I
El cumpleaños del príncipe Edward llega con el cambio de estaciones, en Alangtrier se percibe un ambiente pesado y oscuro. Se aproxima un invierno más frío que en años anteriores y el descontento general amenaza con multiplicarse.
Diversos eventos y planes han comenzado a gestarse entre murmullos y al resguardo de las sombras durante los últimos días. Los guardias no han tenido el valor suficiente como para reportar la extraña desaparición de uno de los prisioneros. Saben —o asumen, tal vez— que el rey ni siquiera recuerda que los calabozos existen. Nunca los ha visitado. Explicar lo sucedido tan solo les traerá miseria y, quizá, la condena por su ineptitud.
Suponen que el reo no llegará lejos. Esperan que, en realidad, se marche y cruce la cordillera para nunca ser visto en el reino. Sus vidas dependen de ello. Lo que no sospechan es que James Vane está cada vez más cerca. Tanto, de hecho, que pasa caminando por la entrada a los jardines del palacio, a pocos metros de ellos.
Mezclado entre los invitados a la celebración, luce el traje y la máscara de un joven noble al que ha dejado inconsciente —y al borde de la muerte— la noche anterior. Siguió a su víctima hasta un prostíbulo y, allí, lo atacó. Robó sus pertenencias, se disfrazó de él y regresó al hogar del noble como si fuera él mismo.
No necesitó ayuda de su sobrino. El trovador ni siquiera sabe sobre su plan. Sirara le había pedido que huyera; le dio el poco dinero que tenía e indicaciones para alcanzar la frontera. Pero James no estaba dispuesto a mostrarse como un cobarde.
Acostumbrado en su juventud a relacionarse con la nobleza, imita a la perfección el modo de andar y los gestos cordiales de los demás invitados. El resto de los presentes ignoran que se ha infiltrado.
James aprovecha el banquete para alimentarse bien. Lleva años sobreviviendo con lo mínimo que le entregaban. Poco a poco ha recuperado el apetito y sus energías, pero bajo la gran cantidad de ropa que luce, su cuerpo es el como una rama que incluso el viento podría quebrar. No bebe alcohol porque teme que eso complique su objetivo. Tampoco baila, finge timidez cuando alguna muchacha se le aproxima.
Dorian no sospecha que su edicto de máscaras es un arma de doble filo. No lo ha pensado en ningún momento. Mi protegido no ha notado que, de conocer el rostro del trovador, sabría que se trata de su propio hijo. Tampoco entiende qué tan fácil es hacerse pasar por alguien más.
El rey observa el salón desde el palco. Poco le importa la celebración, no está interesado en los invitados. Para él, allí solo hay una multitud sin forma ni identidad. Los nobles son todos iguales entre ellos, inferiores a él. La apatía y el egocentrismo también juegan en su contra. Está desconectado de lo que ocurre. Al sentirse superior, aquello que no se encuentra a su altura le es indiferente.
Sophronia, sentada a su lado, pide a un sirviente que la abanique. Se ha obligado a sí misma a presentarse. Teme que este sea el último cumpleaños de su hijo al que pueda asistir. Apenas si puede mantenerse despierta. Ha perdido mucho peso y su cuerpo está cubierto en sudor a causa de la fiebre. Ella se siente aliviada al saber que ni Edward ni Marjorie pueden ver su rostro demacrado; nunca creyó poder apreciar el edicto de máscaras antes de este momento.
ESTÁS LEYENDO
Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)
FantasíaEl calendario y el reloj son herramientas para esperar pacientemente por el propio final. Y absurdo es el actuar de Dorian Gray frente a estas verdades. Mi protegido es, hasta donde mis conocimientos abarcan, el único ser que ha nacido mortal y goz...