CAPÍTULO 30

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I

La voz de la princesa hace eco entre los corredores del segundo piso

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La voz de la princesa hace eco entre los corredores del segundo piso. La letra de su canción no tiene mucho sentido, de seguro es una improvisación. Y, sin embargo, incluso los sirvientes dejan de atender sus tareas cuando la oyen, se distraen para disfrutar de la melodiosa voz que no pareciera corresponderse con el cuerpo de una pequeña que acaba de cumplir apenas trece años.

Con su largo vestido blanco y los zapatos dorados, su silueta se asemeja a la de una dulce aparición; es pálida como si alguien le hubiera arrebatado la tonalidad a su piel y su cabello reluce cuando el sol se posa sobre ella a través de las ventanas. Lleva una máscara de escamas de sirena entretejidas con hilo de oro; por debajo de ella, no es hermosa. Marjorie no ha heredado el don de su padre ni tampoco el de su madre: ella ha nacido con la habilidad del canto, con una voz tan agraciada como el aspecto de Dorian. Muchos adultos lamentan que sea una niña todavía, se obligan a ahogar cualquier posible enamoramiento. Además, saben que su padre la prometerá pronto a algún noble o príncipe.

Marjorie ha crecido protegida por todos los que la rodean. Su madre la ha mantenido alejada de Dorian por años. Su hermano no le permite abandonar el palacio sin compañía, ni siquiera para ir a los jardines. La princesa es ajena a la maldad del mundo, a cualquier clase de corrupción adulta. En ese aspecto se parece a Sophronia cuando tenía la misma edad.

—El sol en el cielo y las bestias que rugen, una tormenta próxima acecha a la niña que teje calcetas de plata —canta. Ni siquiera rima, no hace falta. No importa. Su voz puede convertir en arte incluso un listado de palabras sueltas—. Cae la sombra sobre el ave negra, el dragón enfadado se esconde de los truenos. Habrá luna llena en el claro y las ninfas danzarán para que florezcan las flores. ¡Oh, la tormenta se acerca! ¡Ay, las ninfas y las flores! ¡Ah, ah, ah, las calcetas para la bestia que ruge!

Una risa se escucha cerca de ella. Marjorie interrumpe su canción y busca con la mirada a su alrededor. Se abraza a sí misma con miedo, es tímida y asustadiza.

Otra risa, esta vez un poco más fuerte.

—¿Dónde estás? —pregunta ella.

—Disculpe, princesa. No quise asustarla —responde Sirara. Sale desde detrás de una columna que conduce a los pasadizos de la servidumbre y hace una reverencia—. Es solo que me ha hecho gracia pensar en un dragón con calcetas en medio de una tormenta.

La chica se sonroja un poco. Nota de repente la incoherencia de sus palabras y se avergüenza.

—Es que no quiero que se enferme —explica—. Si se te enfrían los pies, te enfermarás. ¿No es así? Pues al dragón le ocurre lo mismo. Es un dragón bebé, y hace frío donde vive.

Sirara no puede contener una carcajada sincera. A pesar del rencor que siente por algunos adultos del palacio, ha forjado una bella amistad con Marjorie y con Edward Gray. Sabe que el lazo no durará para siempre y que necesita apresurarse; tiene una decisión que tomar antes de continuar con su camino por la vida. Ha retrasado el momento por temor y sabe que encariñarse con los herederos al trono es un error, pero no ha podido evitarlo. Se dice a sí mismo que se queda en el palacio para protegerlos y que se marchará cuando estén a salvo de su propio padre.

Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora