I
Sirara camina hacia los establos, el viento sopla fuerte en su contra y hace que la tierra seca se levante y le golpee los brazos. Se aproxima una fuerte tormenta que de seguro llenará el reino de desesperación. Son mis días preferidos porque puedo pasear, intangible, por los callejones de la ciudad mientras observo las desgracias de los desafortunados.
Todas las puertas y ventanas del castillo están cerradas y aseguradas, salvo la salida de servicio junto a la cocina. Esa permanece siempre accesible para todo sirviente que posea una llave. Y el trovador ha conseguido que una cocinera le prestase la suya.
Las plumas amarillas de su máscara se agitan con furia, algunas pocas se desprenden. Alrededor quinientos metros separan una construcción de la otra y él ya se encuentra casi en su destino.
Los establos del palacio no tienen cerradura porque para llegar a ellos hay que atravesar primero la alta verja de los límites del terreno y luego atravesar un gran espacio completamente abierto. Los guardias de turno verían a cualquier sujeto sospechoso durante sus rondas por el perímetro exterior.
Sirara alcanza la construcción y suspira. Alza la vista al cielo con preocupación; nubes oscuras cubren el firmamento y los primeros relámpagos iluminan de repente ciertos sectores. El viento aúlla con fuerza y arrastra consigo lo que encuentra a su paso.
El trovador asume que deberá pasar la noche entera en los establos, pero no le importa. De hecho, le resulta excitante. Quiere usar la soledad para pensar con claridad, para reflexionar sobre lo que ha experimentado en el castillo desde su llegada y para decidir cómo proceder. Ya se ha tomado mucho más tiempo del que originalmente había planeado —en especial por el cariño que siente por la princesa y por Rufus— y sabe que, si no actúa pronto, tal vez luego sea muy tarde.
Quizá pueda darle un empujón.
La lluvia comienza a caer con furia, por lo que el trovador destraba el mecanismo de la puerta e ingresa a los establos. Allí, respira hondo y frunce la nariz. Lo único que no le agrada de los refugios para animales domesticados es que siempre huelen mal. Las criaturas no apestan cuando están libres.
Cierra tras de sí y observa a su alrededor. Se asegura de que allí no haya nadie, camina entre los grifos mientras acaricia sus cuellos de forma amistosa. El rey, a pesar de tener centenas de bestias de montura a su disposición, solo mantiene unas pocas en los terrenos del palacio. Escoge las más jóvenes y prácticas, las rota cada dos años. En estos momentos hay seis grifos, tres rucs y un unicornio en entrenamiento.
Ahora que lo pienso, Alan Campbell se retirará pronto y todavía no hay un reemplazo. Me pregunto si Dorian habrá olvidado por completo el asunto. Quizá se lo recuerde en la madrugada. Sé que odia que lo moleste cuando intenta descansar.
Hago a un lado mis propias ideas y sigo al trovador con la mirada.
Sirara se aproxima a uno de los rincones y se deja caer sentado al suelo. Allí, se quita su máscara de hueso y la deja a un lado con cuidado. Sacude luego su cabello color caramelo para despeinarlo, lo siente enredado y un poco sudado, deberá darse un baño al regresar al castillo.
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Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)
FantasyEl calendario y el reloj son herramientas para esperar pacientemente por el propio final. Y absurdo es el actuar de Dorian Gray frente a estas verdades. Mi protegido es, hasta donde mis conocimientos abarcan, el único ser que ha nacido mortal y goz...