CAPÍTULO 33

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I

La princesa se agita en sueños, no está acostumbrada a tener pesadillas

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La princesa se agita en sueños, no está acostumbrada a tener pesadillas. Intenta luchar contra lo que ocurre en su mente, pero resistirse es inútil cuando soy yo quien da forma a los terrores que acechan en su noche.

Ella no lo sabe, claro. Desconoce mi inhumanidad, mis poderes y mis objetivos. Me he asegurado de cruzarla pocas veces entre los corredores para que no me reconozca. Más allá de mi cercanía al monarca, poco he interactuado con los mortales desde nuestra llegada al palacio. Para ellos, soy apenas un ermitaño extravagante, un sabio impenetrable que confía solo en Dorian Gray. He influenciado con cautela la opinión casi nula que la alta sociedad de Alangtrier tiene de mí. Saben que existo, nada más. Solo los ministros y la reina han tenido trato conmigo.

Extensos siglos de observación me han enseñado que el humano más astuto no es el que se destaca y que brilla, sino aquel que sabe ocultarse entre las multitudes y actuar sin llamar la atención del resto.

—¡No! —exclama la princesa, se voltea de un lado al otro de la cama, sus piernas enredadas entre las sábanas y el rostro cubierto por sudor. Su corazón late con prisa, tiene la respiración agitada.

Esta noche he decido divertirme con ella porque es, de todo el palacio, la persona más pura. Su frimt es poderoso y eso la convierte en un peón aburrido. Necesito mostrarle la existencia de la oscuridad que la rodea. Deseo que comprenda el peligro que acecha en las sombras y que crezcan en su interior el temor y la desconfianza.

Confío en que esto acelerará un poco el proceso que llevará a la caída del rey.

No es mi intención empujar a Marjorie Gray a actuar, solo busco agitar ideas en las mentes de quienes acorralarán a mi protegido dentro de sus propios temores. No seré protagonista, solo observador. Lo que hago es ayudar a que la niña abra los ojos y entienda que en el palacio hay mucha más oscuridad de la que siempre ha creído.

Me deleito ante su temor.

En la pesadilla, la princesa corre a través de corredores en completa penumbra. Gira en varias esquinas y toma escaleras empinadas. Se escabulle a través de pasadizos incoherentes mientras escapa de la risa de su padre. La figura de Dorian aparece de vez en cuando por el rabillo de sus ojos, entre las sombras más profundas y en sitios inhóspitos.

Cada tanto, el rey se materializa frente a su hija en una nube de humo. Lleva ambas manos a su máscara y comienza a quitársela. Algún indicio inhumano aterra a la chica —colmillos, tentáculos, una calavera podrida, etc.—, quien se gira sobre sus pasos y se pierde una vez más entre los pasillos mientras busca una salida inexistente.

En su memoria, Marjorie jamás ha visto el rostro de su padre. Cree recordar que, cuando ella era apenas una infante, la ley de máscaras no existía y, en algún momento, el rey se ha presentado ante ella sin ocultarse. Pero ¿ha sido así o solo lo ha imaginado? No está segura.

Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora