CAPÍTULO 26

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I

Dorian tiene un decreto escrito y firmado en el bolsillo de su pantalón

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Dorian tiene un decreto escrito y firmado en el bolsillo de su pantalón. Lo sostiene con fuerza, como si temiera que fuese a desvanecerse bajo su tacto. No sabe si lo va a proclamar o si terminará convertido en cenizas en la chimenea de su despacho. Junto a su trono, en una caja negra, aguarda una máscara nueva que espera no necesitar. Una parte de su mente quiere ocultar el don de la belleza, otra parte quiere lucir su perfección.

Los nobles no han visto su rostro desde la coronación. Ningún habitante del reino, más allá de quienes viven o trabajan en el palacio, ha tenido el placer de posar sus ojos en la inabarcable hermosura del rey. Muchos de los integrantes de la nueva corte no conocen siquiera su apariencia, solo han oído rumores sobre su belleza.

Han pasado alrededor de seis años mortales desde la última vez que Dorian Gray mostró su don en público. El número seis puede parecer pequeño dentro de la extensa escala creada por los humanos, pero eso es suficiente para que el físico de las personas sufra modificaciones notables en la mayoría de los casos.

Y Dorian, contra toda expectativa, no ha cambiado.

Yo, por el contrario, he optado por darle matices grises a mi cabello y pequeñas ondulaciones a mi rostro. Comparé a otros hombres y la evolución que habían sufrido para encontrar suficiente inspiración en mi propia transformación. He sido cuidadoso; mi aparente envejecimiento se ha profesado con tanta lentitud como si fuera natural.

¿Podría haberle advertido a Dorian para que camuflara su eternidad? Claro, pero habría sido aburrido. Sus preocupaciones y miedos son una delicia para mi existencia.

—"¿Qué edad se supone que tienes, amigo mío?" —pregunto con malicia, sé que pensar en ello lo incomoda. Y, como el rey no responde, decido insistir—. "¿Treinta y tres o más?" —bromeo, sé la respuesta.

Silencio.

Aburrido de aguardar por una reacción de su parte, lo abandono. Sé que, aunque no lo admita, está pensando en mis palabras, que la pregunte que le hice ha despertado el nerviosismo que intenta controlar. Sin más, dejo que Dorian recorra los últimos pasillos que lo separan de la corte en soledad; el palacio no se ha visto tan elegante en muchas décadas.

He de admitir que, en ocasiones, mi protegido es la criatura más entretenida que he conocido. Otras veces, sin embargo, temo que su monotonía amenaza con matarme de aburrimiento. Y eso que yo soy inmortal.

Intangible, me dirijo al salón principal y observo a la muchedumbre. Los cortesanos platican, animados, en busca de forjar nuevas alianzas y de averiguar sobre aquellos a los que no conocen.

Algunos murmuran perjuicios sobre la apariencia de la reina, la edad no ha favorecido a Sophronia II. Sus brazos son gruesos y sus piernas se asemejan a los troncos de los árboles. Ha ganado peso. Su rostro redondeado está cubierto de pecas y su amable sonrisa forma arrugas a ambos lados de su boca. Ella tampoco está acostumbrada a que extraños vean su semblante, ha crecido entre máscaras y rechazo.

Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora