I
Uno de los ministros más ancianos contiene su risa cargada de desprecio. Ha estado en contra de Dorian Gray desde que se hizo público el anuncio del compromiso porque considera que un hombre que no nació ni en la nobleza ni en la realeza no debería ser rey. Su mente es una contradicción constante entre su promesa de lealtad a la corona y su juicio personal. Creo que, a pesar de todo, este hombre no sería capaz de hacer daño alguno al líder de Alangtrier, pero que siempre se regocijará ante sus desgracias; sospecho que reza cada noche porque una tragedia le arrebate la vida al rey y le devuelva el trono a Sophronia, la heredera de la dinastía de los Griffthins.
Más allá de su rencor, el ministro es un mortal aburrido. Se mantendrá fuera de altercados. Quiere aferrarse a su puesto más de lo que quiere actuar. Llevo años vigilándolo y sé que no traicionará jamás al reino. Por ahora, solo se contenta ante la declaración del capilano. Asume que el monarca estará decepcionado por lo que acaba de anunciarse y observa de reojo a mi protegido a la espera de una reacción.
El rey y su esposa están sentados en sus respectivos tronos. En medio de ambos, el capilano real aguarda recibir una respuesta a su proclama. Frente a los tres, el príncipe Edward tiembla, confundido. Tiene los ojos abiertos y contiene sus lágrimas. Se repite a sí mismo que debe haber un error, que su don no puede estar relacionado con algo tan frívolo y común como la botánica porque a eso se dedican tan solo los plebeyos. Él soñaba con poseer la habilidad para ser sigiloso o para mentir sin titubear, en algún momento de su infancia sospechó incluso que le dirían que había nacido con la bendición de la buena suerte. Incluso la belleza de su padre le habría parecido más interesante que la idea de ser un jardinero. Definitivamente no es el don más apropiado para un príncipe.
—Muchas gracias por su labor —dice por fin Dorian, impasible—. Puede retirarse.
El capilano hace una reverencia y se aleja en silencio. Debe registrar en sus archivos cuál es el don del futuro rey.
—¿Puedo retirarme yo también, padre? —pregunta Edward, su voz tiembla porque contiene la ira.
—¿Deseas que te acompañe? —ofrece Sophronia, que nota la decepción de su hijo.
—Agradezco tus palabras, madre, pero preferiría regresar a mi cuarto y prepararme para las lecciones de esgrima de la tarde —asegura el príncipe—. No me agradaría distraerla de sus propias obligaciones.
—Vete entonces, Edward. Asegúrate de alcanzar los estándares esperados de ti—añade mi protegido con frialdad. En el fondo, a él también le agradaría retirarse por algunas horas porque no tolera la burocracia. Aprende, poco a poco, que el poder puede ser monótono y tedioso. Su única gran pasión es la compra y el encargo de obras de arte que representen la belleza.
Sin más, el pequeño se pone de pie y abandona la sala del trono. Se siente diminuto, más de lo habitual, entre los altos muros que lo rodean. La seguridad y la vanidad que lo caracterizan se han apagado. Muerde su labio inferior con fuerza y apresura el paso. Quiere llorar donde nadie pueda verlo. Se considera a sí mismo como un fracasado. Incluso su madre posee un don mejor que el suyo.
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Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)
FantasiaEl calendario y el reloj son herramientas para esperar pacientemente por el propio final. Y absurdo es el actuar de Dorian Gray frente a estas verdades. Mi protegido es, hasta donde mis conocimientos abarcan, el único ser que ha nacido mortal y goz...