CAPÍTULO 4

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I

 Arribamos poco después del mediodía, como lo pedía la misiva del rey

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Arribamos poco después del mediodía, como lo pedía la misiva del rey. Dorian luce espléndido. Aunque nunca ha perdido su hermosura, al verlo ataviado para la ocasión me vuelve a sorprender su perfección. La elegancia de sus facciones es acentuada por un mínimo de maquillaje que nadie podrá ver detrás de la máscara. El cabello recogido con delicadeza le brinda un aspecto preciso entre jovial y maduro. El traje que lleva es negro y plateado, los únicos colores que los sastres lograron conseguir en los materiales importados que están de moda. El chaleco se ciñe con exactitud a su figura y los zapatos relucen con las iniciales de su nombre en hebillas de plata. Un nuevo bastón de madera oscura oscila en su mano derecha, con un dragón de plata creado por Rufus Hallward en la empuñadura.

Pero no es la ropa lo que genera imponencia, sino el obsequio que yo le he otorgado. Tengo buen gusto y mis habilidades creativas superan a la de cualquier mortal, sin lugar a dudas.

A pedido del mismísimo rey, Dorian Gray porta una máscara única y especial que he imaginado para esta ocasión, para la celebración en honor a nuestro regreso. Con plumas negras y cristales incoloros que se envuelven alrededor de su cabeza, el semblante de mi protegido se asimila al de un roc; el efecto que genera es voraz como el de un ave de rapiña y elegante a la vez. Se lo ve peligroso y atractivo, osado y poderoso. Un reflejo de sí mismo. Sin lugar a dudas, atraerá miradas.

A su lado, yo intento mantener mi neutralidad. No puedo permitirme destacar más que el homenajeado. En tonos grises y con detalles en rojo oscuro, mi traje no resaltará entre el montón. La máscara de mattaccino es un irónico recordatorio de mi propia naturaleza.

A nuestras espaldas llega toda la comitiva Gray. Un carruaje de carga transporta la colección de arte erótico y el otro arrastra una jaula con un abraxan joven que ha sido sedado para evitar inconvenientes en el traslado.

Tres guardias enmascarados nos reciben en la entrada central, a los pies de la escalinata. Toman nuestra invitación y palpan cada bolsillo como medida de protección. La seguridad se ha vuelto más estricta desde nuestra última visita formal; tengo entendido que hace dos años hubo un atentado contra el rey. No me sorprende.

Les aseguro a los empleados que ya conocemos el camino, que lo recordamos todavía —porque anoche lo recorrí, incorpóreo— y ellos aceptan dejarnos pasar.

Atravesamos los pasillos con prisa. Hemos llegado con perfecta puntualidad, pero Dorian no tolera la decoración del palacio ni tampoco al rey. Quiere que la audiencia privada acabe tan pronto como sea posible y confía en que, durante la celebración, podrá al menos tener cierta libertad de actuar de acuerdo a nuestros planes.

Nos detenemos a llegar a la puerta indicada varios minutos más tarde. Los guardias del interior también nos revisan por si acaso antes de permitirnos acceder al despacho de su majestad. Mi protegido nunca ha estado aquí en realidad.

Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora