CAPÍTULO 24

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I

Los rumores no tardan en aparecer

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Los rumores no tardan en aparecer. Se expanden como una pandemia del sinsentido, se distorsionan a medida que se posan en nuevos labios. El paso de los días no ayuda. El de las semanas tampoco. Los meses amenazan con volverse muy pronto años y los parpadeos se acumulan con frenesí.

Cada tanto, se oyen susurros ahogados y temerosos. Cotilleos.

Entre los mortales, las clases más bajas tienden a adoptar creencias paganas absurdas e incoherentes. Sencillas, porque su falta de educación les impide ir más allá de lo que tienen frente a sus narices.

La mayoría coincide en que Dorian no es humano, que no puede serlo.

Están quienes afirman que su hermosura es un símbolo de bondad, pero también hay otros que creen exactamente lo contrario. Algunos afirman que es una deidad o un demonio, que es un hechicero o una criatura oscura. Los más ridículos temen que se alimente de almas ajenas. La amplia variedad de sus acusaciones no tiene sentido.

Oírlos me hace reír. Oírlos hace a Dorian fruncir el ceño.

Él teme a la opinión pública porque, después de todo, ha crecido como mortal. Y a los mortales nada les afecta más que el "qué dirán" ajeno. El humano promedio juzga las apariencias, decide en base a lo externo. Los hombres y las mujeres de este continente son incapaces de ir más allá de la primera impresión, de las modas y de la belleza. Y, sin embargo, pareciera que el exceso de hermosura inalterable de mi protegido comienza a incomodarlos.

Al menos, por ahora las habladurías sobre Dorian y su perfecta imagen no escapan de los muros del palacio; están contenidas entre las gruesas paredes que comienzan a ser redecoradas en un estilo mucho más elegante que el anterior. El mal gusto del previo monarca es inaceptable y tiene que desaparecer cuanto antes.

El rey Alangtrier y yo nos paseamos a diario por los laberínticos corredores para poder supervisar los detalles de la remodelación general. Ya sin máscaras, no hay quien no se voltee para ver con admiración —o con miedo— a Dorian Gray. Aquellos que no le temen suspiran a su paso con lujuria. De seguro fantasean con él en sus momentos de soledad. No los culpo. Mi protegido es físicamente perfecto, después de todo.

Nos dirigimos en silencio rumbo al sector central. Se ha comenzado a trabajar desde la entrada principal y hasta la sala del trono. Ese es el camino que recorren los invitados y los visitantes, la corte e incluso los empleados. La prioridad es modificar lo que más pares de ojos pueden ver. Luego, los trabajadores se encargarán de cada planta, una por una. Se estima que el nuevo diseño estará terminado en no más de cinco años. Dorian espera que sea en tres. Su prisa no ha disminuido ni siquiera ahora que ya lo han coronado. Su inmortal juventud no comprende todavía el concepto de eternidad.

—He de reconocer, mi querido amigo, que si tuviera que destacar un elemento positivo de tu existencia es que, por lo menos, tienes buen gusto —pronuncio en voz baja—. Los muebles por fin van a juego con el empapelado. ¿Piensas colocar una alfombra? —Golpeo el suelo con mi bastón.

Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora