I
Oficiales de seguridad recorren la mansión y sus alrededores durante todo el día. Arriban poco después del desayuno y se dispersan según alguna estrategia organizada para cubrir mayor terreno. Un número reducido de hombres permanece en la construcción, otros abarcan sitios relacionados con el arte y, los menos, montan en bestias que la familia Gray vende al reino desde hace décadas para buscar por los alrededores antes de que llegue el ocaso. Al ser verano, tendrán luz natural por largas horas.
Dorian ha puesto reglas claras a los oficiales que buscan indicios en la mansión: no pueden ingresar a su habitación, a la mía, al despacho o al depósito sin que él los escolte porque allí hay objetos costosos que no toleraría ver destruidos por negligencia y falta de cuidado.
Por una cuestión de respeto, no puedo pasearme por los corredores en camisón como acostumbro. La ropa formal me incomoda, es impráctica. Quisiera que los hombres pudieran llevar pantalones que no ajusten sobre sus estómagos y camisas suaves sin chalecos moños ni corbatas. Nada, solo la tela delicada sobre la piel en forma holgada para poder moverse. El asunto de las modas de la clase alta es absurdo. Se ve bien en otros, pero a nadie le agrada en realidad el tener que ajustarse a los estándares sociales esperados.
Espero que en un par de siglos la humanidad entre en razón y decida vestir con simpleza.
Aguardo paciente a que los oficiales, a los que debo admitir que les falta astucia, descubran lo que ha ocurrido con Basil. Mi versión de los hechos, los pretextos creados para cubrir el crimen.
Dorian está preocupado. Intenta ocultarlo pero sus emociones se cuelan a través de sus pensamientos y llegan a mí. Ha notado, creo yo, que actuó sin pensar y que si no fuera por mi amable asistencia él estaría en graves problemas. Sabe que me necesita, se lo repite una y otra vez aunque deteste la noción. Está enfadado consigo mismo por haber perdido el control. Y, aun así, no se arrepiente de sus acciones. Cree que el pintor lo merecía.
A mi protegido le incomodaba el modo en el que Basil Hallward lo observaba desde los rincones, la forma en la que sus ojos brillaban al contemplar el perfecto semblante de Dorian. Él sospechaba que el artista se había obsesionado con él, con su figura y con su rostro.
En cierto modo, así era.
Dorian fue la bendición y la destrucción del pintor. Fue artífice de sus más grandes logros y culpable de su caída al abismo de la muerte.
II
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Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)
FantasíaEl calendario y el reloj son herramientas para esperar pacientemente por el propio final. Y absurdo es el actuar de Dorian Gray frente a estas verdades. Mi protegido es, hasta donde mis conocimientos abarcan, el único ser que ha nacido mortal y goz...