quién sabe cuánto tiempo. Se ha soltado el cabello, que ahora cae sobre sus hombros con leves ondulaciones. Los ojos claros, a pesar del cansancio y el insomnio, destellan sin necesidad de una fuente de luz que los ilumine.

Hace mucho que nadie más observa su belleza, que el mundo ha sido privado de admirarlo.

Una parte de su mente desea presumir su aspecto en público una vez más. La otra parte maldice sus circunstancias. Creo que se arrepiente del pacto realizado conmigo y que se pregunta si podría haber alcanzado inmortalidad y grandeza sin mi ayuda.

Lo dudo.

El Dorian Gray que yo conocí había aprisionado su vert entre muros gruesos. Si bien podría haber cometido algún pequeño desliz, por sí solo jamás habría asesinado. No se habría siquiera planteado la posibilidad convertirse en rey.

En eso, oye un golpe en la puerta. Mi protegido no tiene un reloj, pero sabe que debe tratarse del informe diario de uno de los generales. Se aproxima a la entrada de la habitación con lentitud, desbloquea las trabas, toma el picaporte y abre apenas algunos centímetros.

—¿Lo han atrapado? —pregunta Dorian.

—Todavía no, su majestad. Sin embargo, el quinto regimiento capturó al circo que usted cree lo ha acogido en el pasado —explica el hombre—. Estaban cerca de nuestra frontera, no habrá problemas con el reino vecino.

—¿Algo más?

—No, alteza. Hemos procedido como usted ordenó. Se los capturó sin hacer preguntas ni dar explicaciones para que usted pueda interrogarlos en persona. Llegarán al palacio mañana en la noche y serán trasladados al calabozo. Le avisaré cuando todo esté preparado.

Dorian gruñe como una bestia, consternado por la desaparición de su hijo.

—De acuerdo. Puede retirarse —responde y cierra la puerta sin más.

Aguarda a que el general se marche por el pasillo, oye sus pasos con atención y, cuando cree que ya no podrá oírlo, grita.

Dorian deja escapar su frustración desde el fondo de su garganta. Golpea un muro con furia, quiere romper algo, pero en ese cuarto hay pocos muebles, y son demasiado pesados y consistentes como para que alguien como él, que jamás ha entrenado su físico, pueda destruirlos con sus manos.

Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora